Borealis — Delirios y Tormentos 4
La señora Ada estaba lavando los platos luego de la estupenda cena que había tenido junto a su marido cuando escuchó un fuerte ruido que provino de la puerta de su casa. El sobresalto fue tal, que el plato que tenía entre sus frágiles manos se resbaló y cayó al suelo, haciéndose pedazos. A la señora de unos cuarenta años, con un vestido gris y algo andrajoso le pareció que aquel estruendo había sido similar a cuando un rayo cae sobre la tierra, matando a cualquier cosa viva que se encuentre en su campo de aterrizaje.
Ahora, la señora Ada estaba asustada, pues el silencio que había era sepulcral. Ni los lentos pasos que estaba dando hacia la puerta de su modesto hogar se escuchaban. Era extraño que tal ruido no hubiese despertado a los vecinos, porque la comarca donde vivía era muy unida y amistosa. Se habrían percatado del ruido e irían a ayudar a cualquiera que tuviese problemas.
En cierto modo tuvo miedo, por lo que pensó en ir a despertar a su esposo y decirle que fuera a revisar qué cosa había chocado o caído, pero luego se arrepintió. Gestar, el esposo de Ada, trabajaba unas dieciocho horas en la mina cercana a la comarca, y ahora estaba descansando para el otro día.
Había pensado en si hubiese podido tener un hijo, lo habría despertado. Pero la señora Ada jamás pudo concebir, y, resignada, se dedicó en cuerpo y alma a ser la comadrona de toda el área. Por eso debía cuidar muy bien de sus mano, hechas para recibir al nuevo bebé de alguna de sus vecinas.
Por fin, luego de una batalla mental, se decidió a abrir la puerta, y lo que vio la asombró de maneras que jamás habría podido creer. Allí en el umbral de su puerta, había una canasta hecha del oro más brillante que alguien pudiera haber visto. Pero a la señora Ada no le sorprendió la enorme joya con la que se había topado, sino que en el interior de la canasta dorada, junto a muchas mantas de la seda más fina, había una preciosa bebé.
Las lágrimas brotaron de los azules ojos de Ada. Era involuntario, pues un milagro había ocurrido en su vida. Una bebé había aparecido en su puerta, como un obsequio de los dioses a los que ella tanto le había rogado el poder concebir.
-¡Después de todos estos años!- exclamó Ada mirando hacia el cielo, donde un extraño fenómeno opacaba a la luz de las estrellas. Lenguas de luz de colores azules, verdes y rojos volaban cruzando el cielo nocturno. Era un espectáculo que Ada había presenciado antes, una vez cuando era niña.
Según los cuentos de su región, esas luces indicaban que las valquirias estaban buscando las almas de las personas que habían muerto en la guerra de manera honorable, dispuestas a llevarlos al Valhalla, el palacio sagrado. Ada creyó que había sido un milagro de ellas, las mujeres semidivinas, las hijas de Odín.
Tomó la canasta, que estaba increíblemente pesada. Con todas sus fuerzas la llevó hasta dentro, y tomó a la pequeña bebé en sus manos. La nena era de un blanco casi similar al de la nieve en las heladas tormentas de invierno. Su piel era tan suave y delicada, que Ada al instante tuvo miedo de que la bebé sufriera daño alguno, por lo que la tomó aún más fuerte entre sus brazos, meciéndola al ritmo de una canción inventada. La nena estaba con sus ojos muy abiertos, y Ada se fijó en el color de sus iris, de un azul violeta extraordinario, del mismo color que tiene el cielo una hora antes del amanecer. El cabello de la niña era corto, pero se notaba que era de un rubio cenizo, al igual que los tenues rayos del sol. Ada supo al instante cual sería el nombre de la bebé.
-Aurora.-
Corrió a despertar a Gestar, quien se sorprendió al ver a su mujer con una bebé en brazos. El hombre robusto y de actitud pragmática se preguntó si la bebé no pertenecía a alguien de la comarca, o si se lo habían dejado allí a su esposa como una especie de broma cruel. O peor aún: que Ada se lo hubiese robado de alguna casa.
