Cosas que...LEO/ Libro / Un crimen bretón: Tradición culinaria en la Bretaña francesa.
Hola otra vez, steemians!
Este es el primer artículo de opinión que escribo sobre un libro, aunque realmente me centraré en dos aspectos, la Bretaña y su comida. Y no solo hablaré de este en particular, sino que haré un pequeño repaso de la serie del comisario Dupin, al menos de los tres tomos que ya he leído.
Avisaré con un cambio de icono cuando vaya a destripar contenido. El icono (en este caso el ojo) se rajará, derramándose su interior. Aconsejo al que no quiera saber demasiado que salte hasta que se cosa de nuevo para seguir leyendo. No quiero estropearle nada a nadie. :-)
Al final del artículo pondré una valoración de 0 a 10 a modo de conclusión numérica completamente subjetiva.
UN CRIMEN BRETÓN
Hay libros con los que gozas de cada uno de sus párrafos, frases y palabras. Disfrutas de su cadencia y sonoridad. Te relames con los giros y retranqueos de la letra impresa, releyendo los párrafos una y otra vez hasta que los conoces como la palma de tu mano y los oyes retumbar en el eco de tu memoria.
Otros libros te agujerean la cabeza y la rellenan de inquietudes y pensamientos que nunca antes habías tenido. Te hacen comprender formas de vida, miradas, mundos. Te cambian.
Y hay otros que simplemente se disfrutan. Que se cocinan a fuego lento y se beben frescos en copa de cristal muy fino. Un Crimen Bretón es uno de ellos.
La Bretaña, departamento del Finisterre, es una zona de Francia que no se siente como tal. Una tierra desconocida de mitos y leyendas, bosques encantados y guerreros mitológicos. Sus pueblos y gentes. Sus refranes y su dialecto. Su naturaleza e historia. Todo tiene ese aura mágica que se filtra por todas y cada una de las páginas de los libros de Jean-Luc Bannalec, alemán de nacimiento y bretón de corazón.
La serie de novelas del comisario Georges Dupin, un parisino trasladado y cada vez más asimilado, son de esas que se degustan como un buen queso viejo, acompañado de una copa de vino de la tierra y sentado en alguna terraza mirando al golfo en un suave atardecer. Olor a mar y sal. A madera vieja y tierra mojada. A comida recién hecha, contundente y sabrosa.
En todos y cada uno de estos libros, un asesinato sacude la tranquilidad de la zona. Los árboles parecen de repente agitar sus ramas con fuerza y se aprietan entre ellos para dar más sombra. El agua se retira con la marea y deja cuerpos a la vista, pudriéndose al sol. El comisario medio bretón tuerce el gesto en un puente de piedra milenario. Dupin se pone manos a la obra y no parará hasta que descubrir al culpable.
Y esta, curiosamente, es la parte más floja de la serie. En los libros que he leído, la investigación ha sido un tanto decepcionante y la resolución, precipitada y nada satisfactoria. Pero, y aquí es donde quiero hacer mayor hincapié, eso no le ha quitado ni un ápice de interés. El regusto al terminarlos no se resiente. El buen sabor perdura en la boca durante días debido a dos puntos tan bien llevados que eclipsan a la trama totalmente: localización y tradición culinaria.
LOCALIZACIÓN
Cada uno de los libros nos lleva de la mano descubriéndonos la Bretaña francesa poco a poco. La calidez con que se describen los distintos pueblos, ciudades y leyendas, sus gentes y sus tradiciones hace que cada cierto número de páginas te tomes un respiro y busques en un plano dónde está exáctamente ese pueblo del que habla en ese preciso momento. Que pegues la cara en las fotografías que encuentras en internet de esa costa, ese mar. Que planees un viaje contando los kilómetros y las horas que te llevaría llegar allí y recorrerlo todo. Hace que ames la Bretaña sin haber puesto un pie en ella. Mejor, hace que ames la Bretaña sin todavía haber puesto un pie en ella.
El primer libro, El misterio de Pont Aven, nos traslada a ese pequeño pueblo empedrado donde se fundó la famosa Escuela pictórica de Pont-Aven, con personalidades tan destacadas como Paul Gauguin, Paul Sérusier o Émile Bernard. La trama se revuelve alrededor de hoteles donde estos pintores se alojaron, museos con sus cuadros y algún que otro acantilado.
