Anteriores capítulos:

• Capitulo I: Orquesta
• Capitulo II: Cáncer

La Leyenda de la Madre Tierra - Capitulo III: Estirpe

No es inofensiva

Aun Ricardo no le conseguía el sentido al mensaje, su cerebro de 7 procesadores casi se funde ¿Cómo no puede entenderlo? ¿Tendrá con cera los oídos tapados o los electroventiladores empolvados?

Se puso la mano en la frente sudorosa de tanto pensar, se esforzó, se le mercaron las venas de la cara hasta que por fin la respuesta le llegó:

¡Claro tío! Debe ser efecto de una droga, seguramente mis termo-pantalones incineraron alguna planta estupefaciente y respiré el humo o tal vez lo que le puse al café no era azúcar.

¡Ostias! Ricardo, el tiempo se te pasó volando, pronto empezara el partido.

Levanto su arma con apresuro para terminar la caza y partir a casa para disfrutar la transmisión del mundial de football que se celebraba esta vez en el estadio norcoreano.

El FBDT empezó a destellar rayos azules de la plancha superior e inferior cargando el cañón con una bola de electrones tangible que esperaba la acción del gatillo para salir disparada al entrecejo del ciervo, la acción de la extinción, el gatillado de otro fracaso como ser pensante.

¡No! – Grito un árbol azotando con una rama el fusil antes de que se disparase y envolviendo con una liana las piernas de Ricardo para de un jalón dejarlo en el suelo, luego atrapándolo bajo un manto de raíces. Una tormenta de hojas hojarasca le cubrió la vista mientras frente a él se aproximaba la mismísima diosa, Gaia.

El viento se detuvo, las hojas secas volvieron al suelo, dos pies frente a sus ojos humano, deformados, con los tobillos huesudos y las uñas partidas, subió la mirada descubriendo un cuerpo desnutrido de brazos torcidos y rígidos como ramas de roble, con garras en las manos como espinas de acacia y mirada de iris roja, que aterraba y que hacía sentir vergüenza a la vez.

Esta prueba era la última oportunidad – regañaba con voz ronca – Nuevamente tu especie decide morir, pero esta vez yo no decidiré perdonar.

El pobre hombre no podía temblar pues ya ni los músculos sentía por la restricción de las raíces que ya solo dejaban descubierto su rostro y que empezaban a nutrir al árbol con su cuerpo viviente, penetrando su carne y envolviéndose en sus huesos sin que él lo supiese por falta de sensibilidad. Por fin retornando a un humano a su lugar, la naturaleza.

Ajeno a lo que le pasaba estaba mudo por el terror, se le olvidaba hasta respirar por momentos, espantado por aquel monstruo que interrumpió su cacería.

La Madre Tierra se arrodilla junto al ciervo para disculparse por la misión encomendada y por el susto de lo ocurrido, acariciando su cuellos con cuidado de no rebanarlo con sus uñas negras de estaca.

A pesar de estar físicamente destruida y de tener un aspecto aterrador y espantoso ningún animal, planta o elemento podía evitar estar enamorado de la Madre Naturaleza por lo cual el venado se sonrojo y se le iluminaron sus ojos inocentes.

Llegaron los elefantes cargando sobre los colmillos sacos de semillas que robaron los zorros de un banco genético, los últimos pavos salieron de su escondite, los conejos traían sobre sus felpudos abrigos a los pequeños insectos que no aguantarían el frio, las serpientes hacían de soga para los bultos de alimento que los osos y gorilas consiguieron cultivar y mas y mas animales se unían a la convocatoria previamente planeada, los quetzales se posaron sobre los hombros de la diosa para enunciar sus órdenes. Todo estaba saliendo como era debido solo faltaba dictar el comienzo, y para esto: volteo la mirada hacia los ojos de Ricardo y frunciendo el ceño, le cegó con su poder. En la ceguera solo podía ver lo que escuchaba, como imaginándose un audiolibró que la diosa le recitaba.

Con la voz desgastada y carrasposa, lo hizo ver lo que pasaría segundos después de enuciado:

Silencio se hará…

Enmudecerán las ciudades,
silenciarán sus ruidosas bocinas,
para poder volver a escuchar cantar a las aves.

