Meditaciones 2 para los Misterios Dolorosos

in #religion7 years ago (edited)

LA AGONÍA EN EL HUERTO

Considera cómo el jueves santo se llegaron al Señor dos discípulos, y le preguntaron que en dónde quería hacer la pascua. Y el Señor les dijo que fuesen a Jerusalén, donde encontrarían un hombre con un cántaro de agua cargado: que le siguiesen, y en la casa donde el entrase, hablasen al dueño, y le pidiesen de su parte el cenáculo, y que allí dispusiesen la Pascua. Salieron los dos discípulos San Pedro y San Juan, e hicieron lo que el Señor les mandaba: y Judas, que estaba a la mira porque quería venderle aquella noche, viendo que el Señor no se había declarado, se quedó suspenso; pero luego, habiéndose ido los dos apóstoles, el con achaque de ir con ellos se fue a los pontífices y le vendió, y pactó entregarle aquella noche; y luego se volvió a Betania, como que venía de disponer la cena. Muchas cosas tienes que meditar en este punto: piensa lo primero el corazón de los dos discípulos para con el Señor, y el corazón de Judas para con Su Divina Majestad: ellos cuidadosos de disponerle la Pascua, y él ansioso de hallar ocasión de venderle: ellos pensando cómo le han de regalar y servir, y él discurriendo cómo le ha de beber la sangre, entregándole a los verdugos. Acuérdate cuantas veces a la hora que muchas almas santas se están desvelando en cómo han de agradar a Dios, tú acaso a la misma hora estás haciendo discursos cómo le has de ofender. Mira qué almas aquellas, y qué alma la tuya. Qué deseos aquellos, y qué deseos los tuyos. Piensa lo segundo la prudencia y sabiduría de nuestro Señor, que uno y otro resplandece en esta ocasión. Pudo decir a los discípulos la casa determinada adonde les enviaba, y no quiso, por ocultárselo a Judas, para que con eso no le estorbase el obrar los altísimos misterios que obró en aquella cena; porque hubiera ido y dado la noticia de la casa, y luego al entrar le hubiera preso. Aprende a tener prudencia, y tus secretos espirituales, y tus determinaciones sólo a tu confesor las comuniques. Piensa la sabiduría del Señor, y cómo se manifestó Dios por las señas, y por haber movido el corazón de aquél padre de familias, para que con un simple recado alargase al Señor la pieza que él tenía preparada para sí, y aprende a obedecer las divinas inspiraciones, que recados son que el Señor envía a tu alma; y si te pide el Señor que le dejes las comodidades y conveniencias que tu amor propio tiene dispuestas a tu carne, no se las niegues. Piensa lo tercero la sencillez y obediencia ciega con que los apóstoles obedecían al Señor: podían decirle que les mandase ir a casa determinada, o podían preguntarle cómo se llamaba el dueño de la casa para ir allá derechos: podían dudar de topar con el hombre cargado con el cántaro, y en una ciudad tan grande, en donde encontrarían quizás muchos con lo mismo; y con todo nada dudan, obedecen sin réplica, fiados en que era Dios el Señor, y que como se lo decía así sucedería. Obedece a tus padres espirituales, que están en lugar del Señor, y déjate de reparos y dudas en contrario, si quieres que te suceda bien en el camino de la virtud.

LA FLAGELACIÓN

Considera cómo habiendo desnudado a nuestro Salvador, como dice santa Brígida, le mandaron que se fuera a una columna de aquellas que sustentaban el pórtico, que era una columna alta de mármol, y gruesa, como dicen Beda y otros. Fuese el Señor por su pie con grande confusión: llegó a la columna, y el mismo Señor, abriendo sus brazos santísimos, se abrazó con ella: y luego como dice el beato Alano, le ataron, lo primero, con la soga por la garganta; lo segundo, por las manos, tan fuertemente, que le descoyuntaban los brazos, y sobre tener las muñecas ya desolladas, derramaban mucha sangre; y por último le ataron con otra soga por las piernas, de manera que no podía moverse a parte alguna. ¿Tanta soga, Señor de nuestras almas? ¿Tantas ataduras, y por todas partes? ¿No bastaba que atasen vuestras santísimas manos? ¿No bastaba una soga? No, dice San Agustín, porque no es sola una ligadura, con que quedó ligado el hombre, y nacen ligados los hijos de Adán: son también muchas las ligaduras y sogas de los pecados, con que el demonio tenía ligados y presos a los hombres: con los pecados de palabras les tenía ligadas las lenguas: con las malas obras les tenía ligadas las manos; y con los malos afectos y deseos les tenía atados los pies. Quiere el Señor poner en libertad a nuestras almas, y les quita las ataduras, y se deja atar con ellas, para que ya la lengua, que estaba atada para las divinas alabanzas, alabe con libertad al Señor: las manos, que estaban ligadas para las obras del servicio de Dios, libremente puedan obrar; y los afectos, que estaban atados a la carne y al mundo, libres de todo impedimento se vayan a su Creador, y quede el hombre libre de los lazos del mundo; y atado firmísimamente con las ligaduras de la caridad y amor, queden ligados a la piedra Cristo, y a la columna que guía por el desierto a los hijos de Israel: que por eso dijo el Señor, que con las sogas de Adán atraería a los hombres en los lazos de la caridad. Como quien dice: viéndome ellos atado a una piedra con las ligaduras de sus pecados, se dejaran ligar con las de mi amor. Ea, pues, alma, déjate atar de pies y manos a esta divina piedra. Es poderoso tu amor para atar de pies y manos a tu Dios; ¿y no será poderoso el amor divino para atarte a ti a tu manso, amoroso y apacible Dios? Ofrécele tu cuello, tus manos, tus pies, tu cuerpo y tu alma, y pídele que te ate, que te sujete y te rinda a sus divinas inspiraciones y mandatos. ¿Mas quién no se dejará atar de un Dios, cuando Dios se deja atar de unos crueles verdugos? ¿Quién huirá de aquellas blandas y amorosas manos, y de aquellos lazos dulces y regalados de su amor, viéndole atar de manos impías y terribles con sogas tan ásperas y tan duras?