El segundo, Muerte en las islas, nos acerca a las Glénan, ese conjunto de tierras que aparecen y desaparecen por culpa de un mar caprichoso y en ocasiones letal. Unas islas perdidas donde la naturaleza vuelve a reinar por encima de todas las cosas y la tecnología se ve recluída a algún cajón perdido bajo el agua salada.
Este tercero, Un Crimen Bretón, nos planta en las salinas de Le Croisic, en la península de Guérande. Describe con tanto detalle y lucidez el proceso de formación de la sal por efecto del sol y el viento en sus laberínticas salinas, que acaba por secársete la boca. Notas en los labios esa flor de sal que se recoge con cuidado peinando la superficie.
Los bidones con que se transporta este oro blanco, los centros que explotan las salinas y los métodos de extracción forman un intrincado engranaje de secretos y misterios que hacen que al comisario no le venga mal la ayuda tan lejos de casa. La comisaria local, Rose, hará esta vez de guía y será Dupin, por primera vez, el que tenga que ir un pasito por detrás.
En este libro, hay algo que empuja al comisario aún con más fuerza: la víctima es Lilou Breval, periodista y amiga. Y otra cosa más: a Dupin le han disparado. Y alguien pagará por ello.
Y aquí me voy a quedar esta vez. No voy a destripar más la historia porque en este artículo trataba de centrarme en dos puntos y aún me queda el segundo.
TRADICIÓN CULINARIA
Dupin es un amante de la comida y en esta serie eso es algo fundamental. Se llega al punto en que casi vas pasando algunas páginas esperando una visita a su amado L´Amiral, en Concarneau, donde vive. Allí, el imponente edificio de piedra blanca del siglo XIX, toldo rojo y postigos de madera, el lector y el comisario se funden en uno ante las diversas viandas servidas por la talentosa Lily.
Para desayunar, unos buenos croissants con sus cafés, pues de su dosis de cafeína el comisario parece no tener nunca bastante. Las famosas almejas de la región, las palourdes grises, y los lomos de salmonete a la parrilla con vino Sancerre frío, para comer. También rape a la parrilla con flor de sal, pimienta y limón. Queso de Cabra bretón, claro. Rape a la parrilla. Ostras de Belón. Cigalas. Todo acompañado de un pan Dolmen de cereales y un tinto de Faugeres. Para cenar, su entrecot con vino Languedoc. O un Lambing, ese famoso aguardiente de sidra bretón.
En este tercer libro llega a celebrar allí su cumpleaños y le agasajan con un gran menú bretón. Langostinos de Guilvibec, lubina flambeada Pastis Marin y un vino Chanin Blanc. De postre, tarta de crepes, una torre de una docena con crema pastelera en medio
Y cuando ya te has familiarizado de nuevo con su restaurante favorito, te sumerges en cualquiera de los que visita en sus aventuras. Siempre con un detalle interesante, una leyenda, un cuento que lo hace aún más atractivo.
Estamos en Guérande, donde se supone se inventaron las crepes. Dupin explica que, según la leyenda, claro, este descubrimiento fue debido a una princesa triste e inapetente y el ingenio de un cocinero de la corte que diseñó un plato que pudiese darle la vuelta en la sartén en el aire. Aquello divirtió a la princesa y milagrosamente volvió a probar bocado.
Y en esta zona, en la Isla de Moines, Puerto de Léiro, el comisario encuentra en Le San Francisco uno de esos magníficos restaurantes que marca en su memoria para seguro regreso. Allí disfruta, en un par de visitas a su terraza con vistas al mar, de una terrina de cordero con higos y tártaro de abadejo con limón en dados, bañado con chinon blanco. Unas delicias que nos hacen salivar y apuntarlas también, buscar las recetas en la red y el restaurante en cualquiera de las webs de restauración.
Pero como al final estamos leyendo una historia, nada de esto funcionaría sin una buena base. Sin unos buenos personajes que lo hagan todo más creíble.
PERSONAJES
Los bretones son un pueblo tozudo, irredento, fuerte. Su magia, tradición y cultura popular toma forma en dos de los personajes. Principalmente en Nolwenn, esa secretaria capaz, profesional y eficiente que cualquiera desearía tener cerca, o al menos, a mano. Siempre con una palabra de ánimo, un dato, un refrán que hace avanzar a Dupin, dar un paso más en la investigación. Es el escudo necesario para capear las embestidas del jefe, el prefecto. Nolwenn conoce a todo el mundo. Y todo el mundo parece conocer a Nolwenn. Nolwenn es la Bretaña. Aunque también lo es Leber. El inspector tranquilo, fundido en la naturaleza, confiado en sus poderes mágicos para resolver los casos, como si aquella tierra fuese un testigo más y solo hubiese que esperar a que hablase por sus playas, árboles, puertos, ríos y desembocaduras.
