Lluvia de azufre: causas justas
Cada vez que he comenzado la titánica tarea de luchar por una causa justa, se asoman miles de fantasmas y advertencias que señalan lo imposible de llevar a feliz término ese sueño. Me he sentido en muchas ocasiones como el coronel Aureliano Buendía, quien no ganó ninguna de las guerras civiles en las que participó. ¿Será que las luchas por ganar causas justas están condenadas a la derrota, independientemente de la estrategia que nos tracemos? Sería muy desolador afirmar que las causas justas son causas imposibles, impermeables a la reinvención, en la cual sólo tiene cabida la ausencia de juicio para decidirse a emprenderlas.
Por una condición que no termino en entender, no puedo dejar de sentir fascinación por tratar de defender causas justas. No menos loco fue Don Quijote, a quien se le metió en la cabeza la idea de tratar de resolver ultrajes en este mundo que poco tiene derecho. Una causa justa es un sueño de idealistas y poetas. Difícil sería aferrarse a esta idea sin estar empapado de fantásticos ensueños que nos hagan pensar en la posibilidad de llegar a lograr lo anhelado. Las causas justas conforman un terreno en donde se deja de pensar en términos de conveniencias pragmáticas, y es la transgresión, la gran transgresión, el espíritu que invita a interesarnos por hacer realidad lo pensado.