LA CORONA DE ESPINAS

Considera lo que dice el beato Alano, que habiéndole puesto aquel ropaje de vilipendio y afrenta, trajeron una mala silla, y le dijeron: Ea, siéntese vuestra majestad, que los reyes no han de estar en pie: ahí tiene el trono real. Hecho esto, salieron afuera, y llamaron a toda la cohorte, que eran los soldados del presidente, que según dicen muchos, eran mil doscientos y cincuenta, para que viniesen a ver al rey de los judíos con la púrpura real; que tendrían un buen rato y gustoso entretenimiento en verle. Entraron todos los soldados, y como le vieron de aquella manera, y en tan despreciable representación, fueron grandes las risadas que dieron; y como dicen San Mateo y San Marcos, le hincaban la rodilla, y le adoraban como a loco, y le decían: sea para bien, rey de los Judíos; y le daban de bofetadas y escupían en su rostro santísimo. Poníanle la corona, y le daban de palos con la caña sobre la misma corona. Has de meditar todas estas cosas y cada una de por sí, con toda la atención que ellas piden, que te darán motivo de gran dolor y compasión, y en ellas hallarás ejercitadas grandes virtudes. Y así, después de haberle visto bien sentado en aquella mala silla, cubierto con aquellos indecentes andrajos, humillado su cuerpo divino, atadas sus divinas manos, e inclinada al suelo su cabeza santísima entre todos aquellos mofadores, que no cesaban de reírse y de ponerle malos nombres, y decirle oprobios; pasa a considerar por su orden lo que ejecutaron e hicieron con Su Divina Majestad.

CON LA CRUZ A CUESTAS

Considera cómo los verdugos con feas y malas palabras le pusieron sobre los hombros molidos el madero de la cruz, que comúnmente dicen tenía quince palmos de largo, y ocho de brazos, y gruesísimo; y fuera de ser grueso, era muy tosco y muy pesado, porque como dice San Gregorio Nacianceno, era de encina; y el Señor con grande valor e inaudita humildad, no obstante que estaba con mortal flaqueza, inclinó sus hombros y recibió acuestas aquella carga pesadísima, en donde estaban encerrados todos los cargos del linaje humano. Se pusieron en dos alas los soldados, y por medio iba el Señor de la majestad rodeado de sayones. ¡Oh grande espectáculo! exclama el gran Padre de la iglesia San Agustín. Si se atiende a la impiedad con que le llevan, no puede imaginarse mayor afrenta: si se mira la piedad del que llevan, es un inefable misterio; porque allí se ve el inocentísimo Abel, a quien la envidia de Caín saca al campo para quitarle la vida: allí se ve la obediencia de Isaac con la leña acuestas caminando al monte, en que ha de ser sacrificado: allí se ve a Jacob con la escala preparada, para que por ella suban los hombres: allí se ve a Moisés con su vara, que va contra los egipcios para destruirlos, y poner en libertad a los verdaderos Israelitas: allí se ve al valeroso Josué, que va a levantar su escudo, y ponerle en la punta de su asta contra la rebelde y maldita ciudad de Hai: allí se ve al humilde David caminando con el báculo en las manos para derribar y echar por tierra la soberbia de Goliat; y finalmente allí se ve el mas estupendo y más raro suceso que jamás el mundo ha visto: allí se ve al unigénito del eterno Padre, verdadero Dios y Creador universal de todas las cosas, afrentado, infamado y condenado a morir por sus mismas creaturas, que le llevan entre dos ladrones para ser castigado como ladrón con la más afrentosa y cruel muerte del mundo, la cual va a padecer el Autor de la vida para librar a los suyos de la eterna muerte del infierno.

LA CRUCIFIXIÓN

Considera cómo habiendo clavado la mano derecha, dice nuestra Señora a Santa Brígida, y también lo dice San Buenaventura en sus meditaciones, que por haberse encogido los nervios, le ataron una soga a la misma mano derecha que estaba clavada, asegurándola para que no se desgarrase, tirando por la otra, y luego asieron con un cordel la izquierda; y haciendo hincapié en el brazo de la cruz, tiraron con tanta fuerza, que le descoyuntaron los dos brazos por las coyunturas con crueldad indecible, y le desencajaron los huesos del pecho, con tanto sentimiento y dolor, que dijo nuestro Señor a Santa Catalina de Sena, que fue éste para su divina majestad el más sensible dolor que padeció en toda su pasión santísima. Considera cómo ya que lo hubieron descoyuntado todo, llegó al barreno la mano, y asegurándola fuertemente un verdugo, cogió otro clavo grueso y largo como el de la otra mano, y con repetidos golpes del martillo clavó la mano santísima, y así quedaron aspados los divinos brazos con inmenso dolor: y esta vehemencia de dolores no la has de considerar solo en las clavadas manos, sino también en las coyunturas de los brazos y hombros, apartadas, y en el pecho abierto; y en donde has de cargar más la consideración es en aquel Divino Corazón, que no solo padecía mortales angustias por la abertura del pecho, que es el muro que lo defiende y conserva; sino que de las manos, comunicándose el dolor por los nervios y venas, y de una y otra al corazón que está en medio, era atravesado con tan vivas lancetadas de dolor, que es imposible ponderarlo; y así debes entender que por instantes agonizaba, y se quedaba como muerto; y a todo esto lo que llegaba a sus santísimos oídos eran blasfemias, oprobios e injurias.
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