Sndbox Summer Camp Writing - Task 2
Rostro completamente teñido en sombras oscuras y una sonrisa convertida en una mueca inquietante, ocasionaba tanto miedo como fascinación. Es exactamente esa figura devastadora, insólitamente carnal que resulta casi semejante al de nuestra cultura, estupefacta por los espectros, demonios, espíritus andantes, villanos, pero principalmente... por la maldad humana. Porque el mal existe, por supuesto que sí, y casi siempre es humano. Porque la nueva Era enseñó al hombre que sus delirios más perversos y temores malignos provienen de sí mismo más que de cualquier otra cosa sobrenatural. Los engendros dejaron de tener el cuerpo de criaturas mitológicas e imaginarios y comenzaron a parecerse al del hombre moderno. Ese elemento es inconcebible y la mayoría del tiempo desconcertante, es el gran enigma que aún conserva el alma del hombre. Arthur Nietzsche es el caos. Salvaje, sin medida. No hay límites en su visión del horror como belleza y el pánico como herramienta. Aquellos que alguna vez le han puesto un ojo encima nunca olvidan la indescriptible incitación que despierta su presencia. Su cabello es largo y lacio, negro como el azabache y evoca una finura como el lino. Traviesos rizos descansan sobre sus hombros. El continuo movimiento de sus ojos irradian inocencia y pureza, y sin embargo a último momento resultan ser despiadados, calculadores y aterradores. Su piel es pálida y suave como la más costosa porcelana; una exquisitez inalcanzable por los cisnes o cualquier otra maravillosa creación de la naturaleza. Acostumbra a lucir ropajes elegantes; chaquetas con solapas, pantalones de mezclillas y botines brillando en pulcritud. Sus dedos, cubiertos de anillos de plata que resaltan la tintura de sus viejos tatuajes. Se desplaza ágilmente, planificando cada paso con precisión. Nunca está preocupado. Arthur no ve en el interior de las almas, ni en los corazones de mujeres. No empuña la espalda en campos de batalla, ni tampoco reaparecen alas mágicas cuando le colman la paciencia. Sus actitudes demuestran con exactitud lo verdaderamente humano que es. Con voz argentada susurra sensualmente a sus acompañantes los más recientes pecados y hay una escasa cantidad que logra resistirse a sus tentaciones... ''Ven, aquí conmigo. Toma mi mano, paladín. Quédate para siempre. Olvida a tu familia, a tus amigos y seres queridos. No existe deseo que no pueda concederte, ni ansia que no alcance a completar. Eso es, únete a mí. Mi querido querubín. Nadie puede amarte como yo. Tengo tanto que enseñarte, placeres que disfrutar. Vamos, acércate a mi lado.''
La noche está fría y el viento golpeando levemente su cara. Va a mitad de camino, entre las penumbras de lo desconocido y con la desesperante ilusión de saciar lo inmoral. Sus piernas se mueven de la misma manera a pesar de desconocer su propio destino. Las calles solitarias de Tennessee y los típicos policías barbudos tumbados en asientos polvorientos indican que no ha sucedido ningún incidente desde hace mucho tiempo. Tal vez merecían una persona con más clase. De repente lo presenció. Incontables cuerpos inmóviles en cada rincón, almas por doquier huyendo despavoridas en un intento por salvar sus vidas, patéticas, atemorizadas, creyendo que tendrían un escape. Pestañeó. Aquello último parecía una alucinación, un viejo recuerdo. Imágenes fugaces de su anterior crimen en Atlanta. Y como deseó que aquello verdaderamente estuviese sucediendo. Como deseó volver a sentir la adrenalina desbordando de sus venas como océanos. ¿Realmente somos la única especie que ataca premeditadamente y no por instinto? Tal vez no sólo se trate de supervivencia, ni defensa propia. Quizá exista algo más. Una sociedad capitalista en la que nos hayamos sometidos y tengamos que luchar por mantener un privilegio, un honor, una posesión. Es un, irremediablemente afán por poseer terrenos privados, delimitar un goce ajeno. Arthur era un claro ejemplo de ello; una moneda de dos caras. En momentos de exigencia aflojaría sus noblezas, lealtad, protección, ingenio y afecto. Luego fácilmente podría revelarse y mostrar lo peor, masacres, destrucción, cinismo, hasta empatía.
