Todo tiene su momento

in #selflove7 years ago

Mi infancia fue bastante centrada, creo que el resto de mi vida lo sigue siendo. Siempre he vivido bajo el slogan "cada cosa tiene su momento", y debo decir que no me ha ido tan mal con ello. No fui de esas niñas que se escapaban de sus casas a medianoche para reunirse con sus amigos en una fiesta a la que, casualmente, sus padres no la dejaron ir. Tampoco me gustó nunca mentir sobre hacia dónde iba para, una vez más, escaparme.

Y no, no mentía, sólo no decía a dónde me dirigía, nunca me gustó compartir más de la información necesaria con mis padres. Con el paso de los años entendí que era algo necesario, aunque a veces me rehuso a dar información, porque las malas costumbres siempre tardan en morir.

No fumé en el colegio tampoco, a pesar de que casi todos en mi aula iban a escondidas a comprar cigarrillos para fumar a escondidas, lo encontraba más bien absurso, ¿qué va a hacer una niña fumándose un cigarrillo si aún usa falda escolar? Nunca lo vi mal por ser "mujer", lo vi mal por la edad que tenía.

Mis amigas conocieron las discotecas desde muy temprana edad, muchos miembros de mi familia también, pero yo nunca le vi sentido, la primera vez que pisé un sitio nocturno (para bailar) fue a los 19 años, más o menos. Ahora, quiero recalcar que esto tampoco lo hice porque "no fuese un lugar para señoritas", lo hice porque sentía que no era aún momento de esa etapa, al menos no en mi vida.

Aprendí desde muy pequeña que nunca debes arrepentirte de las cosas buenas que hagas -y de las malas tampoco-, bajo esta modalidad, nunca me dio miedo conocer gente por internet, ya fuese por Twitter o Facebook. En este plan conocí a mi primer novio. Diego era hermoso a mis ojos, era un chico de cabello rubio con la piel más bien trigeña y unos ojos verdes que me hacían perder la noción del tiempo. Comenzamos de la forma "convencional" en aquel entonces, él me envió una solicitud de amistad y yo pensé "¿por qué no?", lo acepté en Facebook y comenzamos a hablar todos los días, a cada momento, mientras ambos pudiéramos, el detalle es que yo hacía lo imposible porque pudiéramos.

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No lo conocía aún en persona, pero ya teníamos nuestros respectivos números telefónicos (sms people, el WhatsApp no había llegado a nuestras vidas aún). Yo siempre tenía saldo, pues siempre quería hablar con él, y si él no podía, yo le compraba tarjetas de saldo para que pudiéramos hablar. Muchas de mis amigas me juzgaban, porque según ellas él debía hacer el esfuerzo, como lo hacía yo.

Realmente nunca me importó, no lo veía como algo de "el hombre debe estar ahí para la mujer" sino simplemente como lo que era, si yo quiero hablar contigo y tú no tienes cómo comprar una tarjeta telefónica, yo te la compro, punto.

El tiempo pasó y dejamos de hablar porque él insistía en que no era bueno para mí, que él sólo hacía daño. Decidimos cortar relaciones por lo sano, ya que nadie puede obligar a alguien a estar donde no quiere.

Pasaron unos meses, no recuerdo bien (tal vez fueron años), y nos volvimos a encontrar, pero esta vez yo estaba decidida a que él no iba a arruinar esto sin darnos una oportunidad al menos. Así que hablamos, y fui a su casa con el corazón en la boca. ¡Por fin lo vería en persona!

Debo admitir que iba idealizada, esperaba a un caballero, a alguien que me tratara de la mejor forma posible en la vida, porque así era como me trataba en redes, pero me encontré con alguien que no me tomó en cuenta la mitad de la tarde que estuve ahí, nerviosa y en mi uniforme de pre-militar (con gorrita y todo).

Me fui de ahí con una desilusión terrible, porque así como me di cuenta de que no le importaba, me di cuenta de que yo le quería, y mucho.

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No volví, a pesar de que no dejamos de hablar, cuando entré a la universidad, volvió a invitarme a su casa y yo, enamorada como ya estaba, fui. Fue un poco diferente, más atento, más cálido, me presentó a su familia como su novia, y me sentí la mujer más feliz del mundo.

Pasó el tiempo y seguimos saliendo, él era (no sé si aún lo sea) futbolista, y nunca me invitó a ninguno de sus juegos. No me tomó en cuenta jamás para otra cosa que no fuese estar en su casa, nunca vino a casa a conocer a mis padres. Llegué a pensar que nuestra relación sólo existía del portón de su casa para adentro... debo admitir que aún lo pienso.

Un buen día decidí que era hora de un cambio, mi cumpleaños 18 estaba a la vuelta de la esquina y mi costumbre era siempre hacer algo diferente con mi apariencia. Ese año me corté el cabello por encima de los hombros, y creo que se me veía precioso. Todos los que me veían no me reconocían, por supuesto, pero cuando se daban cuenta de que era yo, quedaban encantados con mi nuevo aspecto, y debo decir que yo me sentía como una princesa.

Visité a Diego ese mismo día de mi cambio, si mal no recuerdo, salí de la peluquería y fui directo a su casa llena de emoción. Creo que ahí me di cuenta, tantos meses después, ahí fue cuando abrí los ojos a la realidad que me atormentaba en sueños por no aceptarla. La primera en verme fue su madre, también fue la primera en decirme que me veía increíble.

Cuando él me vio, su rostro cambió totalmente, en lugar de decirme que me veía preciosa (que era lo que yo esperaba, tonta de mí), me dijo algo que se quedó grabado en mi mente hasta el día de hoy: "¿qué te hiciste? Pareces una prostituta de Las Laras". Para los que no lo saben, que asumo son muchos, Las Laras es una zona a las afueras de mi ciudad donde se aglomeran travestis que son, bueno, prostitutas.

Creo que está de más explicar cómo me sentí, la humillación más terrible que he vivido hasta hoy ha sido esa. Lo positivo es que ese día fue el último en el que la opinión de los demás sobre mí me importó. Gracias a él comprendí que no importa y nunca va a importar la opinión de los demás sobre tu aspecto siempre y cuando tú te sientas feliz contigo mismo. Todo tiene su momento, este fue el mío.

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Nadie tiene derecho a hacerte sentir menos, porque nadie es más que tú. Eres hermoso como eres, con el corte de cabello que sea, con la ropa que te guste, con tatuajes y sin ellos, eres perfecto porque eres tú, y si tú te lo crees y te lo vives, ¿qué importa que los demás crean esto o aquello de ti?

Seamos felices, eso es lo único que importa.