Crónica de un músico
El día comienza, ella suele despertar muy temprano para llegar a tiempo y así calentar tanto su cuerpo, sus manos e instrumento. Se levanta; come algo ligero; su ropa cae para entrar a la ducha, mucha agua caliente por un buen rato, como si el agua tumbara los pesares de la vida, al menos por un momento. Se viste y parte al conservatorio de música. Llega, saluda alguno que otro compañero; entra al cubículo insonoro, realiza pequeños ejercicios de calentamiento en sus manos y cuerpo en general; arma el instrumento, engrasa el corcho, coloca la boquilla; afina su instrumento; inicia el estudio de notas largas, luego de golpes de lengua a la boquilla; observa y corrige postura en el espejo; el metrónomo siempre al lado golpeando e indicando al pulso la estabilidad; esto unos cuarenta minutos aproximadamente. Descansa, sale del cubículo y toma aire antes de subir al salón de ensayo. Vuelve al cubículo en búsqueda de su instrumento, guarda las pequeñas cosas que hayan quedado por ahí, el metrónomo es una de ellas; recoge su morral y el estuche del saxofón.
Entra a ensayo, saluda al maestro y compañeros de fila; comienzan a hablar de cañas de bambú que pueden ser mejor o no para el brillo del sonido; afinan; revisan los papeles; tocan; el maestro sugiere un color específico que ayudará al matiz de la pieza. Dos horas y cuarenta minutos de ensayo con intervalos de 10 minutos de descanso entre hora y hora.
Termina el ensayo, recoge sus papeles y los guarda; guarda sus cosas; baja por un cubículo para estudiar, en unas horas debe presentar estudios al maestro y el adelanto del concierto de fin de año; entra al cubículo; saca sus papeles de estudio; limpia la saliva acumulada en el saxofón; de su bolso saca el metrónomo; estudia lentamente las partes; se agota, sale a tomar aire y bebe un café. Ya van cuatro horas de estudio, toma 15 minutos de descanso entre horas. Estudia una de las piezas asignadas, ya pronto es el turno de recibir sus clases con el maestro; ordena sus papeles y se dirige a su salón.
Entra a clases, tiende a colocarse un poco nerviosa frente al maestro; coloca sus partes en el atril; limpia el instrumento; se coloca lo más cómoda para comenzar a tocar; toca; su profesor le asigna más repertorio y sugiere corregir partes de las que presentó.
Sale de clases, limpia y desarma el instrumento; guarda las partituras en su bolso; va al baño y cepilla sus dientes; recordó que durante el día, luego del desayuno, había olvidado por completo comer; espera el transporte; sube a él y parte a casa.
Llega a casa, revisa las nuevas partituras que le enviaron mientras come; se baña y coloca su ropa de casa; prepara todo para el día siguiente e intenta dormir.
Inicia otro día, se levanta; come algo ligero; su ropa cae para entrar a la ducha, mucha agua caliente por un buen rato, pero ya no siente que el agua caliente sobre su rostro ayude con sus pesares. Se viste y parte al conservatorio.
Llega, saluda a sus compañeros; entra al cubículo insonoro, realiza pequeños ejercicios de calentamiento en sus manos y cuerpo en general; arma el instrumento, engrasa el corcho, coloca la boquilla; afina su instrumento; inicia el estudio de notas largas, luego de golpes de lengua a la boquilla; observa y corrige postura en el espejo; nota que su sonido es más dulce; sonríe un poco por eso.
Descansa, sale del cubículo y toma aire antes de subir al salón de ensayo. Vuelve al cubículo en búsqueda de su instrumento; hoy no le apetece tocar las piezas de ayer, pero el fin de semana tiene concierto, no existe posibilidad de no tocar en el ensayo. Dos horas y cuarenta minutos de ensayo con intervalos de diez minutos de descanso entre hora y hora.
Termina el ensayo, recoge sus papeles y los guarda; recoge sus cosas; baja en búsqueda de un cubículo para estudiar; entra y suspira, se pregunta internamente en qué punto comenzó la rutina a agobiarla de tal manera; comienza a estudiar los nuevos papeles pero le es difícil concentrarse, no se le antoja tocar eso, ni escuchar el metrónomo; tampoco quiere pensar en él y su abandono. Saca de su bolso unos transcritos de piezas para saxofón, se sienta de la manera más cómoda; cambia la caña de bambú por un número mayor, un vandoren azul que le ayudará con un sonido más oscuro acorde a la pieza. Cierra los ojos, suspira, los abre y comienza a leer el nocturno número dos de Chopin; la pieza romántica que iba interpretando la transportó a un sentimiento que sólo puede comparar con los abrazos cálidos que recibió de sus padres en la niñez, el sentimiento ha invadido su cuerpo y comienza a sentir cómo se despega todo aquello que podía agobiarla; los cristianos podrían compararlo al sentimiento divino; caen lágrimas de sus ojos, no es tristeza, podría decirse que es el antítesis de ese sentir. Siente la manera en que la música la llena de vida; se detiene, pues ha roto llanto y éste no le permite que siga tocando.
Limpia sus mejillas, recoge sus cosas y desarma el instrumento, sale del cubículo pues es hora de partir a casa; esta vez su viaje en el transporte tenía un panorama distinto, sonríe mientras observa su reflejo y el exterior hasta llegar a casa…
—E.
wow me gusta mucho la forma en la que escribes !
Muchas gracias, me contenta saberlo @gmario35 :) Por cierto, bienvenido!
buen post, saludos desde Venezuela mi blog es @bilacho sígueme que yo te seguiré y así apoyarnos en este mundo
Hola. Gracias, te estaré leyendo!
Me gusto mucho el final, pero no dejo de pensar si la hermosa protagonista está sumergida en un fotocopia de la realidad que se va hoja, tras hoja, tras hoja. Saludos @emibach me ha encantado ;)
Me alegra saber que te gustó @darius86 Gracias por leerme ;)