La sombra de Don Jacinto / cuento popular / Autor: @jotace
Contaba mi abuelita, que hace ya bastante tiempo, cuando las calles principales eran un conjunto de piedras entrelazadas, como granos de choclo en una mazorca y las pequeñas no eran más que ampliados chaquiñanes, allá por la Villa Vega del cementerio de Tumbaco para arriba, ¡ningún alegre pasaba solo por la quebrada!
-y ¿cuáles son los alegres abuelita? le preguntaba yo,
-“los borrachos” como esos que se pasan desde el jueves tomando trago ahí en la cantina de Doña Ercilia, ¿no les has visto?, esos con tal de andar chumados no les importa nada y aunque la casa se les caiga encima, siguen alegres mientras tengan a la mano su trago.
Decían que cuando un alegre pasaba solo por la quebrada, al día siguiente dejaba de tomar, asomaban asustados, pálidos, contando a sus amigos que se encontraron una sombra allá abajo al borde de la quebrada, una sombra que de primera espantaba, pero luego te hacía la conversa y te llevaba hasta la casa.
-¿Una sombra, cómo una sombra, con manos, cabeza y ojos?
-como la sombra de una persona, como si la persona fuera una sombra.
Nadie le creyó al primero, se han de haber reído,
-“mudo borracho ya estás hablando tonteras, vení y tómate un traguito ya mismo baja don Caicedo, y ahí nos vamos de largo”.
Don Jacinto Caicedo, era el “rey de los borrachos”, ese señor se podía pasar tomando toda la semana y nunca le veías tambaleando, de los alegres él era el más alegre, siempre risueño, siempre burlón, haciendo bromas a todo aquel que se le pase por enfrente, era el dueño de unas tierras donde cabía medio pueblo; nunca le faltaba dinero y así podía pasar tomando cada vez que quería.
Cuando escuchó sobre algunos de sus amigos que se encontraron con la sombra y dejaron de tomar, al principio se ha de haber reído, pero poco a poco fue quedándose sin amigos; cada vez más solo, sin la atención que el resto le prestaba, ya no fue tan entretenido estar tomando, cada vez más la alegría del alegre se le iba apagando y con cada trago, las risas se le iban haciendo llanto.
Peor fue para Don Caicedo quedarse solo, si antes tomaba, después tomaba como si se fuera a acabar el trago, de lo alegre que era se convirtió en un amargado, ya ni saludaba ni el saludo contestaba, ya no hacía bromas y ahí sí se le veía tambaleando, desde lejos ya sabían que era él, porque caminaba por las calles siempre de lado a lado, la gente que tanto le quería se alejó hasta que quedó totalmente solo el borracho.
Se cansó, un día dijo ¡Basta!
-¡A mí no me quita mi alegría una sombra, voy a hablar con ella a ver si es cierto, a ver si a mí me asusta tanto como para dejar este mi querido trago!
Dicen que compró licor como en sus días de alegría, litros y litros de algún preparado y se fue a la quebrada, se sentó en el borde y gritándole a la sombra con toda su rabia, le decía:
-¡Aparece, aquí estoy, devuélveme a mis amigos sombra enviada por el diablo!
Todo el pueblo lo vio y lo escuchó, día tras día en su reclamo, hasta se le habían acercado preocupados al ver que no se rendía el necio borracho,
-“don Jacinto vaya a dormir, deje de estar gritando, coma algo y duerma un poco, hasta flaco está quedando”.
Toda palabra era ruido para Don Caicedo, toda razón era inútil, nadie iba a mover de ahí a ese borracho. La gente lo dejó, pensando que ya pronto se le acabaría la fuerza y dejaría su absurda causa, que al final el efecto del alcohol terminaría ganando y así fue.
Una noche Don Jacinto en medio de susurros, porque gritar ya no podía, vio sentada a su lado a la sombra a quien tanto había estado buscando, el miedo en realidad no llegó, pero la ira también se había apaciguado, ya no quería seguir en una lucha que lo dejó tan exhausto, pero le preguntó:
-¿Por qué me hiciste esto, por qué me quitaste la alegría, acaso yo te he hecho algún daño?
