Alfonso no quiere ir al campo
A Alfonso lo que más le gustaba era que, cuando llegaba los fines de semana, sus padres le dejaban salir los viernes por la tarde a jugar al balón dentro de su urbanización con los vecinos, y los sábados salían a pasear por la ciudad, a coger unas chucherías en el kiosco, al cine o a dar un paseo por el centro comercial y las tiendas.
Sin embargo, el miércoles mamá llegó y le dijo que este fin de semana tenían una estupenda noticia: se irían a un pueblito a conocer lo que hay en la naturaleza. Pero para ello Alfonso tendría que estudiar un poco más el jueves, porque el fin de semana iba a tener menos tiempo.
Nada más que mamá se fue de la habitación Alfonso demostró su enfado dando patadas a sus botes de juguetes y tirando los cojines que estaban encima de la cama.
-¡Qué rollo! Nunca marchamos a ningún sitio y este fin de semana que íbamos a hacer una competición en la cancha me tengo que ir -dijo Alfonso-. Además, estudiar más para pasar un fin de semana aburrido en un pueblo no me apetece nada. No quiero ir.
Al día siguiente Alfonso se levantó para ir al colegio. Estaba muy serio. Su padre le miró mientras desayunaban y le preguntó si le pasaba algo. Este le dijo que mamá ya le había contado que se iban a un estúpido pueblo a pasar las horas todo el fin de semana. Su padre le dijo que no volviera a hablar así, pues estaba seguro que lo iban a pasar muy bien y que esperaba que se portara bien. Alfonso no dijo nada más y agachó su cabeza.
Cuando llegó el viernes, acabó el cole y al poco rato ya estaban en el coche camino de ese pequeño pueblo donde iban a pasar el fin de semana. Antes de llegar sus padres decidieron parar para conocer un lago que tenía la particularidad de tener como fauna una enorme variedad de patitos.
Cuando salieron del coche a Alfonso le dio el sol en la cara, y un cálido viento le arropó mientras su madre la cogía del hombro y caminaban por la tierra. Cuando llegaron al lago vieron que era verdad.Un montón de patos, negros y blancos hacían sus líneas y paseaban juntos sobre el agua verde. Su padre le dio la cámara de fotos que era su talismán para que el pequeño probara a sacar fotos con ella. Y lo consiguió. El lago era muy bonito y disfrutaron del momento.
Cuando llegaron a la casa del pueblo, la señora les enseñó las habitaciones y todo parecía salido de hace mucho, mucho tiempo, con una cocina antigua, con las paredes llenas de platos y utensilios de sus antepasados. Alfonso ya no se sentía tan enfadado, habían pasado una buena tarde.
Al día siguiente, salieron con su equipo de ruta para hacer una caminata por un sendero hasta la hora de comer. Alfonso supo lo que era de verdad el silencio, no se oía nada, más que sus pasos. Había algo de mágico en eso. Miraba a sus padres y los veía felices y relajados como no los solía ver en la ciudad. Quizá estar en el campo no era tan malo.
Tras comer un bocadillo de jamón y una dulce manzana se fueron de vuelta y al llegar a la casa se encontraron en la puerta con un niño que era el nieto de la señora de la casa. Alfonso se duchó y bajó a ver si el niño seguía fuera y así fue. Se llamaba Jaime. Pasaron la tarde corriendo por las calles, con otro niño del pueblo estuvieron jugando a tirar unos tarros desde lejos, fueron a una tienda donde dan chocolate a los niños y cuando llegó la noche quedaron para verse al día siguiente antes de que Alfonso se fuera.
El domingo llegó y Alfonso se fue con Jaime, se bañaron en un riachuelo, mojando sus pies, corrieron de unos perros grandes que se encontraron y fueron hasta casa del herrero a que le enseñara como se hacían allí los cuchillos grandes.
A la hora de comer Alfonso llegó a la vieja casa de pueblo y sus padres ya estaban metiendo las mochilas en el coche.
-Bueno Alfonso, ya paso el fin de semana. Tienes que despedirte de tu nuevo amigo.
Alfonso se sintió triste y le dijo a Jaime que volvería y que seguro que se juntarían para pasarlo bien por el pueblo. Se dieron el nombre de sus redes sociales y así podrían estar en contacto.
Por el camino Alfonso les dio las gracias a sus padres y reconoció que no solo hay cosas para hacer en las ciudades y que le gustaría volver a hacer cosas así los fines de semana. Sus padres se miraron y sonrieron contentos.
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