Z-Elección | Capítulo Tres | Historia Propia | Jhorjo
EL CAMARÓGRAFO
Al terminar de bañarme y vestirme, en el mismo baño ya que mi privacidad había sido invadida por un nuevo "hermano" en mi habitación, bajé las escaleras y me encontré con toda mi familia reunida en el comedor. También lo estaba Francisco.
—Te estábamos esperando —esbozó mi madre, levantándose de su asiento y yéndose a servir los platos, mi padre le ayudó con eso.
—¿Estás bien? —Le pregunté a Francisco, él sólo asintió desviando la mirada.
—Frank es un poco tímido Ethan. —Escuché la voz risueña de mi hermana sentada en una silla, casi se le podía ver la cabeza por lo pequeña que era.
—¿Quién es Frank? —pregunté sonriendo.
—¡Ay, él! —Señaló a Francisco, el chico sonrió cuando ella lo hizo—. No sé pronunciar bien su nombre, así que le diré Frank a partir de ahora. ¡Sí, eso!
Ella tenía un pequeño problema con las "S", cuando pronunciaba alguna palabra con ese sonido se escuchaba era una "CH", así que prefirió decirle "Frank" que "FranCHIsco"
—¿Shi? —Imité su pequeño problema y reí al hacerlo. Francisco, bueno mejor conocido como Frank, también lo hizo.
Rudy frunció el ceño, pero unas cosquillas bastaron para hacerla reír nuevamente.
El teléfono de mi padre sonó.
Lo miré cuando puso el plato de Frank en la mesa, primero eran los invitados, casi corrió a contestarlo. Por lo que hablaba me temía que no era algo bueno. Además, no fue sino hasta hace cuatro meses que las operadoras habilitaron llamadas y mensajes gratis para todo el mundo. Prácticamente era la primera vez que veía el teléfono de mi padre sonar.
—¿Sí? —Su piel bronceada había perdido su color—. Ajá, sí... Ya lo pongo. —Corrió hasta el salón de estar, donde estaba un pequeño televisor que aún funcionaba.
Desde el comedor escuché el "No puede ser" de mi padre, dejé a Ruddy, a Frank y a mi plato de lasaña en la mesa, para irme hacia la sala a toda marcha, ya el corazón lo tenía en la garganta.
Al llegar mi padre estaba sentado en el sofá. Estaba temblando y sudando, lo podía ver en la tela de su camisa azul manga larga en la parte de sus axilas y pecho.
—¿Qué pasa? —pregunté, pero no me fijé que aún estaba hablando por teléfono. Sólo me hizo una seña de que viera el televisor.
Lo que vi me erizó los vellos de mi cuerpo. Me puso la piel de gallina.
En las imágenes podía ver como un reportero corría con desespero hacia la puerta de un edificio, pero fue detenido por un golpe fuerte por la derecha que lo hizo caer a la izquierda con todo y micrófono. La imagen saltaba de aquí para allá, el camarógrafo no quiso seguir grabando, no porque se estaban comiendo a su compañero que aún estaba vivo cuando pasó por última vez la cámara hacia su cuerpo, ni por la sangre que salpicaba al lente de la cámara. No quiso grabar porque atrás de él venían un mínimo de veinte Contemporáneos tras su cabeza, y sin contar al que se estaba devorando a su amigo.
Escuché por los parlantes del televisor una voz que decía:
—Espero llegar. —Estaba sollozando, su voz se escuchaba con desespero y muy acelerada-. Dios sálvame. —No sé por qué no tiraba esa cámara y corría por su vida—. ¡No quiero ser uno de ustedes!
Mis nervios estaban en punta, me sentía en los zapatos de aquel pobre camarógrafo.
—Oh mierda —susurró deteniéndose, y enfocó la cámara hacia delante.
Unos cinco Contemporáneos estaban corriendo hacia él a toda velocidad, a lo lejos se veían a los Antaños caminar o arrastrarse muy despacio hacia el miedo del pobre hombre.
—Bueno... —Suspiró—. Se vivió bonito. —Rió como un desquiciado corriendo en dirección a los que querían su carne.
Primero la cámara cayó cuando se encontró con el primer Contemporáneo, el muerto viviente lo lanzó al suelo con brusquedad, esto lo pude ver gracias a la cámara en el suelo que aún estaba grabando.
—¡Rudy, ve a terminar de comer! —Era la voz de mi madre.
Me giré para verla y no sólo estaba ella con los ojos llorosos, también estaba Frank y en efecto Ruddy, ocultándose detrás de él, tomando su camisa y llevándosela a la cara.
—¡Rudy haz caso a mamá! —Le ordené, no quería que siguiera viendo lo de la televisión.
Se fue corriendo a la cocina.
Escuché al televisor dar un sonido escalofriante. Un grito ahogado.
