El humor sádico de la Revolución

in #spanish6 years ago (edited)

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Cuando era pequeño solía escuchar con frecuencia un chiste muy particular: se decía que Hugo Chávez era como una vagina: tenía el pelo malo y un gran poder de convencimiento.

Aunque en aquel momento era muy inocente para entender esa broma machista y de mal gusto, tenía algo de cierto: este militar golpista podía convencer a un gran número de venezolanos -así como diferentes personalidades y organizaciones internacionales- de su proyecto dictatorial, apoyado en gran parte por la ignorancia, una enorme chequera y su sentido del humor.

Me sorprende que aún existan personas que digan que Chávez “era chévere” y que Nicolás Maduro un cruel dictador. Pero fue un largo trabajo de años: mientras expandía sus presuntas políticas de inclusión, el caudillo de Barinas pasó largas horas de su mandato frente a televisión cantando, fotografiándose con niños, contando graciosas anécdotas de su niñez y hasta bromeando sobre cómo una vez tuvo un ataque de diarrea mientras estaba en cadena nacional.

De allí que muchas personas aún lo recuerden con una imagen un tanto positiva considerando que solo estaba un poco “loco” y era “gracioso”, a pesar de que tenía presos políticos, cerró canales de televisión, expropió y quebró decenas de empresas nacionales, enriqueció a un gran número de familiares y amigos con dinero del Estado, armó y entrenó a civiles fieles a su mandato, y creó un sistema económico insostenible que ha llevado a la miseria total a la nación con las reservas petroleras más grandes del mundo.

“Por eso era diferente: porque se parecía a nosotros, al pueblo”, me dijo una vez un vecino chavista.

Con Maduro se ha intentado aplicar una estrategia parecida, aunque ha fallado por completo. Lejos de parecer gracioso, se muestra como el psicópata responsable de estar ahora al frente de la caída –al menos en popularidad y apoyo internacional– de la autodenominada Revolución Bolivariana: un legado machado de sangre, narcotráfico y corrupción.

Su último chiste reseñado por gran parte de la prensa nacional e internacional tuvo que ver con el presidente de Colombia, Iván Duque. Según él, su homólogo tiene una “cara de angelito” por lo que “provoca agarrarle los cacheticos”.

Asimismo, ha hecho derroche de su sádico humor en otros momentos delicados: en 2016, cuando se empezaba a incrementar el hambre y la desnutrición en Venezuela a niveles nunca antes visto, afirmó que la “dieta de Maduro” (como se empezó a referir la ciudadanía al hecho de perder peso por el mal comer producto de la crisis) te ponía “duro” sin necesidad de utilizar “viagra”; y durante las protestas del 2017 realizó un chiste de violación luego de que un manifestante venezolano decidiera marchar desnudo: “menos mal que no se le cayó un jabón”.

También dijo en tono burlón que con el nuevo uniforme de la Policía Nacional Bolivariana se parecía a Sadam Husein, y en enumeradas ocasiones ha hecho gala de su homofobia refiriéndose al dirigente político Henrique Capriles como “capriloca”.

Es un estilo de hacer un circo de la política iniciado por Chávez y que ha sido continuado por el resto de dirigentes oficialistas, además de los palangristas del régimen, que cada vez es menos efectivo porque la hiperinflación y el colapso de los servicios públicos en el país han conseguido que el humor de la Revolución ya no le haga gracia ni a sus afectos.

Pero por supuesto: el circo sólo es gracioso si es montado por ellos.

Durante estos casi 20 años los ataques de la dictadura contra el humor han sido incontables. Desde sancionar periódicos por hacer portadas satíricas y amenazar con encarcelar a sus autores, como le pasó a Laureano Márquez y al Diario Tal Cual en par de ocasiones, hasta ordenar sacar programas de televisión del aire, como ocurrió con Misión Emilio y Chataing TV en 2014, los últimos programas de humor político que fueron transmitidos en señal nacional. Desde aquel momento, los shows de este estilo tuvieron que emigrar a internet.

Una situación normal en los gobiernos totalitarios. En 1967 el poeta comunista venezolano Alí Lameda, quien trabajaba como traductor en Corea del Norte, hizo un comentario cargado de ironía hacia Kim Il Sung que le costó siete años de cárcel, tortura y terror. La versión venezolana de aquella historia podría ser la de dos bomberos de Mérida que publicaron un vídeo en el que comparaba a Maduro con un burro y que casi les cuesta 20 años de prisión, a pesar de que el propio Maduro ha bromeado en televisión llamándose a sí mismo “maburro”.

Esto, según Elio Casale, fundador y escritor de El Chigüire Bipolar, ocurre porque “todo caudillo, en su mente, se cree importante, infalible e imprescindible, por eso les caen tan mal las burlas. Porque saben que la risa los baja de su pedestal. Nada como una carcajada para recordarles que son humanos”.

Este artículo fue escrito originalmente para Caracas Chronicles

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Y los bailes durante los días de mayor cantidad de muertes o la expulsión de colombianos por la fuerza

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Saludo Braulio! Desde mi óptica te digo, no solo forma parte de lo que se cree o se le escapa en cadena. También es una decisión política, hay discursos que ya estan planeados. El sadismo es adrede.

Totalmente de acuerdo contigo.