Tengo un estómago famélico de sentimiento en el restaurant de mi cerebro.
Ansioso de comer tus mas deliciosos pensamientos, antes del platillo principal primero el menú tengo que leerlo, pero mi intuición me está gritando que algo bueno se está cocinando.
La primera entrada la pido al azar, decisión del chef, no lo voy a reprochar, admiro mi plato para poder disfrutar, la dulce presentación de éste delicioso manjar.
La primera impresión da mucho de que hablar, y en un instante yo no quería dejarte de hablar, decido no tomar agua para así disfrutar, cada sabor de tu personalidad.
Se está dispersando el misterio, pues ya sé que este restaurante es de los buenos, la primera entrada sabia a palabras dulces y delicadas, la comí con calma para no ahuyentarla.
Pasé un tiempo disfrutando el primer plato, tomé un trago de agua y me preparé para el plato pesado.
Era una comida costosa pero valiosa, un plato decidido a alimentar mi cerebro hambriento, un plato serio sazonado con deliciosas sonrisas, y una pizca de picante de emociones picaras y elegantes, enseguida sabía, que sería el platillo preferido de mi vida.
Para pasar la comida, tomé un gran trago del licor del pasado, me hizo recordar viejos años como si los estuviera viviendo de nuevo mientras estaba tomando, vi muchos recuerdos como si míos estos no fueran, los veía de los ojos de una gran cocinera.
Avanzaba más la noche y se estaban acabando las velas, era hora del postre cuando vi mi cartera, ya no sabía si me alcanzaría para pagar la cuenta, me sentí muy nervioso, pues la comida era más que perfecta.
Me daba pena pagar con tan poca moneda, pido disculpas y me retiro sin confianza en mi cartera, en la puerta de afuera me lamento con pena, quería ese postre más que nada en el planeta, cuando al fin me doy cuenta me está sonriendo la cocinera, con un postre en los labios me dice, “yo pago la cuenta”
No vi lo que era mientras que lo comía a la fuerza, le encontré un delicioso sabor a fresa, los labios de la cocinera eran esas deliciosas fresas, y mi cartera estaba llena de la confianza de poder tenerla.
Salí más rico de lo que era, con mi mente bien llena y dinero en mi cartera, las palabras dulces, las sonrisas que complementan, el picante sorpresa, y sus postres de fresas, fueron lo que me convencieron, de que era el mejor restaurante del planeta.
Mmm... exquisito poema. Me encantó.