Prontamente se vio recostado en el paredón de un maloliente callejón; los tubos de vapor explotarían en cualquier instante. Ya no hacía tanto frío como minutos atrás. Rebuscó en su bolsillo hasta encontrar un paquete de cigarrillos, colocó uno entre sus labios y rápidamente llevó un encendedor directo a él, dando una primera calada. El sonido ensordecedor de unos pasos opacó su silencio. Tacones chocando un material rústico, precisamente. Avanzó, dejando ver su figura. Su inesperada víctima había llegado. La acechó tal cual cazador a su a presa, dando por cerrada la única salida del callejón. Su rostro cambió repentinamente. No era un cualquier mártir. Era una mujer quien había conocido la noche pasada, en el condado, la misma que se había ofrecido a prestarle de su pluma. Era bastante atractiva, incluso cuando la luz tenue opacaba parte de su rostro y ocasiona un extraño brillo en sus ojos. De pie en aproximadamente un metro con sesenta. Castaña, delgada y un bronceado que cualquier otra envidiaría. Vestía un uniforme de empleada y olisqueaba a comida rápida. Era joven, tal vez le calculaba unos veinte años, sin más ni menos. No recordaba su nombre... Tal vez Eli... Eli... ¿Elizabeth Fells? Sí, así era.— ¿Te sientes afortunada hoy?
—Disculpa... —Murmuró, casi con nerviosismo. Y se detuvo, queriendo tragarse la lengua.— Te vi pasar por aquí. Creí que estabas perdido o algo así.
—No. —Esbozó una sonrisa. Su tono de voz derrochaba profesionalidad. Un hombre de ideales, anárquico, justiciero, leal.— De hecho, pasaba a dar una vuelta y conocer el lugar, ya sabes. Una buena compañía no me sentaría mal. Enseñó sus dientes con la más amplia sonrisa que encontró, y la mujer sabía lo que aquello significaba, pero tampoco quería hacer un esfuerzo por detenerlo.
Esta era probablemente el inicio de una perdición. Era así como jugaba sus partidas, esbozando los hoyuelos a un lado de sus mejillas y apretando su mandíbula en una frase agraciada. Cualquiera podría relacionarlo con un peregrino si el reloj en su muñeca no brillase tanto, pero era el incomparable diablo a la moda.
Cuando Arthur abandonó su fraternidad y prometió consagrar su alma al servicio de su antiguo bando, nadie podría afirmarlo, pero se rumorea que en el remoto pasado fue miembro del Cartel Sywld; uno de los Carteles más poderosos que se dedicaban a la extorsión, tráfico de niños, prostitución, lavado de dinero y delitos informáticos. En uno de los encuentros con sus enemigos, éste les puso collares de espinas y les obligó a caminar en cuatro patas como animales para divertir a su amo. Entre carcajadas y sonrisas burlonas les azotaba los muslos hasta convertirlos en carne tierna. La cortó en picadillos y se la dio de comer a sus mascotas: ¿Qué tan fiel es un perro cuando está hambriento? ¡Desgraciados aquellos que intenten enfrentarle a Arthur, la mano derecha de Aquiles! Por su parte, nunca tuvo escrúpulos, ni pensaba tenerlos. La mayor parte de sus contrincantes acababan abandonando su puesto de lucha antes de levantarle un dedo. Nadie se atrevía a sus temibles amenazas, ni a su belleza angelical. El precio de caer a sus pies no sólo significaba un dolor físico, sino también perdición del alma. Transcurridos pocos días y como buen mercenario independiente acabó traicionando a su señor, dejándoles en quiebra y huyó lejos. Sywld fue borrado del mapa. Nadie sabe de su parada actualmente.
Elizabeth mantenía sus piernas presionadas contra voluminosa cintura de Arthur. Sus brazos rodeando fuertemente el cuello ajeno, limitándose a caer por los recientes choques de ambos al no encontrar la habitación asignada. Habían llegado al hotel más cercano del pueblo, o mejor dicho, el único hotel que yacía en aquel lugar. Los cotilleos no tardarían en correrse la mañana siguiente. Ojos inyectados en sangre y alientos inundados de alcohol delataba con certeza lo que había sucedido horas atrás. Por otro lado, visitantes llegaban cada tanto y la recepcionista había obtenido sobre la mesa una buena cantidad de dinero y propina extra para los demás empleados, la suficiente como para no negarles el derecho de entrada a pesar de su condición.
