Cerati y Ella
¿Cuál es el fondo musical de tu vida, de mi vida, de nuestra vida? ¿Cuál es esa canción cuyo compás es igual al ritmo de tu respiración, de las sístoles y las diástoles de tu corazón? La sinfonía de los recuerdos, de lo sublime, de los secretos, de los amores platónicos correspondidos.
Los conocí el mismo día, recuerdo que era un junio de hace seis o siete años. Ella estaba sentada detrás del computador intentando escribir un ensayo para la universidad mientras desafinaba intentando cantar. Le pregunté qué rayos canturreaba sólo por buscar conversación y así romper el hielo, en realidad no tenía ningún otro interés: “¡Paseo Inmoral de Gustavo Cerati!” Me contestó inmediatamente y sin dejar de tararear.
Esa misma noche, Cerati y Soda Stereo dejaron de ser nada más que Música Ligera o Persiana Americana, apenas llegué a casa descargué toda la discografía del maestro. ¿Por qué lo hice? Siempre he pensado que una de las mejores formas de conocer a una persona es a través de la música que escucha. No estoy del todo claro cuánto tiempo había pasado desde la primera vez que la vi, quizás dos o tres días, de lo que sí estoy claro es que sin darme cuenta había comenzado un muy interesante Paseo Inmoral.
Ella hablaba de Cerati cada vez que tenía la oportunidad, lo relacionaba con casi cualquier cosa. Se sabía todas sus letras, los detalles más absurdos de su vida y pasaba todo el maldito día escuchándolo sin cansarse. ¿Era posible que yo sintiera celos por una figura etérea, lejana, inalcanzable y que se encontraba a cientos de kilómetros de distancia? Los ojos de Ella expresaban amor, admiración y devolución absoluta por Gustavo. ¿Cómo no odiarlo? La quería irracionalmente sin conocerla demasiado y no me quedó de otra que ignorar mi necedad adolescente.
Gustavo se presentó como un Paseo Inmoral y gracias a Ella se convirtió en Una Cicatriz en mí. El fondo musical de nuestros viajes estaba conformado por todas y cada una de las canciones del argentino. ¿Cómo luchar contra semejante corriente? Ella cantaba y cantaba y yo me burlaba de lo mal que lo hacía. Pero, irónicamente disfrutaba escucharla y sin sus alaridos desafinados me sentía totalmente fuera de contexto.
Todo el tiempo estábamos juntos. Lo disfrutaba muchísimo aunque siempre termináramos haciendo lo mismo: dos o tres cigarros mientras conversábamos en el parque de siempre. Entre cada Bocanada, empecé a sentir como propias las líricas del vocalista de Soda Stereo. Una canción para cada sentimiento, para cada historia, para cada circunstancia y tantas para Ella.
Ortega y Gasset lo describió como un estado de imbecilidad transitoria, yo me atrevería a definirlo como el estado perfecto y la razón fundamental de la existencia. Ella era la dueña de mayoría de mis pensamientos. El lugar de salida, el sonido del disparo que anunciaba la partida, la pista de carreras, la meta, el final de fotografía y el premio definitivo. Su esencia conformaba al público que aclamaba mi éxito y gritaba mi nombre completo hasta perder la voz. ¡Me hacía sentir más Vivo que nunca!
Le regalé Ahí vamos apenas estuvo disponible en las tiendas. Todavía tengo tatuada en mi memoria la expresión de su rostro ante la inesperada sorpresa. Nos montamos en el automóvil y, mientras dábamos vueltas por la ciudad, me empezó a explicar el significado de los 13 temas que conformaban el disco.
La excepción fue amor a primera vista, me encantaba verla así: como el fin de este viaje. Adiós representaba mis dudas, ¿hasta cuándo iba a durar esa peculiar e inexplicable relación? Me quedó aquí despejó el cielo nublado y me hizo entender que estaba donde tenía y quería estar y que con Ella siempre era posible empezar desde cero, aunque todo se fuera a pique. Lago en el cielo la ratificó como el paisaje más soñado y fue el punto de quiebre que arregló mis diferencias con Gustavo Cerati. ¡Cosas imposibles!
