En tiempos de pascua, mi abuela siempre buscaba la manera de inculcarme la fe, esto lo hacia a través de los cuentos, esos relatos que llevo colacando por acá, es así como este que les contaré "El milagro del Nazareno" es una historia real que a su vez se basa en un poema de Andrés Eloy Blanco “El limonero del Señor”.

Después de darme de comer, rodaba su poltrona en el dintel del cuarto…cruzaba la pierna y su chinela bambolea en la punta de su pie, movimiento equilibrista que impide que se le caiga. Arriba, abajo, media vuelta sobre el dedo gordo y…allí permanece en gesto retador la chinela.

Con su rosario en mano y con una mueca mi abuela ve que estoy hipnotizada viendo televisión… Esas comiquitas animadas que no dejan ningun tipo de conocimiento. La abuela sabe que el mago vestido de negro con la cara de vidrio quiere más que entretener y para evitar que yo siguiera sucumbiendome en sus encantos se interpuso para contarme un cuento.

-Jum, a ver, a ver, ya terminaste la tarea, ya te cepillaste los dientes, ya tienes el uniforme listo?

Con su interminable desiderátum la abuela rompe el encanto y sin darse por vencida utiliza su mejor hechizo.

-¡A que tú no sabes este cuento!

Un chispazo rompe el trance, volteo instantáneamente, nuestras miradas se encuentran abandonando la pantalla.

Mi abuela hace como si fuese a rezar su acostumbrado denario de plegarias, respira pausada y profundamente oxigenando sus neuronas para que hilen mejor la historia.

-Por allá, por los años 20, a Venezuela llegó la peste del vómito negro… Muchos cristianos se morían como pajaritos… Después de días de altas fiebres medio país sucumbió…

-Figúrense, anunciaba mi abuela con grave voz, que la cosa era tan grave, que los hombres del cementerio no alcanzaban para recoger a los finados…la gente se ponía pañuelos sobre la nariz y la boca para no respirar las miasmas…

A medida que avanzaba el relato, mi hermano y yo comenzábamos a buscar un libro o una almohada, o un trapo, algo con que cubrirnos la cara...algo donde escondernos. Esa era la señal para que mi abuela acentuara aún más el dramatismo de su narración.

-Mi mamá, prosigue la abuela, nos ponía manteca con mentol en la nariz para que no respiramos el virus que pululaba en el aire y hasta prohibida estaba la visita a casas ajenas o jugar con los muchachos de la cuadra.

Todo el mundo encerrado en sus casas, lo único que se escuchaban eran lamentos detrás del carretón de los muertos. La gente no le daba tiempo a vestirlos, como mortajas improvisaban sábanas que envolvían los inertes cuerpos.

Afirmaba que más de uno que no había estirado la pata, se bajaba del carretón tambaleándose por esas calles y más de un cristiano pegó la carrera al ver tan espectral figura en la oscurana…

-jajajajja se reía mi abuela mientras un golpe secó rompía la concentración.

Era mi abuela que, al mejor estilo de radionovelas de los sesenta, hacia sus efectos especiales con la chinela. Todo con verme brincar en la silla del susto.

-Jajajjajja estas asustada mi niña, jajajajja su cargajada me hacía volver el calor al cuerpo.

-Bueno mi niña tanto fue la situación que en plena Semana Santa, el pueblo se fue hasta Santa Teresa a pedirle al cura que sacara el Nazareno en procesión.

Miles de personas se agruparon alrededor de la iglesia. A mediodía su imagen sagrada iluminó con fe por donde pasaba. Un lento bamboleo acompañaba al Nazareno. En la esquina de Cipreses cruza a la derecha buscando llegar a la esquina de Miracielos. La gente lo impide. Las andas se paran, el calor golpea. Las plegarias caen como lluvia menuda sobre el Santo haciendo que la promesa de treinta cargadores sea más pesada. Debajo del Nazareno la fragancia de vetiver se mezclaba con el incienso, con el sudor y con el olor a madera guardada.

Al mediodía, el sol se hace sentir, largas goteras de sudor caen al piso, los pies se hinchan y aprieta el cuero de los zapatos. Derecha…izquierda…los pasos acompasados van al ritmo del Popule Meu. Pero, el cansancio hizo que trastabillara uno primero y luego otros. Los hombres pujan y el Nazareno se inclina en la esquina de Miracielos enredando su cruz y su corona de espinas a un Limonero.

Una lluvia de limones rebotan en las cabezas de los fieles. El trance se rompe a una sola voz: -¡Milagro¡ ¡milagro¡. Manos, velos, cirios, obreros danzan recogiendo los frutos.

-El Nazareno mijita hizo de nuevo un milagro. Hasta ese día llegó la peste. Hasta poetas y escritos escribieron sobre el hecho y de allí el poema de Andrés Eloy Blanco “El limonero del Señor”.

Ahhhh como la recuerdo, siempre había lugar para hablar e inculcar la fe. Te extraño abuelita linda.