Mis ojos se fueron de nuevo al televisor, pero no pude ver más nada. Sólo zapatos y las extremidades inferiores de personas, pero a los segundos un golpe en la cámara la hizo mover y enfocó un poco más arriba, hacia las cabezas putrefactas de los muertos. Vi que en el aire se peleaban por un brazo con un color decente, tenía un reloj rojo en su muñeca, tan rojo como la sangre que expedía del extremo cortado.
—¿Estás seguro de eso? —Mi padre aún estaba hablando por teléfono—. ¿Ya tienen todo listo?
Volví a mirar la pantalla y esta vez vi sólo un cielo azul, era tan bello ese cielo que me costaba tragarme lo que estaba pasando bajo él.
Luego un cuerpo lleno de mordidas en su cara y con un brazo menos pasó por encima de la cámara. Deduje que era el camarógrafo por la vestimenta: un chaleco con una marca de programa de televisión en el pecho y una correa en su cuello, la correa de la cámara que estaba en el suelo.
Un pie pasó por encima de la cámara sin pisarla, pero el otro la destrozó por completo.
Otra imagen apareció en el televisor.
Una mujer y un hombre estaban en un estudio, sentados detrás de un escritorio blanco, iban bien vestidos. No dudé ni un segundo en que eran otros reporteros.
La mujer lloraba desconsoladamente, que hasta se tuvo que levantar de su asiento e ir tras cámaras. El hombre quiso hablar sin que su voz le jugara una mala pasada, pero se le quebró cuando esbozó su primera palabra:
—Disculpen el amarillismo, pero estamos aquí para informar. Además, no hay tiempo para editar. —Tomó un papel el comunicador—. Las imágenes que acaban de ver fueron grabadas en el Estado de la Florida, para ser más específicos en Miami, USA. Los Contemporáneos han tomado esa ciudad por completo, y poco a poco se está esparciendo por los estados: Georgia, Alabama y Misisipi.
—En otros países como: España, Portugal y Francia se ha perdido todo el contacto con la gente que aún estaba sobreviviendo allí. Latinoamérica no se queda atrás, en las costas de los países Venezuela y Colombia tuvieron que ser evacuados una gran cantidad de personas que no se encontraban infectadas con el virus, las llevaron a islas como: Margarita, Aruba, Bonaire y Curazao.
—Se estima que para dentro de dos años, no habrá ser viviente en este mundo, a no ser si se le puede llamar ser viviente a los Antaños y Contemporáneos. —Suspiró el hombre—. Me van a disculpar la franqueza, pero yo pienso que si nadie hace algo... Ese número se quedará muy grande.
La imagen se congeló, y pude respirar otra vez, tanta información me había dejado perplejo.
Volvió a empezar desde el principio el mismo vídeo del difunto reportero corriendo junto a su difunto camarógrafo.
Era un bucle.
Desde que comenzó todo esto, mi padre me cuenta que los reporteros eran los primeros en morir por su gran vena de curiosidad, queriendo ser los primeros en hacer llegar las grandes noticias sobre las personas que se levantaban luego de haber muerto. Incluso, se iban a los cementerios para captar con sus cámaras a los Antaños cuando salían de sus tumbas. Las empresas de televisión se vieron obligadas a cerrar para la protección de sus empleados, pero en ocasiones estos empleados se arriesgaban a salir y grabar algo para hacerles llegar aunque sea un poco de información a personas que quizás estarían en un búnker o encerradas en sus casas.
«¿Qué clase de idiota se sacrifica para informar?» pensé y di un suspiro muy fuerte. «Mis respetos comunicadores»
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No me comí toda la lasaña, esas imágenes me habían quitado toda el hambre que había tenido. Frank y Rudy sí que comieron y hasta repitieron, no los culpaba, mi madre cocinaba como toda un chef. Además, conseguir todo para el recibimiento de Francisco nos había costado mucho, aunque haya sido una simple lasaña y unos refrescos.
Mi padre no había soltado el teléfono por más de una hora. En su tono encontré preocupación y desespero, ya quería hablar con él para preguntarle qué había sido toda esa charla.
—Bien, nos vemos mañana... Si nos lo permiten. —Colgó el teléfono y se agarró su oído, que ya a ese punto estaba ardiendo.
—¿Con quién hablabas? —Mi madre se me adelantó.
—La ECC —dijo tratando de parecer feliz—. Creo que hemos dado con la cura. —Su sonrisa apareció.
—¡¿Qué?! —No sabía qué decir, estaba feliz, contento, casi me montaba en la mesa y empezaba a bailar de la alegría.
—¡Oh mis plegarias fueron escuchadas! —exclamó mi madre, persignándose.
Vi a Frank, él no estaba para nada feliz.
—Disculpen, me retiro. —Hizo sonar las patas de la silla cuando se echó para atrás.
Lo seguí, sabía que quería hablar con alguien.
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Muy bien escrito, interesante historia, está chula eh, la imagen da miedito jaja. El equipo Cervantes apoyando el contenido original.
Infinitas gracias, de verdad! El equipo de Cervantes es el mejor sin ponerlo en tela de juicio.