Mi deuda con España
Me ha llegado un grueso sobre remitido por la Agencia Tributaria del Reino de España. Dentro, unos cuantos folios con unas tablas a dos colores, bastante bonitas. En ellas me ofrecen, gratuitamente, un concienzudo desglose de todas las multas que tengo pendientes desde el siglo XII, más o menos.
Que me llegue esta carta no es noticia; me la envían diligentemente cada seis meses, para evitar que las multas prescriban. Éstas no son como las de los peces gordos, que caducan a los cinco años. La noticia es que, por primera vez, mi deuda ha superado la cifra de diez mil de los antiguos euros (poco más de 1 BTC). ¡Que suene la música!
El Reino de España me otorga, en un alarde de democracia, la libertad de escoger entre tres opciones:
a) Pagar el importe íntegro de mis sanciones, más un castigo adicional (considerable), por haber sido rebelde durante tanto tiempo.
b) Sustraer esa cantidad, sin mi consentimiento, de mi cuenta bancaria.
c) Utilizar el argumento de la deuda para intentar coaccionarme con algún otro tema, en cualquier momento de mi vida.
Dos de las tres opciones consisten en el uso de la violencia y el poder. Afortunadamente, no tengo cuenta bancaria y mi dependencia del Estado es cada vez menor. Por ahí no tienen por dónde cogerme, que diría mi vecina argentina.
¿Qué significa tener €10K de multas? Es un dinero que nunca ha existido, así que no se puede decir que falte de ningún sitio. Si lo pago, ¿estaré creando riqueza? ¿Aumentando el PIB? ¿Socializando riqueza, acaso? ¿O sólo moviéndola de unas manos a otras? ¿Qué manos son mejores?
¿Y si no lo pago? Actualmente estoy en condiciones de jurar o prometer ante un juez que no tengo tal cantidad de euros. Ni la tendré: cuando consigo dinero, inmediatamente lo invierto en las cosas que me interesa que funcionen. Yo no me quedo nada. Sólo espero que, al final, las cosas funcionen también para mí.
Disfruto de una renta básica que me da la cooperativa de la que formo parte, la cual, además, cubre casi todas mis necesidades. El dinero no es un problema para mí. Es más, puedo conseguir los 10K con bastante facilidad. Pero claro, si son para esto, no.
Desconozco si el Estado cuenta esta socialización del patrimonio privado como activo, como pasivo, como deuda o si lo incluye en los presupuestos generales. No tengo claro hasta qué punto espera conseguirlo, y ni idea de para qué lo quiere. Ignoro si cuenta con él para acabar con la crisis. No sé si, por mi culpa, alguien se va a quedar sin pensión, sin silla de ruedas o sin comedor escolar. Tal vez soy un defraudador y debo ser castigado.
Lo que sí sé es que, si algún día me da por pagar mi deuda, no podré darle el dinero directamente al Estado; tendré que dárselo a un banco privado, que lo usará como semilla para crear dinero nuevo, beneficiando, de paso, a todo tipo de proyectos maléficos. Luego, el Banco se lo entregará al Estado, y éste se lo devolverá al Banco por cualquiera de las vías que tiene para hacerlo.
¡El Estado y el Banco son casi lo mismo! Deja, deja. Mi dinero, mejor me lo gestiono yo.
Ah ¿que de qué son las multas? Pues son por desobedecer leyes injustas, leyes en cuya creación no he podido participar. Por hacer democracia en vez de pedirla. Por cumplir con mi deber ciudadano, que no sale barato.
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