A la vuelta de la esquina
Mis ojos carentes de emoción alguna observaban esos pasos apurados, ignorantes del hambre que aturdía mi pensamiento. Pantorrillas desnudas acompañaban el calzado de las damas que pasaban. Ruedos de pantalón azul semejaban el mar que unificaba faldas floreadas, uniformes escolares, vestidos de encaje y camisetas llamativas, todos peces danzantes de un compás sin ritmo. Piernas de niños se movían torpes por el caos de la hora pico.
Y yo seguía ahí con un dolor de muela insoportable y un calor de infierno.
Gente sin rostro lanzaba monedas al frasco de vidrio que reposaba a mi lado. El sinsentido de mis días eclipsaba los recuerdos de una juventud amena. Me sentía invisible ante todo aquel que no quisiera sentirse noble y llenar vacíos emocionales dándome limosna. La esquina de las afueras del metro se convirtió en mi hogar, me brindaba refugio de la lluvia.
El sol salía, se escondía y le cedía el puesto a la luna. Tenía la ilusión de que al menos las estrellas recordarían al hombre que fui antes de toda la mugre, ese que disfrutaba de una taza de té antes de irse a la cama. El que se convertía en poesía y relatos cortos cuando las emociones eran una carga insostenible. El hombre que alguna vez tuvo en su poder las ilusiones de aquella mujer elegante, esa para quien no era invisible, incluso después de solo poseer piojos. Se apareció un par de veces, sus piernas blancas me recordaban a la belleza de las mañanas de invierno. Al verme por primera vez en harapos sucios y alma quebrada paró en seco. sus ojos destellaban asombro y sus labios entreabiertos dejaron en el aire la terminación de una frase dirigida a su acompañante. En un intento de recuperar la compostura apartó la mirada de mí, se aclaró la garganta y dirigió una sonrisita tímida al hombre a su lado. Siguió caminando con paso firme sin mirar atrás.
Un tiempo después ella volvió a aparecerse, esta vez sola, un aroma dulzor me sacó de mis pensamientos, y al levantar la vista mis ojos se toparon con un maquillaje sencillo y esa mirada ambarina que me hacía olvidar mis heridas sangrantes. Sus largos rizos cobre estaban arreglados en una cola alta. Entre sus manos sostenía una fotografía, la acercó a mí y al tomarla nuestros dedos se rozaron. Pude apreciar mi rostro sin barba, mejillas coloradas daban fe de mi buena salud y mis ojos negros desbordaban alegría. Mil preguntas me abordaron sin respuesta y no podía articular palabra. Ella al darse cuenta de que no diría nada agregó:
_Fue el amor de mi vida. Te pareces mucho a él, pero no lo eres.
Sus palabras me revolvieron el estómago y convirtieron el aire en plomo.
_Me siento honrado al saber que se enamoró de mi reflejo sin barba _ añadí con voz ronca y un dejo de ironía.
Me enamoré de un hombre con sueños de oro Concluyó tragándose el nudo amarrado a su garganta.
_ Estoy cansado y no tengo más que recuerdos distantes y suciedad.
Ella suspiró y me entregó una libreta y un bolígrafo que había sacado de su cartera.
_Escribe sobre la mugre, quizás así te quitaras un poco de encima.
Me lanzó una última mirada furtiva y se marchó.
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