Desafiar a la naturaleza es, desde un sentido común cada vez más amplio, uno de los actos más absurdos en la historia de la civilización humana. No sólo porque en la lógica del desafío yacen implicadas la competencia y la confrontación (que de por sí forman parte del concepto de violencia), sino porque reproduce el esquema dominante de una naturaleza cosificada, escondida y mecanizada.