Sueño Eterno

Te veía sumergida en aquel sueño profundo que cada día parecía más eterno y contemplaba el castigo de Morfeo en ti, no sabría decir que tiempo llevo asistiendo a este maldito hospital siempre con la misma rutina, un ramo de flores, una dulce de chocolate que dejo en tu mesita de noche esperando que alguien que no sea la señora de limpieza se lo coma. Cada día vestía mi mejor traje e iba a verte en aquel ahora maldito hospital, creo que toda tu vida has estado allí, desde niña siempre te seguí, una vez cuando pequeño me rompí el brazo y en ese hospital fue que te conocí, la niña más bella que mis ojos jamás vieron, te pregunté el por qué estabas allí y nunca supiste que responderme, me gustaste y desde esa tierna edad juré que algún día me casaría contigo, así que esperé, me gradué en medicina esperando ayudarte a salir de esta extra enfermedad que te abatía pero mi fobia a la sangre no me hizo ejercer la carrera correctamente. Cada día siempre me esperabas sonriente sentada en aquella cama y a veces caminábamos por los pasillos y los corredores del hospital al menos fue así hasta que cumpliste los veintitrés y quedaste postrada en aquella cama, igual, aunque con ojos tristes me mirabas y sonreías porque siempre te decía "Saldremos de esto mi vida" Jamás pensé que la esperanza dolería tanto.

Cuando era niño me aterraba las historias que me contabas, me hablabas sobre un mundo lleno de huecos y túneles que parecían no tener fin, lo describías con tal majestuosidad que más que una invención de verdad parecías vivirlo, aquellos eran tus sueños, tus incomodos y largos sueños. Pues por eso estabas en el hospital, desde niña habías sido diagnosticada con un problema de la cique, aquel era la incapacidad para despertar de tus sueños, sueños que comenzaron durando ocho horas, luego doce horas, quince horas y llegaste a la cumbre cuando a veces pasabas quince días dormida, soñando y en total parálisis. Cientos de especialistas tomaron tu caso pero fue inútil, aquello era único, casi imposible, pero tú eras la prueba viviente. Te agradezco que fueses tan condescendiente conmigo, no contabas tus anécdotas con nadie más, puesto te aterraba y te hacía llorar el pensar en ello, pero conmigo no, siempre me contaste todo, y lo que de niños eran terrores nocturnos y pesadillas extrañas, Cuando adultos tus sueños eran más dolorosos, pues me contabas que estabas sola, sola en una oscuridad infinita, sola en una ciudad abandonada, sola en una quietud aterradora, más aún, que tus sueños dentro de tu mente parecían ser más largos. La primera vez que te fuiste a soñar por mucho tiempo que de verdad me asusto y me hizo llorar incontrolablemente, fue cuando tenías quince años, te fuiste por cuatro días y aunque cuando regresaste todo mi mundo volvió a erguirse, nuevamente se derrumbó cuando no me recordabas, cuando no sabías dónde estabas o qué hacías allí. Algunos doctores suponían que una parte de tu cerebro en algún punto se desconectó perdiendo muchas neuronas y rompiendo algunos hipocampos, eso quizás habría creado una laguna mental, tomó un mes de terapia de fotos y videos para que volvieras a recordar a tus padres, a mí y sobre todo quien eres. Durante todos esos años que pasamos juntos me diste muchos más sustos de esa naturaleza, nunca estuve preparado para eso, aquella maldita enfermedad parecía un juego cruel de parte de un Dios malévolo que se burlaba de nosotros desde algún lado.

Los últimos días que te vi fueron los más dolorosos de mi vida, quizás por ello ya no puedo sufrir, ya no siento pena o dolor ajeno, tus sueños, ya no de vez en cuando sino ahora cada vez que dormías, lo hacias por varios días sin despertar, ni los electrochoques, ni ningún otro estimulo físico te hacía volver al plano natural, cuando finalmente despertaste, luego de varios días de sueños, ya no eras tú. seria, sin alma, sin emoción, no parpadeabas ni bostezabas, te hablaba, te hacía muecas, pero era como hablar con un muñeco, días pasaron y así siguió todo, no comías, no te comunicabas de ninguna forma, no tomabas agua ni ibas al baño, eras como un cascarón vacío, fue entonces cuando me di cuenta de que la mujer que amaba había muerto.

Nunca deje de visitarte, nunca deje de llevarle flores, nunca dejé de conversar con tigo, así fuera en vano. En alguna noche de una fecha que omito, no me fui a casa, me quedé sentado en la silla de visitantes al lado de tu camilla, por pura casualidad me levanté a oscuras, debían ser quizás las dos o tres de la mañana, y allí te vi observándome, me devolvías la mirada con tristeza y miedo y antes de que pudiera decir algo, puesto estaba anonadado por ver una expresión dibujada en ti, sonreíste y luego de cuatro semanas despierta y sin parpadear, dormiste, desde entonces jamás despertaste y mi corazón que siempre estuvo contigo reciente la soledad que debes sentir al estar atrapada allí, sola en ese sueño eterno.