Es muy emotivo para mi compartir este poema sobre como fue ver la muerte a la cara por primera vez, cuando tenía 17 años...

Altar de cerámica pulida

Arrancado de su vida,
mi abuelo
trabajó en el cementerio
donde ahora está enterrado,
donde ahora estoy de pie,
encima de los muertos.
¿Por qué debemos estar encima de los muertos?
Y este altar de cerámica pulida,
de fotos blanco y negro;
de rostros y de apellidos nunca dados;
de hijos bastardos,
de matrimonios en camada,
y los hijos llorando.
¿Por qué estan debajo de nosotros?
Sobre esta funda fresca de cemento
y las demás, tambaleantes.
Esperando.

Veo al cielo,
más lejos, ahora, hay otra tumba.
Hablan que mi abuelo
y dos tíos
hicieron todos estos huecos,
cuando eran chamos.
Ganaban algunas monedas jugadas en las partidas de metras,
sobre el reciente asfalto, ahora quebrado
con el frio de las tardes en las grietas.
Los cambios recordados por mi madre,
en el verano de su juventud.
Mi hermano fue al cementerio primero que yo
es hombre y debe ayudar,
supo lo que era
hacerle la cama al muerto.

Ahora yo, en el silencio andino
de las baldosas de barro,
buscaba los lazos con mi familia
distante, pero querida.
Mi abuelo,
con su cuatro malo,
la sonrisa de siempre
y el dinerito a escondidas los 4 de Enero
antes de irnos.
Luego la distancia,
doce horas en carretera.

Yo no conocí mucho a mi abuelo
y él tampoco a mí.
Sólo recuerdo la sonrisa
cuando aquel Diciembre llevé a su casa
un cuatro, y me enseñó a tocar
una melodía
que ya no recuerdo.

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