Era una mesa para dos, pero solo había una persona sentada, la mesa estaba puesta, bastante elegante, una botella de vino tinto abierta, y una copa adornando sus pálidos dedos, tenía una hora esperando,
—no vendrá ya— pensó. Ya no iba a ir, la había dejado plantada... Otra vez, ¿cuándo iba a aprender? Necesitaba quererse un poco más, él no podía seguir haciéndole eso, otra vez se dejó llevar por las palabras lindas que le dijo, se dejó llevar por algo que no existía.
El líquido color vinotinto danzaba de un lado a otro en la copa que movía en círculos, el movimiento era hipnotizante. Se sentía estúpida, se había puesto el mejor vestido formal negro con un escote sencillo, le llegaba hasta los muslos, dejando ver unas tonificadas piernas, escogió los tacones negros más bonitos qué había encontrado en su armario, le dedicó un largo rato en realizar pequeñas ondas en su cabello negro y se había dedicado un poco más a su maquillaje, que aunque era sencillo tomó su tiempo en hacerlo. Usó sus mejores pendientes y collares para verse más elegante y no tan desnuda.
Hacía juego con aquel costoso lugar. Pero se sentía ridícula, se sentía decepcionada, muchas personas le advirtieron que él haría eso otra vez, qué se comportaría de la misma forma, y ella no les creyó,
—tonta— se dijo así misma, se sentía tonta por no hacer caso, por no haber prestado atención en el momento en que dieron los consejos, y se sentía aun más tonta por creer que se lo decían porqué sentía celos.
Miró a la derecha para poder ver el reloj de la pared, faltaban cinco minutos para que fuesen dos horas esperando por alguien qué no iba a llegar, ¿qué más esperaba para irse?
Bebió de su vino, el liquido amargo pero a la vez dulce, pasó quemando por su garganta, y pensó qué así era la vida, con momentos amargos pero a la vez dulce, pero siempre fuerte
Hizo el pequeño y delicado ademán de llamar al camarero, el cual asintió y se dirigió a la mesa en donde ella estaba con la pequeña carpetita de cuero donde se mostraba la cuenta. Ella llevaba la cuenta de lo que había bebido aquella miserable noche. El muchacho deslizó la pequeña carpeta de cuero en la mesa delicadamente y se retiró. Ella lo abrió para poder dejar el pago del vino y una propina para el camarero, pero lo que había adentro la sorprendió.
“—Eres hermosa, no deberías de esperar por un hombre tan poca cosa...”
Introdujo los billetes entre una de las solapas de aquella carpeta, agarró la pequeña servilleta en donde estaba aquel lindo mensaje, se levantó de la mesa sonriendo y salió de aquel restaurante.
Más nunca dejaría que la volviesen a tratar de esa forma.
© 2020, Franudy Alfaro
Esta publicación ha sido seleccionada para el reporte de Curación Diaria.
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