Entre tantos intentos fallidos logró introducir la llave en la manilla deteriorada. Los besos comenzaron a extenderse, por el cuello, pómulo y mandíbula. Los choques de lengua, las mordeduras violentas, los apretones de muslos y las caricias continuas reaparecieron. Leves jadeos femeninos se apresuraron en molestarle el oído. Por su lado, Arthur y su creciente necesidad de romper los paradigmas. Su apetito se movía por la destrucción y más que eso, algo más cercano a la percepción de una cultura como una ruptura con la inocencia del bien. ¿Qué era verdaderamente lo que su impulso exigía? No tenía un plan. Nunca lo tenía. La vida de sus víctimas estaba completamente a su merced, delicadamente reposando en sus manos. La gente tiene planes. Los policías tienen planes. La mujer sobre sus piernas tiene planes. Estudian sus presas. Saben lo que quieren y cuándo. Lo esperan con paciencia, lo analizan y reaccionan. Malgastan su tiempo en tonterías. Van por la vida estableciéndose tareas. Él sabe demostrarle lo patético que se miran y jamás se convierte en algo personal. Puede hacer lo que desee y cuando quiera. Comprar dinamitas y crear un espectáculo, de la misma manera que podría centrarse en hacerle sufrir una muerte lenta. Destrozar su cráneo, desprender sus extremidades o simplemente dejarle ir.
La mujer bailaba al ritmo del Blues. Sus prendas tendidas por cada rincón de las cuatro paredes y el suave olor a antigüedad comenzaba a taladrarle las fosas nasales. No obstante, se hallaba lo suficientemente perdido en su anatomía y el vaivén que ejercían sus caderas de un lado a otro. Se levantó del sillón y se dirigió hacia su al frente, buscándola despacio con la mirada. Sus dedos se pasearon por la comisura de sus labios, hasta dirigirse a su cabello y repetir el ciclo.— ¿Ellos están por venir, no? —Murmuró. Y los músculos se le tensaron.— Y me han enviado a un lindo corderito. —Acercó sus labios hasta rozarlos con los contrarios. Los besó con la misma fuerza, mientras en un desliz sacaba su pequeña navaja del bolsillo delantero. Un brazo le rodeó la cintura con la intención de que no se alejara y el otro había llegado a presionarle la mejilla con el filo. Sin prejuicios, cortó con suma facilidad, de un extremo a otro. Tanteando, jugando, explorando dentro de la misma. La castaña gemía de olor, lloriqueaba en un vano esfuerzo por zafarse de su agarre. La empujó contra la pared, negándole otro movimiento en el cual contraatacara. Podía sentir las emociones con tan sólo un pequeño objeto. La pulcritud comenzaba a abandonar su cuerpo.— Tu padre no sonreía mucho. Pero ahora te he hecho un favor. Ya no serás como él. Cuando Arthur acabó con la vida del líder de los Kuhr, sus templarios habían jurado ante la llama que acabarían con Arthur o morirían en el intento. Pero antes de haber iniciado la batalla, los templarios habían quedado convertidos en esclavos balbuceantes del más mínimo capricho. Desde entonces y por años, sus descendientes luchaban por cobrar una merecida venganza. Elizabeth era una de ellos. Lo supo desde el primer día en que tomó su mano y olió su presencia. La cicatriz en sus costillas y el tatuaje característico de su tobillo. Tomarla como rehén había sido una buena excusa para divertirse y demostrar su honor, de lo que era capaz.
Ahora todo lo que veía era rojo intenso a su alrededor, salpicando, la inigualable sangre bañando el suelo y el delicioso olor metálico. Se decidió por dejarla vivir. Ya no era un cabo suelto, eran varios, en distintos puntos de aquel triste pueblo. Vendrían en cualquier minuto, lo sabía. Estaba listo para el placer que aquello traería y los crímenes que vendrían por detrás. Oyó pasos a lo lejos, acercándose. La puerta se abrió detrás de él y por ende, un grupo de personas gritaban horrorizadas al presenciar la escena. Sonrió, dirigiéndose al cuerpo desangrándose y se agachó en cuclillas.— Dile a tu jefe que el diablo en persona le envía saludos y un pasaje gratis al infierno. —Se limpió las manos en su chaqueta en medio de aquel grupo de caras de pánico. Salió pensando a dónde se dirigiría esta vez. Tal vez recorrer todo el mundo. Explorar los desiertos, islas abandonadas, aeropuertos vacíos, carreteras sin tráfico. Sí estaba seguro de una cosa, ya no escaparía, atraería a sus presas directo a la boca del lobo.
Continuará...