En toda serie de libros que se precie hay también antagonistas. Aquí tenemos dos recurrentes, aparte de los propios de cada caso. Contamos con el prefecto Guenneugues al que el comisario no quiere ni oír hablar y al que no pone al tanto de ninguna de sus pesquisas. Y también Labat, un perfeccionista algo pedante que no soporta vivir en la sombra, esa alargada y opaca que cuelga de Dupin y lo oculta todo.
Y llegamos al comisario, Georges Dupin, un hombre solitario lleno de peculiaridades, como si hubiese vivido solo desde antes de nacer. Y es precisamente en este punto donde no solo no conecto con el personaje, sino que llega a caerme mal. Dupin es brillante, despierto y trabajador esforzado, pero también es cortante, acaparador y egoísta. Es como si el mismísimo capitán no supiese jugar en equipo. No pone al tanto ni a propios inspectores. Los lleva de arriba a abajo limando pequeñas piezas de un enorme puzle que solo él puede montar.
Al final todos son loas a la labor del comisario y casi me solidarizo con Labat, al que se le nota especial resquemor hacia su jefe. Casi me lo imagino solicitando el traslado día tras día y sufriendo pesadillas en las que el monstruo de turno ese un hombre alto, con vaqueros y libretas garabateadas que no lo ataca, pero le ignora por completo.
Cuando a Dupin se le cruza un caso, no descansa, no duerme y lo que de verdad le hace sufrir: casi no come. Toda esa frenética actividad lleva a maltraer a sus inspectores, pero también a su novia, Claire, que vive en París. Ella y Dupin viven su romance a distancia a través de la línea telefónica y un tren que pocas veces tienen tiempo de coger. El comisario no es un rompecorazones, tiene su amor a buen recaudo en la capital y eso le aporta estabilidad. Sin distracciones, Dupin es una máquina. Ese macho alfa que va a lo que va, y si me sobra tiempo, la llamo. Nolwenn se lo recuerda una y otra vez, pero suele ser inútil. El comisario es un hombre con un fuerte sentido de la justicia, frío en las relaciones personales, que disfruta de la comida, de su trabajo y de un buen beso. Y casi por ese orden.
LITERATURA
Un crimen bretón no es un libro largo, en la edición de bolsillo cuenta con 287 páginas. La lectura es, por regla general, rápida, amena. Uno de esos "whodunnit"(o quién lo ha hecho) que se disfrutan casi más con el buen tiempo. En Alemania los libros han sido un best-seller, con más de tres millones ya vendidos y se ha rodado una serie de televisión.
Las descripciones, como he comentado, son maravillosas. La localización y el tema de fondo, en este caso, la tierra de la sal, resultan muy acertados y están explicados con rigor y claridad.
Por desgracia, el resto me resulta funcional e incluso plano. En este tercer libro seguimos al inspector en una trama que por momentos carece del más mínimo interés, deseando que se encuentre con otro cuerpo, abadejo, canguro o bosque sagrado y nos saque de nuestro letargo.
La resolución, como en el resto de la serie, deja un poco que desear. Parece que ni el propio autor estuviese seguro de quién es el asesino y acabe decidiéndose por uno de los múltiples implicados como el que juega a las chapas. En ocasiones incluso recurre a una información de última hora, un as en una manga interminable.
Si el lector espera profundizar en los personajes, tampoco acabará contento, pues poco más se conoce de Dupin o el resto que no hayamos leído ya en el primer libro.
Realmente, los que seguimos a Georges Dupin por estas tierras no lo hacemos por nada de esto. Que nos dejen tranquilos en una agradable terraza, haciendo crujir la vieja madera con nuestras cansadas posaderas mientras el sol se esconde detrás los acantilados, dejando su rastro anaranjado en el mar como si los hubiese escalado con prisa y derrapado en el agua. Que nos den un buen plato y un buen vino. Que nos dejen en paz.
VALORACIÓN
6.2 (pero puede subir hasta el 7.5 si el lector es viajero y gusta del buen comer)
Buenas @juagarsa, este post se ha votado a través del Proyecto Cervantes 'Posts de Calidad'. Un saludo.
Gracias, Cervantes! :-)