Sylas Rättvisa
Lo había hecho de nuevo. No fue esa su intención pero ya era tarde. Retiró sus manos del ahora fracturado cuello de la puta y la observó... De alguna manera extraña le pareció mas atractiva una vez muerta, exceptuando los ojos rojos producto del ahorcamiento o la cocaína, quizás ambos. Le cerró los ojos sin ningún cuidado particular, mas como un bofetón espantando un insecto molesto que como un gesto de remordimiento.
Apartó la vista de ella y centró su atención en las pequeñas prendas de ropa esparcidas por el suelo, empezó a revolverlas y a rasgarlas en busca de algo de efectivo. Siempre le había costado creer lo tacañas que eran las putas, cobraban como si fuesen algo exclusivo y aun así vivían en un estado constante de deterioro... Algo de dinero encontró, no demasiado pero era suficiente para el trayecto de regreso a casa.
Se sentó en el borde de la cama con el cuerpo a su espalda. Envolvió el cuerpo en la gruesa colcha del motel, entreabrió la persiana y vio que el único auto en el aparcamiento era su Ford Fairmont, ninguna de las otras persianas estaba abierta, ni siquiera un poco. Era un poco incómodo cargar peso muerto en una colcha grande pero el cadáver entró sin problemas en el amplio maletero del auto. Condujo durante hora y media hasta la entrada de la parcela en la que vivía con su padre, luego fueron al menos diez minutos de camino de tierra y baches hasta la entrada de la casa. Cerró la puerta y abrió el maletero, su corazón latía con violencia, lo sentía golpear su pecho. Entro a la casa y allí estaba su padre, con la televisión y la radio encendidas a un alto volumen mientras leía el diario.
-¿Cómo te ha ido? - Dijo sin levantar la mirada del articulo que leía.
Empezó a sentir el sudor en la espalda y entre las axilas.
-No lo has hecho ¿Verdad? - Dijo su padre mientras dejaba el diario de lado y se frotaba los ojos.
El vómito fue suficiente respuesta. Su padre tomó el banco con agresividad, sin molestarse en retirar los lentes que en el había dejado, y se lo arrojó. El apenas pudo levantar los brazos y el banco dio en su mano derecha antes de encontrar su hombro.
-¿¡Que tan difícil es lo que lo hagas!? Todo lo que alguna vez has intentado hacer resultó en fracaso.
Las lagrimas empezaron a bajar por su rostro y de su enorme pecho salió un llanto infantil, sus hombros se sacudían al ritmo de sus lloriqueos.
-¡Mírate, por Dios! No puedo decirte nada sin que empieces a llorar. ¡Ni siquiera te puedes acostar con una puta para terminar de hacerte hombre! -Su padre estaba montado en cólera, sus manos, su cuello, su mandíbula, todo el estaba tenso. Le propinó un bofetón. - Saca esa puta de mi casa y anda a enterrarla.
Hizo lo que le dijo su padre y empezó a cavar alrededor del cedro, como había hecho con las tres anteriores. Su anormal tamaño y su gran contextura hacían del cavar una tarea sencilla, poco rato después había terminado y estaba enterrando el cadáver desnudo para luego quemar las ropas como también le había sido indicado. Tiró el cuerpo al agujero y empezaba a llenarlo nuevamente con tierra cuando sobre su frente, perlada de sudor, empezaron a reflejarse unas luces rojas y azules. El sonido de las sirenas era ensordecedor, se llevó las manos a los oídos y había intentado concentrarse en la Ständchen de Schubert como siempre le había dicho su madre mientras aun vivía. Tarareaba las notas mientras se golpeteaba en las sienes con la punta de sus dedos intentando seguir el ritmo. Sentía el olor acre de la tierra perforando sus fosas nasales, algo del polvillo suelto que había quedado de su pequeña excavación se le pegó en la frente cuando recostó esta sobre el suelo. Estaba frío. No escuchaba ya las sirenas pero las luces le aterraban, había algo siniestro en ellas. Recibió un fuerte golpe en la espalda que luego lo mantuvo presionado contra el suelo, unas manos fuertes tomaron sus muñecas y sintió como el frío metálico le inmovilizaba las manos, atándolas ceñidas a su espalda. Lo levantaron por los hombros y lo guiaron a través de los arboles hasta la fuente de aquellas molestas sirenas y las aterradoras luces.
Cuando el y los dos hombres de azul llegaban al claro que representaba la casa, vio cómo sostenían la cabeza de su padre mientras este ingresaba en el auto de las luces. En ese momento recordó, recordó a su madre siendo apaleada hasta la muerte por su padre. Revivió cómo siendo solo un niño vio desde el patio de la casa, a través de la ventana cómo su madre caía a los pies de su padre, rindiéndose a la paliza propinada por este. Recordó también que su padre volvió a casa pero jamás hubo funeral para su madre. Que el cuerpo jamás se encontró. En un irracional ataque de rabia corrió directamente contra la puerta del coche en el que se estaba subiendo su papá, escuchó el grito de dolor cuando la puerta de sólido metal trituro la pantorrilla de su progenitor haciéndola fragmentos.
Sintió un empujón en la zona lumbar izquierda y otro en la zona dorsal derecha, durante unos segundos perdió todo sentido y de la nada se encontró en el suelo con los dos agujeros de bala que le escocían la espalda, quemandole desde adentro. Sentía cómo manaba la sangre, el espeso liquido bajaba pacientemente desde su espalda hasta el suelo hizo acopio de todas sus fuerzas para empezar a gritar.
-¡Están en el cedro! - Gritaba con el particular desgarro del que sufre. - ¡Están todas en el cedro, mamá también! ¡Ayudenlas!
Las luces rojas se mezclaron con haces de luz blanca que le apuntaban a la cara, detrás de esas luces habían hombres, hombres aparentemente sin rostro. Decían cosas pero ninguno hablaba lo suficiente fuerte, Schubert reclamaba toda su atención, la feliz serenata iba in crescendo mientras sus demás sentidos se iban atenuando.
El murió, esos gritos fueron sus últimos estertores de vida. Jamás podría pagar por lo que hizo pero ayudó a que su padre lo hiciera. El remanente del cuerpo de su madre fue encontrado junto con el de las cuatro prostitutas, se conectó con el antiguo caso que tenia la policía aún abierto y con dos mas que, hasta el momento, parecían desvinculados.
Su padre pasaría el resto de su vida en prisión y sin poder caminar por si solo. Su madre no tendría de ningún tipo de descanso. El encontrar sus huesos era mas una maldición que levanta sentimientos ya enterrados en los familiares que una bendición para el alma, si es que existía. Pero se había hecho justicia si es que así se le llama al trauma y al abuso de un infante y cinco asesinatos a cambio de unos cuantos años en el encierro para un hombre ya avanzado en edad.
Ese fue el primer caso de Sylas Rättvisa como detective. El solo había seguido las pistas que el descuidado asesino iba dejando a su paso, no conocía la historia completa pero la conclusión fue definitiva. Arthur Henzen había asesinado a cuatro prostitutas y su padre, Oliver Henzen, a su esposa.
Dicen que el primer caso es el que deja la huella que definirá lo que será el resto de tu carrera y en el caso de Sylas, esa huella fue de sorpresa y asco ante el oscuro manto que dificultaba la visión de la linea que separaba el bien y el mal. Tan difusa para el como para todos los demás solo que, al menos el estaba al corriente de la existencia de esta.
Muy bueno
¡Muchas gracias!
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