Ni siquiera el más profundo de los viajes.
No es necesario que lo haga, es simplemente un placer innecesario que quiero. Un capricho.
A veces siento llegar al lugar que buscaba, o creo encontrar lo que había perdido. Pero es efímero, es fugaz como algunas estrellas o como algunos ojos que se van. Y así como finjo agarrar una estrella o recordar tus ojos, así mismo intento abrazarme al sentimiento, quedarme ahí sin moverme para que no se esfume mi casa ni los objetos que me faltaban. Pero no sirve de nada, se deshace, se va.
Luego regreso, vuelvo a ser sólida, pero más ligera. Con los bordes menos impenetrables que antes vuelvo a pensar en mi niñez. Pienso en la penumbra de mi antigua casa, en los platos viejos y en los cuadros de las paredes y me siento segura otra vez. Quiero quedarme ahí solita. Quiero dormir otra vez cerca de mi abuela con el televisor encendido, con esa seguridad que uno siente cuando es pequeño. Recuerdo los olores y me hago chiquitita, me encojo y quiero de repente abrazar a mi mamá que está lejos. Quisiera que la sensación durara más. A veces me desespero. Pero todo pasa muy rápido, en alfa y en beta. Luego, vuelvo a estar aquí, vuelvo a sentir la presión en el pecho, a escuchar las mismas canciones y a intentar mantenerme despierta y por encima porque todo ha cambiado y soy yo la que debe hacerse cargo, no son mamá y papá, no es dios, soy yo. Me toca cuidarme a mi misma. Mi abuela no está para hacerme empanadas, las sabanas no son las mismas y apagaron el televisor. Ahora me valgo por mi misma y a veces me rompo para arreglar otras cosas. A veces solo me rompo. Pero aún estoy tranquila, lo sabrás si me miras. Seguro no puedes verlo aquí, porque solo te conté esto. Eso pasa con los escritores, no pueden abarcarlo todo, solo te cuentan algunas gotas para enseñarte el mar.