Ecce homo

in #spanish5 years ago
La ciudad lucía fragmentada tenuemente por una linde de luz rojiza que delimitaba las fachadas putrefactas con el horizonte, a lo lejos se detallaban personas impenitentes conduciendo sus carros hacia algún destino aparente, y en su magnanimidad unos cuantos árboles de vitalidad escasa.  



Un día antes 

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art by


El loco —como solían llamarlo a sus espaldas las gentes del Tacagua— tenía además de un anhelo inmensurable por sufrir eternamente, una muy particular afinidad a las alturas. Desde el tumulto hormonal que enraíza al púber, le había intrigado conocer de cerca cómo sería caer de ellas; sentir el aire invadiendo cada escondrijo de su cuerpo, el impacto maldito quebrando inexorable todas las fracciones de sus huesos, la adrenalina irrumpiendo los escondites de sus nervios, el delirar por el suplicio y finalmente fallecer.  

Todos los albas, gustaba posar como una mosca en la ventana, cerrar los ojos e imaginar su ser entumecido por la abundante aflicción.   

Las colosales torres de Parque Central recién bañadas en hilos dorados provenientes del sol, decoradas sutilmente por el reflejo en sus espejos de unas cuantas nubes que danzaban por el cielo, más unas pocas aves que disfrutaban su volar cantor en las alturas, hacían del paisaje toda una gloriosa pintura angelical moderna — la cual iba siendo el principal y casi único espectador de la función del le fou— e ignoraba, evidente, aquella sugerencia por completo. Solo era y siempre fue el precipicio lo que seducía sus placeres y hacía inerme sus posturas; al mirarlo, sentía un contundente repelús carcomiendo la planta de sus pies, todas las hormigas de la Tierra marchando detrás de sus rodillas y el declive lleno de sus temores notorios. Le excitaba tan solo imaginarse perplejo en el fondo del abismo, la mente por fin en total sereno y besando de pies a cabeza al suelo —el epílogo patético que adornaría su epitafio.  

Curioso era, su misma destrucción se le hacía, un poco, insolente e irresistible, estaba claro; pero humanamente, por regla general, es así y lo será. Basta preguntar a cualquiera sobre cómo ha resignado a llevar su vida, dar un paseo en los caudales del placer y olvido, leer un libro de historia u hojear los típicos insulsos relatos de amores trágicos que tanto enorgullecen a escritores copias; todos llevan al mismo final, todos siembran el árbol del que cortarán la madera para forjar la estaca que terminará en su corazón, pues el hombre ama más profundamente lo que es capaz de destruirlo sea en segundos o en diez años, excepto, desde luego, a él mismo. Todo se repite, nos mata y nos revive, tal vez por eso lloramos al nacer.

La serpiente muerde su cola por gusto —y procedió a tomarse su primer café.   


§ 

-

Esta mañana era distinta. De esos pocos días en que puedes sentir plenamente que todo lo que hagas será posible: la ducha a temperatura perfecta, el cabello recién peinado por la almohada, y una buena vibra como si acabases de follar. Todo iba a salir brutal. Estaba por completo convencido que era el turno para su monumental salida caída. Se sentía uno.  

Cuando se embriaga tanto el alma de masoquismo y se embadurnan las ideas con placer suicida, se olvida cómo exactamente pasará. Hasta hace horas era una de miles utopías que desfilan por la cabeza de cualquier máquina social frustrada, conocida como ser humano. Hoy sería verdad. Tenía que.  

Sintió por primera vez el viento violento corriendo por sus poros. En realidad no estaba ni cerca de acertar sus deducciones. Todo se sentía totalmente diferente. Ningún pensamiento podía igualarse a este momento. Parecía que se hacía hombre de nuevo, pero esta vez no con una zonza mujercita de senos disparejos y aires de Colón, sino con el mismísimo éter de la ciudad. Si cualquiera lo viera en este momento sin duda alguna formaría fila dos veces por acompañarlo. Le estaba haciendo el amor al aire y el aire le estaba haciendo el amor a él.   

Aún no decidía si hacerlo repentino o planificar punto por punto su cruel destino. Prefería la segunda, pero a su vez también quería solo lanzarse, caer y ya, como la basura de alguna mierda plástica que suelen comer en la autopista. Temía pensar tanto. La mente en momentos de tal ímpetu, juega malas pasadas, termina traicionando. Por ello, no permitiría perder el control de la situación, pero tampoco dejaría llevarse por ella. No podía volver.  

El ruido de las pasiones desesperadas corriendo alrededor del cráneo, el excite del demonio celebrando en sus cojones y los recuerdos tratando de aferrarse a las pupilas, hacían de aquella puesta en escena una imperfecta obra de arte. Solo era cuestión de segundos para terminar el acto y cerrar telones. Vería el desagradable estuche que lo acompañó toda su vida aplastado en mil pedazos, como un tomate podrido en el vestuario ridículo de algún actor.  