Pues…

Bufaré brisa marina,
tan salada que les oxidara hasta los huesos.
Las vigas de sus hogares cederán corroídas.

Ocasionaré un otoño eterno,
sus semillas de laboratorio no van a florecer,
de hambre los haré desfallecer.

La leyenda de la Atlántida se hará verdadera.
un maremoto barrera un continente entero,
el abismo marino será el vertedero.

Edificios enteros y naves sumergidas albergan sobrevivientes,
son naufragios de interior impermeable,
mas no habrá quien que pueda salvarse,
el oxígeno ha de acabarse.

Estampidas de ratas comandadas por mi voz
los aplastaran y devoraran,
no las podrán a todas envenenar.

Un cardumen de millones de sardinas
frustradas se desquitan volteando un carguero,
el plan era vengarse de algún barco pesquero.

Sus jardines de plástico serán derretidos por el sol abrasador,
cuando desgarre la atmósfera el pavimento será un asador.

Al ritmo de un corazón furioso
latirá el subsuelo,
volverá añicos lo que construyeron con tanto esmero.

Las malas hierbas son dotadas con espinas,
cuidado donde pisas,
sus caricias punzantes tienen toxinas.

Las lianas de la jungla los azotaran como animales de circo,
pero la tortura que sufrió el elefante no la sobrevivirán.

Y la hecatombe no cesará

será el final de la extinción masiva
costando a los humanos la vida.

Pagarán por cada animal extinguido,
por cada bosque que no replantaron
y por cada espíritu salvaje que aprisionaron.

Con mucho dolor dicto el final.
Les di cientos de años para cambiar,
pues sois mis hijos, les quería perdonar.

Pero…

Si no aprendieron a vivir como parte de mí
serán extirpados del nuevo mundo,
el egoísmo fue vuestro fin.

Los oídos de Ricardo iban a estallar, su respiración se veía cada vez mas obstruida por las plantas que crecían en sus pulmones.

Inhalo a duras penas y grito – ¡¿Qué eres?! ¿¡Por qué haces esto?!

La cara de la diosa se deformo de tanto arrugarse, seguía el imbécil sin escuchar. La madre tierra extendió una mano y en esta dejaron las ramas de un árbol el fusil del extintor, lo sujeto con la poca fuerza que le quedaba y apunto en medio de los ojos llorosos del humano.

Yo soy Gaia, la madre naturaleza – Anunció enfurecida – Todo mal que me hagas, te lo devolveré.

Silbó la bala eléctrica siendo lo último que escuchó la Diosa. Su rabia la había consumido, grietas rojas se abrieron más y más hasta que la diosa cayó desmayada por dolor y empezó de desmoronarse.

Todos los animales la rodearon mientras el viento se llevaba el polvo en que se había convertido, lloraban, se enfurecían y susurraban mil cosas en mil idiomas.

El quetzal más joven y el mas encariñado a la Madre aterrizo sobre su cuerpo, desintegrándola en un segundo y cantando con desespero al ver las cenizas volando en todas direcciones, de sus ojos lagrimas brotaron y cayeron sobre un pequeño montículo de polvo que había quedado, revelando así una pequeña semilla que estaba escondida dentro.

La tomo con el pico, excavo con las patas un pequeño agujero y planto la semilla. Todos los animales acordaron no profanar este lugar y convertirlo en el bien merecido santuario de Gaia, el quetzal más joven ofreció su vida y las de sus futuros descendientes para ser el guardián del recuerdo sagrado que la diosa les dejo.

Saludos comunidad de Steemit, hoy les traigo el tercer capitulo de la serie de poemas ilustrados llamada "La Leyenda de la Madre Tierra", espero haya sido del agrado de ustedes mis lectores.

Otros poemas ilustrados:

• Enamorarse de una artista, ser solo un intento de escritor
• Semana Santa sin ti
• Valquiria de alas rojas

Fuentes:

El poema y los dibujos son de mi autoria, los dibujos fueron fotografiados con un celular BLU Studio G y editados con Microsoft.

Agradecimientos:

A la música que me enseñó lo poco que sé de escribir.
A los amigos que me apoyan en el desarrollo de cada poema.
A los usuarios de los grupos de discord y a los participantes de "la noche de poesía".