English version
Face completely stained in dark shadows and a smile turned into a disquieting grimace, caused both fear and fascination. It is exactly that devastating, unusually carnal figure that is almost similar to that of our culture, stunned by ghosts, demons, walking spirits, villains, but mainly... by human evil. Because evil exists, of course it does, and it is almost always human. Because the new Age taught man that his most perverse delusions and evil fears come from himself more than from any other supernatural thing. The denizens ceased to have the body of mythological and imaginary creatures and began to resemble that of modern man. That element is inconceivable and most of the time disconcerting, is the great enigma that still retains the soul of man. Arthur Nietzsche is chaos. Wild, without measure. There are no limits in your view of horror as beauty and panic as a tool. Those who have ever laid an eye on him never forget the indescribable encouragement that his presence arouses. His hair is long and straight, black as jet and evokes a fineness like linen. Naughty curls rest on your shoulders. The continuous movement of his eyes radiate innocence and purity, and yet at the last moment they turn out to be ruthless, calculating and terrifying. His skin is pale and smooth like the most expensive porcelain; a delicacy unattainable by swans or any other wonderful creation of nature. He usually wears elegant clothes; jackets with lapels, denim pants and booties shining in neatness. His fingers, covered with silver rings that highlight the tincture of his old tattoos. It moves nimbly, planning each step with precision. He is never worried. Arthur does not see inside the souls, nor in the hearts of women. He does not wield his back on battlefields, nor do magical wings reappear when he is patient. Their attitudes demonstrate exactly how truly human they are. With silvered voice whispers sensuously to his companions the most recent sins and there is a small amount that manages to resist his temptations... "Come, here with me. Take my hand, paladin. Stay forever. Forget your family, your friends and loved ones. There is no desire that I can not grant you, nor a desire that I can not complete. That is, join me. My dear cherub. Nobody can love you like me. I have so much to teach you, pleasures to enjoy. Come on, get close to me.''
The night is cold and the wind is slightly hitting his face. It goes halfway, between the gloom of the unknown and with the desperate illusion of satisfying the immoral. His legs move in the same way despite not knowing his own destiny. The lonely streets of Tennessee and the typical bearded police lying on dusty seats indicate that no incident has happened for a long time. Maybe they deserved a person with more class. Suddenly he witnessed it. Countless bodies immobile in every corner, souls everywhere fleeing in terror in an attempt to save their lives, pathetic, frightened, believing that they would have an escape. Blinked. That last seemed like a hallucination, an old memory. Fugitive images of his previous crime in Atlanta. And how he wished that was really happening. How he wanted to feel the adrenaline overflowing from his veins like oceans. Are we really the only species that attacks premeditatedly and not instinctively? Maybe it's not just survival or self-defense. Maybe there is something else. A capitalist society in which we have submitted and we have to fight to maintain a privilege, an honor, a possession. It is an irremediably eager to own private land, delimit a foreign enjoyment. Arthur was a clear example of it; a two-sided coin. In moments of demand, he would loosen his nobility, loyalty, protection, ingenuity and affection. Then he could easily reveal himself and show the worst, massacres, destruction, cynicism, even empathy.
He soon found himself reclining on the wall of a smelly alley; the steam tubes would explode at any moment. It was not as cold as minutes ago. He rummaged in his pocket until he found a packet of cigarettes, placed one between his lips and quickly took a lighter straight to him, taking a first drag. The deafening sound of footsteps overshadowed his silence. Heels hitting a rustic material, precisely. He moved forward, revealing his figure. His unexpected victim had arrived. He stalked her as a hunter to her prey, closing the only exit from the alley. His face changed suddenly. He was not a martyr. It was a woman he had met last night in the county, the same one who had offered to lend him his pen. She was quite attractive, even when the dim light dimmed part of her face and caused a strange glow in her eyes. Standing at about one meter with sixty. Chestnut, thin and a tan that any other would envy. She wore an employee uniform and sniffed fast food. He was young, maybe he thought about twenty years, without more or less. I did not remember his name... Maybe Eli... Eli... Elizabeth Fells? Yes, it was like that.— Do you feel lucky today?
—Excuse me. —He murmured, almost nervously. And he stopped, wanting to swallow his tongue.— I saw you go through here. I thought you were lost or something.
—Do not. He smiled. His tone of voice lavished professionalism. A man of ideals, anarchic, justiciero, loyal. —In fact, happened to take a turn and know the place, you know. A good company would not sit me down. She showed her teeth with the widest smile she could find, and the woman knew what that meant, but she did not want to make an effort to stop it either.
To be continue...
This was probably the beginning of a doom. That was how he played his games, sketching the dimples on the side of his cheeks and squeezing his jaw in a graceful phrase. Anyone could relate it to a pilgrim if the watch on his wrist did not shine so bright, but it was the incomparable devil in fashion.
