Nicotina, la historia erótica de un amor fugaz
Y ese día me escapé en mi hora de almuerzo del trabajo, solamente para ir a verle, caminé alrededor de 600 metros por el simple hecho de que nos encontráramos, al menos, por 15 minutos… Mientras se daba la hora de volver a nuestras ocupaciones.
Recuerdo claramente como al abrir la puerta te vi con tus pantalones negros, y esa camisa blanca con rayas rojas a medio abotonar, desde donde se asomaba tu hermoso pecho lleno de vellos.
Ya habías comido y cargabas un cigarro de postre, la costumbre, como confesaste. Avanzamos por toda la casa agarrados de manos, y nos quedamos en el umbral de la puerta de acceso a la terraza…
Te recostaste de la puerta de vidrio mientras con la mano derecha sujetabas el cigarro, el cual ibas consumiendo y a la par alternabas preguntándome cómo había sido mi jornada laboral en la mañana.
Esa pequeña conversación terminó justo cuando echaste a la basura la colilla de cigarro… Allí mordí mis labios porque sabía lo que venía: que tú también los morderías y me invadirías con toda esa pasión llena de esencia a nicotina.
Y como dos adolescentes con ganas, nuestras manos empezaron a tocar nuestros cuerpos, y a desnudar nuestras intimidades, descubriendo la virilidad que puede generarse en par de segundos.
Entre besos y caricias, los gemidos no cesaron hasta sentir las gotas de nuestros fluidos derramar en el piso de madera… Entre risas, todo acabó, literalmente.
Me alcanzaste las servilletas para limpiarme, y justo en ese momento, luego de rapidez e intimidad desbordante, me preguntaste: ¿cuál es tu nombre?
Allí recordé que yo no había almorzado, que luego de acabar no iba a haber una despedida cargada con la misma pasión y me incorporé, abroché mi pantalón, dije otro nombre, y al salir de esa casa bloqueé el contacto de tu perfil de Grindr.
Un placer haberte conocido, Eduardo.