Después que llegué
El 24 de enero de 1959, a las 2:00 am, día y hora programados para mi nacimiento por el reloj natural de la vida. En Venezuela, Edo. Vargas, específicamente en La Guaira, se encontraba mi mamá, tranquila durmiendo, cuando me provocó nacer de manera apremiante; lo que ocasionó que se abreviaran los procesos médicos.
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Mi niñez trascurrió entre escuelas y juegos en grupos; Solamente mis hermanos eran los aliados y los contrincantes. Entre juegos de metras, muñecas, escondidas, cuerdas, carritos y otras ocurrencias del grupo me fui desarrollando en los primeros años de infancia; ya entrando a la adolescencia todas estas actividades fueron siendo sustituidas por quehaceres del hogar sin dejar los estudios. A la espera de las políticas del momento en relación a los cupos universitarios, cubrí el espacio y tiempo con mi primer trabajo, que realice en una farmacia.
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El trabajo consistía en expedir los productos, revisar los estantes y mantener la limpieza, actividades que a los demás les parecían horribles, pero en mi caso me producía emoción; el contacto con las personas, practicar las normas de educación que se aprenden en casa, sentir a las personas satisfechas por mi trato y el saludo grato cuando regresaban.
Aprender para que servía cada medicina y el porque de las cosas eran emocionantes. Lo que no quise aprender fue a colocar inyecciones.
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Un día en el trabajo se estacionó frente a la farmacia una patrulla o unidad policial para aquel entonces de la Policía Técnica Judicial (PTJ), actualmente Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (C.I.C.P.C.). Una persona descendió del auto e ingreso al local. Para mi sorpresa era un amigo de mi hermano mayor. Entre saludos y otras palabras a el se le ocurre ofrecerme ayuda para ingresar a la institución policial, me pareció interesante y acepté.
El ingreso no fue complicado para lo que se necesitaba, era un curso corto de adiestramiento técnico por tres meses, que luego se prolongo de seis hasta once meses en academia con rango policial y todo.
Se pueden imaginar por todo lo que pasa un aspirante técnico de policía; desde: estudios, guardias, procedimientos e investigación técnica científica toda una formación integral policial académica. Lo que conllevaba al contacto directo con un cadáver y todas las circunstancias inimaginables que producen la muerte violenta, para ayudar a la investigación.
El curso prometía ser más “interesante” para mí, por ser multidisciplinario; consistía en un desafió a aprender a tomar fotografía forense, adiestrarse a levantar huellas dactilares, clasificarlas e individualizarlas; el que tenía talento de dibujar como en mi caso, hacer “retratos hablados” del presunto solicitado y elaborar un plano con medidas exactas del lugar para deslindar un “Sitio de Suceso”. Individualizar un arma de fuego a partir de un proyectil y concha de bala percutida, adiestrase en el mundo del grafismo y sus alcances, aprender a tasar en avalúos reales y prudenciales; analizar en los laboratorios las muestras de secreciones humanas y muestras tomadas del lugar de los hechos para relacionarlos entre ambos; y si todo esto les parece mucho crean que falta lo más impactante para una persona que no ha tenido contacto con la crueldad de la vida. Inspección del cadáver.
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Para resumir en tiempo me case tuve un hijo, me divorcie y me dedique a mi trabajo por 30 años, donde obtuve honores y reconocimientos por mi labor; me jubilan por tiempo de servicio. Sin reconocerme el máximo grado de jerarquía por asunto de la política que afectaba ya al país.
Treinta años que no fueron fáciles; pero siento que di lo mejor en lo que me permitieron hacer; es un mundo donde el machismo y las bajas pasiones están a la orden del día. Que más adelante les contaré.