Micro relato Vol 3
De nuevo en la tónica de los mini relatos les traigo el siguiente.
2017 por la tarde
En los orígenes del mundo alguna fuerza cósmica había conspirado con deliberados movimientos tectónicos, tránsitos de materia orgánica, cesantías o aceleraciones geológicas, o quizás algún otro fenómeno aún desconocido, para hacer del subsuelo de Caribia el más rico del planeta. Las reservas de oro y diamantes eran por lejos las más grandes del mundo, al norte, en una serranía de montañas fibrosas que limita con las playas, el cobre reposaba bajo capas ligeras de arena grisácea, al sur, cruzando el río Orinoco, la tierra se tornaba roja y se manchada con óxidos de aluminio y hierro. Al oeste, el suelo era una tapa liviana para un estanque de petróleo viscoso que burbujeaba fluyendo hacia la superficie en forma de brea arenosa. Al este, entre los impetuosos ríos del delta, el oro se asomaba en pepitas a cualquiera que caminara mirando hacia el suelo. En los tiempos previos a La Revolución la explotación de los recursos naturales se circunscribía a la extracción de petróleo, mientras la extracción de minerales se hacía artesanalmente por comunidades que no reportaban ninguna clase de impuestos al estado. La Revolución implementó medidas para activar en simultáneo todas las industrias extractivas, apoyándose en la capacidad tecnológica y experiencia de grandes compañías transnacionales, se crearon las Empresas Eco-Productivas del Poder Popular Mayor, que no eran más que las mismas empresas extranjeras disfrazadas de empresas estatales a través del desmesurado uso de la propaganda y de la colocación de nombres revolucionarios rimbombantes. La activación de estas empresas dotó al aparato estatal de un poder económico tremendo. Contando con vastísimos recursos económicos, el Primer Comandante Supremo de la Revolución vociferaba su poderío: construía edificios gubernamentales ostentosos, con pisos de mármol, paredes revestidas con granito, mobiliario de oficina ergonómico y tecnificado, importaba computadoras con tecnología de vanguardia, dotaba a sus burócratas distinguidos con lapiceros de oro solido inscritos con la frase: EL NUEVO ORDEN. Envolvía sus edificios ministeriales con circuitos cerrados de televisión, redes de intranet y cualquier otro sistema de comunicación que se les antojase a sus ministros con la justificación de que Caribia era una “potencia mundial” y debía comportarse como tal. La sede regional del Ministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo a la cual me dirigía esa tarde no era la excepción.
Esa sería mi última visita a un ministerio de la hoy extinta República de Caribia.