A las mujeres que no saben amar

Soy una persona de muchos juicios, trato de no hacerlo pero sin querer tengo una opinión radical hacía casi todo y de pronto aparecen los pensamientos y comentarios en mi boca, vómito verbal al mejor estilo de Regina George, ahí viene. No entiendo a las mujeres que no pueden vivir sin hombres, a las que de antemano saben que una relación será un desastre y se lanzan al fondo y sin cuerda.

Sé lo que piensan mis amigas, las que sufren, ¿qué puedo saber yo de relaciones? Solo he llamado novio a alguien una vez en mi vida y fue porque la situación obligó, punto. No soy una niña novio, no tengo fechas especiales, no guardo tickets de cine, no lloro por hombres, no más. Sí, he amado y, sí, he llorado, ahora veo que todo eso fue una etapa, ideas que me desviaron de lo que siempre fui, tal vez para ponerme a prueba y valorar(me) las ganas de querer resolver mi mundo interno, mi independencia, mi sueño de amar sin dolor, sinceramente. Bueno, gracias por ya no estar, me enseñaron lo suficiente y ya no son necesarios. Estas líneas son en este texto lo mismo que fueron en mi vida: un break.

Continuo . ..

Desde pequeña fui bastante mojigata, o radical, o feminista, no sé qué pero defendía algo, quería gritar, no ser una estadística de melancolía, no ser mis tías, ni mis vecinas y sobre todo no ser mi abuela. Sabía eso y también sabía que el entorno empujaba a otra cosa, a la idea de pareja, de noviecito, de “cuando crezcas”, de los niños y el trabajo. No necesité mucho tiempo para entender el contraste pero mi contexto era amigable y no fue un problema, mis amigas poseían una inocencia que convertía todo en natural.

Con la adolescencia todo tomó su cauce y casi como un combo apareció la menstruación junto a los nuevos amigos, nuestro círculo de amistades creció y se aceleraba casi a la par de nuestros senos. Mis nuevas amigas eran “niñas novios”, uno tras otro, casi nunca en simultáneo pero sí seguidos, muchachos guapos, otros no tanto, siempre un poco mayores, si no les interesaban se esforzaban y con los días nacería un afecto o al menos una experiencia que contar en el recreo.

No fui estas niñas, y escuché la palabra lesbiana suficientes veces para comprender que no actuaba normal. Crecí y aunque no la escuchaba más la leía en los ojos de los novios de mis amigas, de mis tías, de mis padres, de cualquiera que no fuera lo suficientemente cercano para contarle de los chicos con quienes salía. Como si en el momento de imprimir el género en la partida de nacimiento lo hicieran también con un código de conducta, un decálogo de cómo ser mujer, cómo amar, cómo encontrar a tu marido perfecto, respondiendo en seguida “busca, busca, busca”, si no besas mil sapos nunca tendrás un príncipe, como si fuera una técnica de fútbol, una de diez patadas al arco se convierte en gol.

Hasta hace poco todo esto era un juego, se era corriente o extravagante, pero ya tengo 25 años y como veo las cosas los riesgo ahora son más grandes, veo a mujeres sufrir persiguiendo ese ideal, con ganas de crear familias por las razones equivocadas, llamando amor a los afectos mediocres, enseñando a sus hijas a amar de la misma manera, separando hogares, una vez, varias veces.

El otro día escuché a una chica de casi treinta, preciosa, ocurrente, decir que debió darle un hijo al que le era infiel y aún la llama para discutir, que si lo habría hecho ahora tendría una familia. La recuerdo y quiero abrazarla, contarle que no, que se puede ser fuerte, que como dicen por ahí mejor sola que mal acompañada, que la soledad es productiva, que aprendes a fecundarte tú misma, tus ideas, tus cruzadas, que cuando no estás concentrada en una sola persona notas que miles son maravillosas, que tú misma eres maravillosa.

Quiero decirle todo eso fuerte, que lo escuchen sus generaciones pasadas, las que no tenían los medios para explorarse, para expresarse, para reconocerse con su igual y saber que no estaban sola, a su madre, a su abuela, a la mía. Asegurarles que no cometeremos sus mismos errores, que esperamos evolucionar y emociones sinceras, insisto en lo de sincero porque el amor no puede ser esa mediocridad que se profesa en el aire, que aguanta infidelidades y maltrato, que tiene fecha de caducidad.