El Limón. Así se llama la zona donde vivo. Podría llamarse mejor El Mango, El Samán o La Selva. Es una hermosa pequeña ciudad, asentada a los pies del Parque Nacional Henry Pittier. La montaña me rodea. Al norte, al este y al oeste. De hecho, les he compartido en alguna ocasión la hermosa vista desde el ventanal de mi cocina.

Me encanta vivir en esta, zona, nos mudamos hace poco, en Febrero de este año y me siento privilegiada de vivir al borde de este Parque Nacional, el más antiguo de Venezuela, pues fue el primero en recibir ese título protector.

Mi Encuentro Animal

Pues bien, la historia comienza cuando, muy temprano a nuestro hijo en el colegio dejamos y fuimos a dar unas vueltas para tomar algunas fotos del increíble paisaje con el que estamos rodeados. Hicimos algunas tomas de flores, de nubes, de la montaña, cuando de pronto nuestro carro se apagó en plena marcha. Como relativamente cerca de la casa me encontraba, no sentí mayor preocupación. Mi esposo se encargaría de nuestro carro encender y yo continué captando con mi cámara el espacio sin más tiempo que perder.

Este árbol, ubicado hacia el final de la calle, me pareció llamativo, pues extendía su brazo como queriendo salir de donde estaba cautivo. Al fondo, la montaña.

Mirando hacia el otro extremo de la calle donde estaba pude contemplar dichosa la hermosa vegetación y de fondo, nuevamente la montaña en su esplendor.

Mientras mi esposo el carro revisaba, la pared que estaba frente a mí yo contemplaba. Era una vieja pared, y su pintura escarapelada por la lluvia y el sol se encontraba. Mi imaginación, que siempre vuela, descubrió inmediatamente los animales que en ella se ocultaban. Me observaban silenciosos tratando de camuflarse entre las manchas y escamas de la rústica pared. Pero fueron descubiertos y captados por el lente de la cámara incorporada a mi móvil Samsung Prime.

La primera que llamó mi atención fue la tortuga, pues tengo una de mascota y siempre consigo verla aunque se oculte en las nubes, en las paredes o en los tejados. Aquí la pueden mirar, en la foto original tratando de no ser vista y la revelación hecha por mí con mi pluma de Ilustrator.

Supuse que era mi “Summer” que se había vuelto a escapar, y además pude notar que sola no se encontraba. Un simpático hipopótamo sin nariz la acompañaba y -por haber sido por mí descubierta- de ella se burlaba.

Por último, descubrí a un gracioso Chigüire (capibara o carpincho), que pretendiendo ocultarse, agachado se encontraba con su boca bien cerrada, aguantándose las ganas de soltar la carcajada.

Finalmente, fui sacada de mi fantasioso encuentro cuando la voz de mi esposo me llamó con desaliento. Vamos, dijo, sube al carro, hasta la casa lo voy a empujar.

Subiendo la lomita, mi esposo el carro empujaba, más o menos a ocho cuadras nuestra casa se encontraba. El volante yo guiaba mientras el pobre jadeaba, hasta llegar a la casa, donde incrédula noté cómo desde una nube, con su burlona sonrisa, mi tortuga nos miraba.

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