Cero absoluto
Entre las veredas de un bosque agrio en que se erigen los olores de un otoño que no es — ¡inexistente en el trópico! — los sonidos del recuerdo del invierno y la tibieza de un verano futuro que ya transmite aquel calor post-hoc de la memoria y sus nociones posteriores. Caminar todas las veredas, simultáneamente, partirse en 3, cuatro, y llegar al final de cada una, donde la presencia humana no ha mellado la vegetación. Retar al lenguaje, la naturaleza abstracta de enredaderas retóricas limitadas por la continuidad de un sólo hilo conductor infinitesimal que va y viene sin poder abarcar superficies y volúmenes. A machetazos podar la realidad hasta hacerla verdades a medias y tercios, truncadas y mutiladas. Verdades que no alcanzan ni para un sueño. Y menos despertar; despertar por que sí, como Lázaro devuelto. Heroico, el silencio asesta en las sienes su suspiro helado. El tiempo se aleja como en efecto cinematográfico de escena de suspenso, pero con una vibración detectable de camarógrafo amateur a quien le falla el pulso. Así, el tiempo es pura perspectiva cambiante, y nuestro paso a través de tal riel fílmico revela y oculta unas u otras cosas creando una ilusión de olvido y asombro. Analogías tentadoras que seducen la irracionalidad, maleza que nos crece en las estepas primigenias y espinozas del inconsciente. Analogías agudas y brillantes, obsidianas volcánicas que han sido arrojadas muy lejos de los cráteres despiertos. Emigración de las rocas y sus brillos y opacidades. Si cada roca tiene un nombre y lo ignoramos. Desde cristales micrométricos en la arena hasta planetas errantes, hay toda una variabilidad de rocas que perduran y se evaporan más lento y más rápido que nuestros parpadeos por el mundo y la corta esperanza de vida que nos ha tocado. El mundo inanimado sólo existe en nuestra mente, que despoja a la realidad y la reduce a figuras geométricas sencillas y manejables. Así cada cosa inanimada encierra mundos enteros. Fijarse en tales cosas, es una labor poco apreciada. En realidad nada es inanimado, ni siquiera nuestra pereza más diligente, ni nuestra corta imaginación. El cero absoluto es en sí mismo un nivel de energía. Pasa que no estoy de ánimos para menospreciar el valor de cualquier acto, por mediocre o mínimo que sea.