La empatía, un regalo de nuestra sociedad.
Una reflexión del lado positivo del sufrimiento y dificultades de la sociedad en America Latina.
Es difícil saber lo que realmente es ser latinoamericano hasta que no salimos de nuestro propio país. Yo he viajado y vivido por todo el mundo, Indonesia, India, Nepal, Tíbet, Europa, Centro América, Norte América y Sur América. Cada experiencia ha aumenta mi gratitud por ser latinoamericano, no porque en mi país los hombres son buenos y de noble corazón, o porque tenemos una cultura milenaria de cercanía con la naturaleza, por el contrario: al haber observado de cerca el sufrimiento, la pobreza, la ignorancia y los abusos se abre la oportunidad de que la empatía surja.
El idioma, el sentido del humor, y la fraternidad nos une como latinoamericanos. Entre los latinos, incluso en las situaciones más serias, y adversas, nunca falta alguien que salga con una broma o un comentario inapropiado, y si no lo dice, al menos lo piensa. Somos expertos en reírnos de nosotros mismos y de los demás también, no hay quien se salve de que le den un sobrenombre. Cómo sería este mundo si el sueño de Simón Bolívar se hubiera hecho realidad, una Hispanoamérica unida, estaríamos mejor o quizá un poco peor.
Sabemos lo afortunados que somos de tener un idioma muy elegante, cálido y moldeable que nos permite expresar nuestras ideas de una hermosa forma; aunque, por otro lado, creo que ninguno de nosotros nos disgustaría haber sido capaces de expresarnos en nuestras lenguas ancestrales: Kakchiquel, Quiché, Quechua, Náhuatl o Guaraní, entre otros. Esta dicotomía es ilustrada por el gran escritor y poeta chileno, Pablo Neruda, en sus memorias tituladas Confieso que he vivido:
“Que buen idioma el mío, que buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.”
Ahora vivo en la India, de vez en cuando veo algún turista “gringo” con una cámara de tres mil dólares tomando una fotografías a un grupo de niños mendigos. Me pregunto: ¿será capaz de sentir una verdadera empatía? Talvez sienta lástima o rechazo hacia la situación, pero la empatía que es algo muy diferente. Hay una distancia demasiado grande entre esas dos realidades.
No quiero decir que yo voy por las calles de La India abrazando a cada mendigo que vea, pero sí siento una cercanía. Sé, que como yo, él también tiene sueños, esperanzas y miedos. Puedo entender que su situación es el resultado de muchos factores: para nada de una decisión que ha tomado o dejado de tomar; el acceso a ciertas oportunidades, esenciales para el desarrollo humano; sus influencias y su entorno, entre muchos otros, no importa cuantas oportunidades de superarte estén frente a tus ojos, sin el contexto y sin la visión, esas supuestas oportunidades no existen, no existe tal libre albedrío, es una realidad casi determinística (probabilística en mi opinión).
Conozco la pobreza de cerca. Aunque nunca fui un niño de la calle, recuerdo muy bien las penas de mi amigo de la infancia El Gato. Yo lo ayudaba a traer leña para que,su mamá, Doña Alicia pudiera hacer tortillas en un comal de adobe, para luego venderlas. La familia de mi amigo era extremadamente pobre. Su padre, alcohólico de profesión, se gastaba lo poco que lograba “ganar” en algún licor barato y, al emborracharse, se transformaba en una persona sumamente violenta. El Gato compartía conmigo sus miedos y esperanzas; sin embargo, lo último que escuche de mi amigo fue que se convirtió en un terrible delincuente.
Muchos de nosotros hemos visto de cerca diferentes tipos de sufrimiento. Este tipo de experiencias hace capaces de desarrollar la empatía, y de la empatía surge la bondad y la compasión. Al poner en práctica estos dos valores, nuestra vida toma un verdadero sentido, al dejar de ser auto centrados, nuestras aflicciones dejan ser tan importantes y nos enfocamos en los demás.
Y así ¿cómo no puedo tener gratitud, de haber visto el sufrimiento? Me gustaría finalizar estas ideas con las palabras de mi paisano, Miguel Ángel Asturias:
“El trabajo del novelista es hacer visible lo invisible con palabras.”
Señores lectores, los comentarios agradables son bienvenidos, pero la critica es mas que agradecida.
Muy buen post, me gusto leerte. Un solo consejo: Si la foto no te pertenece, por favor pon la fuente de ella. Saludos.
Hola Sancho, Gracias por el consejo, la fotografía tiene regalías libre, es de mi base de datos.