Primer cachito compartido con el mundo, del mundo de los Gnomitos.
Tengo un libro inacabado. Un libro maldito. Lleno de insensatez, demencia y desatinos. Pero sobre todo de vocablos raros e incongruentes destinos.
Intento no escucharlo, pero insiste mucho en ser escrito. Desde siempre, desde hace años taladrando...
No es nada y es todo. Es un torrente golpeando, una verborrea insomne que no calla, una locura, un sin sentido con muchos significados. Siempre he temido compartirlo, no entiendo el por qué. Pero éste sin lugar a duda, va a ser por fin el sitio.
Así que por fin, ve la luz. Aquí quedará amparado. Hasta que me decida, lo ensamble, lo deje respirar y lo termine para publicarlo.
Mientras tanto, aquí estamos. Primer cachito de uno de los capítulos de mis Gnomitos:
[...] Como en occidente, como entre la niebla deambula el fantasma por su mala fama, por su propio peso y peor cabeza el indigno cae. Y la tierra, la vida da por la hierba muerta, tan de vez en cuando, conmigo... como trepa la hiedra, trepan los malandros, mientras sepan ser de entre la rasposas piedras, igual de bien y transparente.
Mientras el gnomito, frente a su madre, la vida ante algún despojo y humano con las tripas fuera, su papito hizo papilla, hasta hacerlo muerte. Para tener, no solo en paz la noche, sino sencilla, ¡corre! niño ve y ¡ponte las zapatillas! Vive o muere... ¡sueña o grita! estalagmita de la mía vita, susurro del mal naciente en lugar del solecito, el frío y el mal visito, ¡caray! siembra la frente, poquito a poco, lo mío es tuyo y lo que venga aprendido por sabido se tenga, aunque si a estas alturas de la vida estás perdido, pues date por muerto, o perjura de tu aventura. Mandrito ser de lo incierto, que dudas de la envoltura, encajando el argumento por doquier el alimento, exánime cuerpo recorre, abriendo las termas del cuerpo...
En la octoaba pendiente de un sin fin de miles, de millones, de cachitos incontables de espacio-tiempo, de las mil y una raíces, extraigo lo que coge. Sabio tu ser te responde y te dice: no hagas sordos tus oídos, que desde los antiguos tiempos, los más sabios incrustan o al menos lo intentan, en sus raizales y en sus timpanitos, si entra un secreto, no sale. Fielmente, sin sesera, sin final, ni rumbo, truena en su garganta lo de siempre, lo que es costumbre, ciego, cojo y manco, en la sien de muerte herido. Pero bárbaro. [...]