When Arthur abandoned his fraternity and promised to consecrate his soul to the service of his old side, no one could say so, but it is rumored that in the remote past he was a member of the Sywld Cartel; One of the most powerful posters that were dedicated to extortion, child trafficking, prostitution, money laundering and computer crimes. In one of the encounters with his enemies, he gave them necklaces of thorns and forced them to walk on four legs like animals to amuse their master. Between laughter and mocking smiles, they whipped their thighs until they became tender flesh. He cut it into pieces and fed it to his pets: How faithful is a dog when it is hungry? Woe to those who try to confront Arthur, Aquiles right hand! On the other hand, he never had scruples, nor thought to have them. Most of his opponents ended up abandoning their fight position before lifting a finger. No one dared to fear his threats, or his angelic beauty. The price of falling at his feet not only meant a physical pain, but also a loss of soul. After a few days and as a good independent mercenary, he ended up betraying his master, leaving them bankrupt and fleeing far away. Sywld was deleted from the map. No one knows of your stop currently.
Elizabeth kept her legs pressed against Arthur voluminous waist. His arms encircling the neck of others, limiting himself to fall by the recent collisions of both when not finding the assigned room. They had arrived at the nearest hotel in town, or rather, the only hotel that lay there. The gossip would soon be running the next morning. Eyes injected with blood and spirits flooded with alcohol betrayed with certainty what had happened hours ago. On the other hand, visitors arrived every so often and the receptionist had obtained on the table a good amount of money and extra tip for the other employees, enough to not deny them the right of entry despite their condition.
Among many failed attempts managed to enter the key in the damaged handle. The kisses began to spread, by the neck, cheekbone and jaw. The tongue clashes, the violent bites, the thigh grips and the continuous caresses reappeared. Mild feminine gasps rushed in to annoy her ear. For his part, Arthur and his growing need to break paradigms. His appetite was moved by destruction and more than that, something closer to the perception of a culture as a break with the innocence of good. What was really what his impulse demanded? I did not have a plan. I never had it. The lives of his victims were completely at his mercy, delicately resting in his hands. The people have plans. The cops have plans. The woman on her legs has plans. They study their prey. They know what they want and when. They wait for it patiently, they analyze it and they react. They waste their time in nonsense. They go through life establishing tasks. He knows how to show him how pathetic they look and never becomes personal. You can do what you want and when you want. Buy dynamites and create a show, in the same way you could focus on making him suffer a slow death. Destroy his skull, detach his limbs or just let him go.
The woman danced to the rhythm of the Blues. His clothes stretched out on every corner of the four walls and the soft smell of antiquity began to pierce his nostrils. However, he was sufficiently lost in his anatomy and the swaying of his hips from one side to the other. He got up from the chair and went to his front, looking slowly with his eyes. His fingers moved to the corner of her lips, to go to her hair and repeat the cycle.— They are coming, right? He murmured. And the muscles tensed. —And they sent me a cute little lamb. He closed his lips until he brushed against the opposites. He kissed them with the same force, while in a slip he drew his little knife from his front pocket. One arm wrapped around his waist so that he would not move away and the other had come to press his cheek with the edge. Without prejudice, he cut with extreme ease, from one end to the other. Experiencing, playing, exploring within it. The chestnut moaned with odor, whimpered in a vain effort to get out of his grip. He pushed her against the wall, denying him another move in which to counterattack. I could feel the emotions with only a small object. Neatness began to leave his body.— Your father did not smile much. You will not be like him anymore. —When Arthur ended the life of the leader of the Kuhr, his templar had sworn before the flame that they would finish Arthur or die in the attempt. But before they had begun the battle, the Templars had been turned into babbling slaves of the slightest caprice. Since then and for years, his descendants struggled to collect a deserved revenge. Elizabeth was one of them. He knew it from the first day he took her hand and smelled his presence. The scar on his ribs and the characteristic tattoo of his ankle. Taking her hostage had been a good excuse to have fun and show her honor, of what she was capable of.
Now everything he saw was bright red around him, splashing, the unequaled blood washing the floor and the delicious metallic smell. He decided to let her live. It was no longer a loose end, there were several, in different parts of that sad town. They would come at any minute, I knew it. I was ready for the pleasure that it would bring and the crimes that would come from behind. He heard footsteps in the distance, approaching. The door opened behind him and therefore, a group of people shouted in horror when they witnessed the scene. He smiled, addressing the body bleeding and crouched on his haunches.— Tell your boss that the devil himself sends greetings and a free passage to hell. —He wiped his hands on his jacket in the middle of that group of panicked faces. He left thinking where he would go this time. Maybe go around the world. Explore the deserts, abandoned islands, empty airports, roads without traffic. If he was sure of one thing, he would no longer escape, he would attract his prey directly to the mouth of the wolf.
To be continue...
PS: Well I said in my previous publication, Spanish is my native language. However, for more convenience I did not want to miss the opportunity to transcribe it in both. Here is my result. I hope you like it. All the love. x