Es lanzar un cubo de hielo a un vaso —se repetía así mismo mientras contemplaba el abismo que tenía justo enfrente. Tenía miedo. Es irónico pasar más de una década soñando con matarse, beber de la gran supuesta fuente de valentía que destapa un suicidio, llorar impotente todas las noches por el inconformismo de un corazón vacío y apelar al morbo del placer de adorar la horca como único consuelo, para terminar cagándose de miedo un segundo antes de lograrlo. La muerte es solo para aquel que ha amado la vida —pensó.  

Disfrutaba el choque veloz del aire en sus mejillas contra la percepción del lento pasar del tiempo. Lo más difícil ya había pasado. Sabía que en un pestañeo caería al suelo, y finalmente todas las penurias cesarían. Estaba cansado de soportar las trampas y misterios que abarcaban su desabrida existencia como hombre: tener que acoplarse a una rutina mediocre de logros y caretas, aferrarse a la idea de construir sueños sobre la almohada para que al final terminen rotos bajo ella, encontrar a una artificiosa compañera que supone le corresponderá todo momento; para luego cuarenta años más tarde cerrar los ojos y tener la absoluta certeza de no haber logrado nada más que caretas que al soplar se van.  

Quería terminar con esto desde hace mucho tiempo, pero las memorias parecían saberlo todo. Sabían que no volverían a tomarse en cuenta, pues ya no pertenecerían a este mundo. La gente por más que aparenten solo le agradan las cosas mundanas, lo que va más allá les produce un terrible miedo, porque es desconocido, es caminar sobre un vacío con una venda atada a los ojos; por eso, prefieren recordar tus actitudes como persona, lo que hacías por las tardes, como reías después de un chiste, cuando te desenvolvías después de un par de copas y las pupilas se inundaban de brillos, incluso se aferran a las insignificantes obras humanas que dejaste, y claro, de vez en cuando los azotan las sobras del recuerdo de lo que pudieron hacer por ti y no hicieron; pero jamás de los jamases aman lo que ahora eres, solo adoran lo que fuiste. Después del final, comúnmente conocido como muerte, todos te olvidan para siempre.   

Empezaba a invadir sus narices un implacable olor a azufre y mierda con pétalos de rosa, que suponía era la llegada —o mejor dicho el principio— de su fin. Mientras caía, desfilaban por su mente todas las derrotas que batalló hasta la locura por el único ideal que desde sus años como un individuo normal se había decidido a cumplir: su libertad. Solo eso. Quería ser libre. Librarse completamente del yugo mental y carnal que le correspondía como hombre. Deseaba dejar atrás toda la maldad social que carcomía sus entrañas día a día, lo que lo hacía aferrarse a la vil incongruente realidad. Y por fin, estaba a punto de lograrlo. 

No dejaría, tampoco, dejarse llevar por las emociones, padecimientos y recuerdos que en realidad eran falsos, manipuladores y oportunistas; se encargan de llegar uno a uno, desfilar despacio por tu mente y clavar falacias en lo que decimos que constituye al corazón, justo en el momento que estás a un paso del precipicio, al borde de un colapso. Pareciera que solo funcionaran en las peores ocasiones, que notaran cuando estás abarrotado de dolor y desesperanzas al perder a un querido y rompes en llanto al imaginar lo que pude ser y no fue y no será ya jamás; o cuando por fin abandonas aquella relación que no daba para más, pero te acuerdan de las promesas que se hicieron ebrios llenos de dicha esas madrugadas y te hacen creer que aún quedaban espacios para cumplirlas, sintiendo amor y añoranza como la primera vez, hasta más intenso y fuerte y mucho más idiota porque ya no lo puedes ver; o cuando te rindes y finalmente decides parar a la desgracia, matarte y acabar con todo, pero llegan a contarte lo bueno que aún tiene este mundo, los trenes de oportunidades que si te dignas puedes tomar, lo débil e imbécil que quedarás ante todos, lo que vas a perderte y no podrás hacer si te vas para siempre; siendo ellas mismas lo que te llevaron a ello, las principales culpables de acabar contigo   —recitaba al fumar un último cigarrillo. 

El trayecto se había tornado plácido y meditabundo, aunque para caer de un piso diecisiete un poco extenso, pero era común, pues estaba desesperado por lograrlo; normalmente cuando se anhela tanto que suceda alguna cosa, pareciese que esta llevara más tiempo de lo usual, que las manillas se detienen un instante para observarte sufrir y frustrar tu prometido un rato, incrementando el deseo de querer que se cumpla para así sentirte de una vez por todas realizado y bien contigo mismo, sin entender que jamás lo estarás del todo. El anhelo por querer llenar el vacío nunca cesa, solo se sustituye el objetivo: eres pobre, quieres tener dinero, obtienes el dinero, pero se acabará y vas a seguir queriendo más, compras una casa, pero ahora falta el carro, compras el carro, y sientes que te falta compañía, llega alguien a tu vida, y no es suficiente, falta casarse y estar juntos para siempre, te deja o se muere, y quieres regresar un momento junto a ella, o encontrar un nuevo amor, tienes hijos, pero ahora faltan nietos y que te hagan sentir orgulloso. Siempre algo te hará falta, porque nunca dejas de desear tener, y cuando ya lo tienes se vuelve completamente inútil, ya no sirve, no lo deseas porque ya lo obtuviste y por eso buscas esa otra cosa que aún no es tuya; satisface la idea de que nada sea suficiente, pues así puedes plantearte objetivos, para cumplirlos, sentirte bien por ello, y luego nuevamente lograr otra cosa, creando un ciclo eterno de ambición insatisfecha, hasta que mueres por supuesto y nada de lo que hiciste ya importa; pero así funciona el mundo, o mejor dicho el humano.  

