Cuento: Las aventuras del pequeño Lucas. La Paloma insaciable - Segunda parte

in #spanish7 years ago (edited)

Interesada amistad.

Mamá siempre se sorprendía de que Lucas tuviera tanta hambre cuando jugaba en el patio, pero todo era para la paloma y las otras aves que visitaban al bebé. Edgar era insaciable. Siempre quería más de lo que podía obtener.

Un día las condiciones del ave superaron las capacidades del pequeño. Lucas se encontraba en tres y dos. Su reto era decirle a Mamá que sembrara un árbol de mangos en el jardín.

—¿Cómo lo voy a hacer? Algo se me tiene que ocurrir. No quiero que los pajaritos se vayan de mi jardín—, meditaba entre palabras y balbuceos que sus amigos mascotas entendían perfectamente.

—Cuando yo quiero algo lloro frente a lo que deseo y mamá me entiende. Lo que puedes hacer es llorar cada vez que veas un árbol o un mango. A mí me funciona—, le aconsejó Toretto, el pug adolescente y nieto de Taz.

—Tienes razón Totretto, eso voy a hacer. A partir de hoy lloraré cuando esté cerca de un árbol y de un mango—, respondió Lucas con sus doce dientecitos y señas en sus manos.

A lo lejos, Taz sólo se dedicaba a mirarlos con fastidio mientras se lamía las patas.

Mamá y Lucas fueron de compras al súper y cuando el bebé vio los mangos, en la sección de frutas, comenzó a llorar. Desesperada, su madre no sabía qué hacer. Le dio el mango y el pequeño no se lo comió, y tampoco lo soltó.

Si alguien intentaba quitarle el mango lloraba. Al regresar a casa, Papá lo regañó cariñosamente pero con firmeza. Le dio un sermón por sus pataletas, aunque nada lo hacía soltar el mango.

Su padre decidió llevarlo a caminar por la urbanización para que olvidara el asunto. Cuando pasaron junto a un árbol, Lucas se plantó a llorar al pie de la planta golpeando el piso con la fruta, lo que resultó en algo fuera de lo común. Papá lo tomó en brazos, regresó a casa y le dio un baño, logrando relajar al pequeño Lucas, que al paso de unos minutos cayó en un profundo sueño.

Papá y Mamá estaban preocupados por las recientes actitudes de su hijo. Lucas había pasado el día de mal humor. No quería salir fuera de la casa, lo que era menos usual en él. Tampoco le apetecía jugar o comer.

El primer día fue inútil, el pequeño no logró objetivo: comunicarles a sus padres que sembraran un árbol de mango en el jardín.

Al día siguiente el bebé desayunó de mejor humor, tenía ese optimismo de que ahora sí lograría su cometido.

—Toretto, tu técnica no me fue de mucha ayuda amigo, me duele la garganta de tanto llorar de mentira. ¿Qué puedo hacer?—, se lamentaba Lucas.

Toretto lo miró, siguió jugando con un peluche y no le dio mucha importancia.

Joaquina, la gata persa, lo escuchaba y se paseaba por sus pies. Lo acariciaba con su cola de un lado al otro por todo su cuerpo mientras Lucas estaba sentado en el suelo.

—Mi pequeño, llorar no es la solución, tienes que ser encantador. Tienes la ventaja de que eres un bebé muy atractivo y adorable. Convéncelos con tu hermosura, así como siempre lo hago yo. Mi belleza los derrite y hacen lo que pido. —, le aconsejó con ese caminar elegante y enigmático que la caracteriza.

Ese día Lucas siguió aferrado al mango y pedía con señas y balbuceos ir afuera a jugar en los árboles. Pero esta vez no lloraba. Acariciaba y frotaba su cuerpo con las plantas, se reía y hacia morisquetas. Así estuvo todo el día. Papá y mamá fascinados, grabaron videos y sacaron muchas fotos. Pero la misión tampoco se cumplió.

Continuará...

Fuentes de las imágenes:

imagen 1
imagen 2


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