-Necesitaba que estés calmado Jacinto, para explicarte que el daño te lo estás haciendo tú mismo ¡necio borracho!, todo lo que has perdido y crees que yo te lo he quitado, se te ha ido de las manos a causa de tu trago,
le respondió la sombra con un tono muy burlón, como si el dolor de Don Jacinto fuera algún tipo de espectáculo, mientras el derrotado y débil hombre alcoholizado seguía llorando su soledad, la sombra cada vez más se le iba burlando, a cada lágrima le encontraba motivo de carcajada y entre broma y broma Don Caicedo calmó su dolor.
Sintió la paz que tan lejos se le había ido, volvió a sonreír y al final se hizo amigo de la sombra. Caminó fuera de la quebrada acompañado de la nueva dama que el destino le había presentado, conversando con ella y hasta contando cachos, paso a paso fue subiendo a su morada mientras el pueblo lo veía como a un loco conversando solo, riendo como solía hacer hace años y bromeando con alguien que nadie más que Don Caicedo podía ver.
-“Ya se volvió loco Don Jacinto, eso le pasa por estar tomando tanto” decían los pueblerinos mientras lo miraban divagar, sucio y desalineado.
Llegó a la puerta de su hogar y la sombra lo quedó mirando, luego con total seriedad y dejando de lado las risas, le preguntó:
-Y bien Jacinto, dime ¿a qué conclusión has llegado, acaso piensas seguir tomando?, es mi deber advertirte que mientras continúes bebiendo seguirás perdiendo todo lo que hayas logrado y dependiendo de tu respuesta, yo también te quitaré algo;
Don Jacinto Caicedo, luego de un profundo silencio le dijo:
-yo te contesto a tu pregunta, pero tú antes respóndeme algo, ¿quién eres?,
-no me hagas preguntas tontas Jacinto, si llevas días gritándolo, soy el resultado de tus actos, soy simplemente una sombra enviada por el diablo y si decides continuar bebiendo a diario, al final de tu vida, cuando creas que ya lo has perdido todo, llegaré yo para quedarme con tu alma, puesto que ese es mi trabajo.
Don Jacinto sintió un frío que jamás había sentido, las piernas le temblaban, no sabía si correr, gritar o pedir auxilio, pero en medio del terror algo lo calmó, nuevamente el silencio hizo eco y después de tomar fuerza levantó la mirada y le respondió:
-Sí dejo de tomar no te volveré a ver nunca y me quedaré con mi alma y posesiones, pero creo que mi alegría se me iría junto con mi trago, mejor me acompañas cada día y así seguimos disfrutando de nuestra mutua compañía,
-¿estás seguro Jacinto, esa es la decisión que has tomado?,
-ahora no seas tú quien pregunta tonterías, le dijo Don Caicedo, ¿no ves como lo he pasado?, hace años no reía, no era feliz, resultó que tu compañía me ha devuelto la alegría, así que me voy a dormir ahora y mañana nos encontramos, allí mismo en la quebrada, con mi botella te estaré esperando.
Las citas entre Don Jacinto y su sombra se daban cada día y tal como le había dicho, poco a poco fue perdiendo todo lo que tanto trabajo le había costado, sus tierras y su dinero no duraron mucho, ya que el hombre volvió a beber como si el licor se estuviera acabando, cegado en su falsa alegría, totalmente solo se sentía acompañado y poco a poco la vida se le fue apagando.
El día que sus ojos ya no quisieron abrirse, escuchó la voz de su sombra susurrando,
-“se acabó Jacinto Caicedo, es hora de que nos vayamos, como habíamos acordado yo te acompañé y te entretuve, ahora paga lo acordado”,
-en todos estos años le dijo Jacinto, este momento no quería verlo llegar, tengo miedo te soy sincero, pero respetaré nuestro trato, solo una última cosa quiero antes de tomar este cruel camino, para irme con alegría ¡me tomaré mi último trago!.
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