Supo que era el momento. Unas cuantas nubes se pavoneaban sensualmente sobre el sol cubriendo el sutil brillo que irradiaba. De ese instante a otro, el paisaje que siempre estuvo frente a él fue pintándose con todas y cada una de las tonalidades existentes en la paleta de los grises; el angelical cielo escenográfico que adornaba su monólogo se desvanecía poco a poco, no quedaba ningún rastro de algún atrevido pajarillo revoloteando, en su lugar volaban tres enormes cuervos que desprendían un sórdido sonido que irrumpía violentamente sus sentidos; como si una enorme capa estuviese sobre ellos, los espejos que cubrían las magnates torres parecían no tener reflejos, estaban completamente negros y en sus centros se detallaba algo que trataba de salir formando miles de pequeños orificios repulsivos de donde parecían huir desesperadamente larvas y otros insectos, tras ellos iban desprendiéndose hilos de hedor y humo que se esparcían hasta la ventana. Fue justo ahí que lo vio. Tenía que lanzarse ¡y ya!  

Aún en el aire, no dejaba de pensar, recordar, pensar y recordar. Era y fue un buen cobarde toda su vida, pero lo prefería antes que seguir soportando las banalidades y hedonismos que condenan, condenaron y condenarán constantemente al humano a sus inevitables fracasos, sufrimientos y tragedias que tanto lamentan por las noches. La verdadera muerte, el diablo, Mefistófeles, a lo que en realidad hay que tenerle miedo, se encuentra justo entre y adentro de nosotros, yace en el mundo, tomándose una copa de vino con pan y queso en la sala principal de lo que llamamos sociedad, en las adyacencias de nuestra memoria, en algún rincón del propio corazón; no en el inframundo, no al morir. El real infierno está en nosotros, al cerrar los ojos y desear lo que tiene el otro —había sido valiente después de todo, pudo escapar, y solo era cuestión de segundos para que todo acabara. 

Ahí estaba. Lo que lo había perseguido toda su vida —siempre sentado sonriendo detrás de sus pupilas, escabulléndose en cada palabra, peinando sus cabellos a plena luz del día, abrazando su regazo todas las noches antes de dormir, su Hyde, lo que más temía, el verdadero monstruo debajo de la cama— hacía presencia enteramente. Su propia maldad, el demonio que escondía la otra cara de su moneda regresaba, y con la poca paciencia y contundente accionar que lo caracterizaba: lo empujó sin reparo y sin más, al fondo del oscuro abismo que tenía justo enfrente.  

Luego de un rato, se dio cuenta que el sentir era infinito. Había pasado una eternidad y aún no conocía el suelo. Seguía cayendo. Y nunca dejó de caer.   

Fue su castigo.  


  § 

La siguiente mañana, como maldad encarnada despertaba. Esta vez ligero, único y con la completa certeza de no querer dejar nunca esta vida terrenal maravillosa donde la maldad se siente y triunfa siempre.  

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 ●    ●    ● 

Relato crítico, el bien es un ojo y el mal es otro. 

§ Completamente de mi autoría §



Otro

Piso uno: historia de un fin



"Dos almas ¡ay de mí!, imperan en mi pecho y cada una de la otra anhela desprenderse. Una, con apasionado amor que nunca se fatiga, como con garras de acero a lo terreno se aferra; la otra a trascender las nieblas terrestres aspira, buscando reinos afines y de más alta estirpe". J. W. von Goethe


  

hen to pan 

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Excelente contenido que nos compartes amiga. @cocobymarie Saludos

Fantastico, sigue así.

Excelente narrativa.
Como siempre me mantienes en vilo desde el principio hasta el fin.

"El real infierno está en nosotros, al cerrar los ojos y desear lo que tiene el otro —había sido valiente después de todo, pudo escapar, y solo era cuestión de segundos para que todo acabara."

Como dice J. W. von Goethe en Las penas del joven Werther, hay valentía en el suicidio... y a mi juicio, nadie tiene la moral para cuestionar las decisiones ajenas.

Esta publicación ha sido seleccionada para el reporte de Curación Diaria.

final de post.png¡¡¡Felicidades!!!