La duda fue disipada al ver la canasta tan majestuosa en la que su esposa juró haber encontrado a la bebé. De oro macizo, el diseño de la canasta parecía representar a las olas del mar, y debajo de ellas, unos seres alados que ni Gestar ni Ada lograron identificar como humanos. El viejo minero sabía que su esposa deseaba tener un bebé con todo su corazón, or lo que le dio la bienvenida a la que se convertiría desde ese instante en su nueva razón de existir.
Gestar llevó la pesada canasta de oro hacia su habitación, donde colocaron a la pequeña Aurora junto a las mantas tan exquisitas con las que misteriosamente había aparecido luego de aquel ruido ensordecedor. Gestar se quedó dormido al instante, mientras pensaba en lo que dirían sus vecinos al descubrir a su hija, la hija de ambos. Pero Ada no durmió. Estuvo en vela, admirando como la nena se tomaba los piececitos con las manos, hasta que finalmente se fue cansando y se quedó dormida. Fue entonces cuando Ada volvió a sorprenderse.
La piel de Aurora emitía el mismo brillo fantástico del cielo, con las tonalidades rojizas y verdosas, tal como si de su cuerpo se desprendieran esas llamas. El brillo se hacía intenso mientras la bebé se dormía cada vez más profundamente. Esta vez, Ada no despertó a su marido, sino que estuvo atenta hasta que salió el sol y los brillos que desprendía la piel de su hija cesaron. Miró hacia la ventana, notando como el sol iba saliendo y brillando a través de las ventanas.
Hasta ese momento, la señora Ada no había notado que entre las mantas de la nena se escondía una nota, de un papel increíble, pues con los reflejos del sol brillaba al igual que la pequeña bebé. Ada desdobló con rapidez la nota, de pronto sintiendo un nudo en su garganta. ¿Y si alguien venía y le quitaba a la bebé de la que se había quedado prendada? Era suya, y no podría alejarse de la pequeña Aurora. No importaba que tuviera esa peculiaridad durante las noches, ahora la bebé era su vida. La letra de la nota era cursiva y bastante ornamentada.
'Adair de Fëlm, hija de Sabzo el guerrero; y Gestar de Fëlm, hijo de Gonwar el guerrero.
Sé que has llorado lágrimas de sangre desde el momento en el que te diste cuenta de que no podías concebir un hijo, pero no ha sido un castigo. Al contrario, se te ha encomendado una misión por ese mismo motivo. Serás la encargada de cuidar de la bebé que te envía Brinhildr, hija de las estrellas. La bebé es la escogida para ser la líder de las Valquirias una vez el tercer ciclo del Sol haya acabado, y durante su vida en la Tierra se verá involucrada en muchos peligros. Deberá ser guiada por los humanos más honestos, para que su alma no sea corrompida. Tienes suerte, Adair de Fëlm. Tú y tu esposo son los escogidos. Cuida de Aurora.'
Ada se sorprendió por el contenido de la carta, que no tenía remitente por niguna parte. También por el hecho de que la persona que había escrito la carta parecía saber el nombre que ella le había puesto a la bebé. Entonces, Aurora estaba destinada a ser algo grande, nada menos que la líder de las Valquirias, y ella había sido escogida entre todas las personas del mundo para cuidar de ella durante su vida humana. Después de todo, las Valquirias eran seres que vivían entre humanos, y qué mejor forma de aprender sobre ellos que viviendo en la Tierra. Ada se sintió honrrada por haber sido considerada honesta, ella y su esposo, que era un buen hombre.
Le dolería como a nadie cuando llegara el momento en el que su bella y recién obtenida hija tuviera que irse a cumplir con su misión, pero estaría orgullosa de haberla protegido de los peligros que la vida le pondría. El mal reinaba en todas partes, y Ada estaba muy consciente de ello. Se encargaría de cuidar y enseñar a Aurora, y junto a su esposo serían los mejores padres que alguien pudiera tener.
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Amigo por favor, cuidado con el plagio.
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Hola, @sancho.panza , yo soy el autor de ese escrito.