Primero fue el concierto de Ahí vamos, después el inefable regreso de Soda. Mientras, empezaron a surgir responsabilidades y obligaciones propias de la vida de adulto. No hubo ninguna razón ni ningún conflicto épico, simplemente las circunstancias hicieron que los encuentros en el parque de siempre se hicieran menos frecuentes.
Y así empezó la aburrida tranquilidad de estar lejos de Ella. El arte de refugiarme en el vacío lejos de su nombre y su rostro, cambiar su compañía por el exceso de trabajo o por cualquier capricho que se podía comprar con tarjeta de crédito. En mi inconsciente, Ella seguía ahí, inmune a los cambios. Presente en la música que escuchaba mientras trabajaba en esa oficina helada y lujosa, en el humo del cigarro que salía por mi ventana panorámica y en las tres o cuatro fotos que seguían adornando la pared detrás de mi cama.
Rehíce mi vida y hasta de vez en cuando se me escaba su nombre por equivocación. Fue muy complicado mantenerme a distancia y romper vínculos. Lo irónico del asunto es que, consciente o inconscientemente, siempre dejábamos pistas suficientes como para saber el uno del otro.
La volví a ver par de años después, en un banquito del parque de siempr5e. Yo seguía creyendo en sus ojos aunque no tenía la más mínima idea de qué decirle o cómo decírselo… Y una vez más nos despedimos con sabor a puntos suspensivos.
Los puntos suspensivos se convirtieron en puntos y comas, los puntos y comas en puntos y seguidos. Estábamos en párrafos distintos aunque todavía existían ciertas ideas principales que nos mantenían unidos en la distancia, más allá de los terceros y del contexto.
La vida siguió su curso, llegaron ascensos, había más dinero, menos tiempo, más kilos, más canas. Hasta decidí dejarme la barba para lucir diferente. A veces me inventaba relaciones y hasta a veces fui feliz. Pero ninguna sabía volar como Ella y terminaba aburriéndome por completo.
Ella aparecía cuando le daba la gana, siempre me encontraba y me era imposible decirle que no. Los nervios, la taquicardia y las manos sudorosas entraban en escena apenas me llamaba o me escribía por cualquier medio. Quizás, estemos condenados al eterno retorno de lo idéntico, como dijo Nietzsche.
Perdí la cuenta de cuántas veces traté de escaparme, incluso de borrar las huellas que había dejado en Internet. Me alejé de la literatura por temor a conseguírmela entre las imágenes de Shakespeare, Neruda o Rimbaud. Dejé de fumar por miedo a que el humo del cigarro formara su figura y hasta dejé de beber para evitar anhelar su compañía después del tercer o cuarto whisky.
El implacable tiempo siguió pasando. Días, meses, años. Las fotos se fueron llenando de polvo hasta hacerse irreconocibles, las cartas sin destinario se hicieron sepia y quedaron guardadas en la gaveta junto a sus lentes gigantes y ese sombrero que me encantaba que usara cuando cometió la tontería de cortarse el cabello. Seguí adelante, Tracción a sangre. Supongo que ese Crimen quedará sin resolver.
La única razón que encontré para no ir al concierto de Fuerza Natural fue la posibilidad de topármela entre la multitud. ¿Cómo podría justificarla? ¿Cómo podría disimular que me seguía afectando más allá de lo que podía controlar? Seis años de emociones entre acordes y pentagramas. Seis años negando de la forma más testaruda y absurda un sentimiento tan grande, tan noble, tan inocente, tan intenso.
Cerati y Ella eran sinónimos en mi inconsciente y estar los tres en el mismo sitio podría significar el colapso total y definitivo. Ella era mi verdad y me daba pavor aceptarlo, aunque suene tonto.
Lo único que queda de ese día son dos pedazos de papel, dos entradas en segunda fila que jamás llegaron a utilizarse. Dos entradas que terminaron por ser el avatar de un amor cobarde condenado a guardarse en el baúl de los fracasos…
No tardé en enterarme de la verdad de lo sucedido gracias a mis contactos en el gremio de periodistas, verifiqué de primera fuente que era cierto lo del terrible accidente cerebrovascular que sufrió Gustavo. ¿Cómo estaría Ella? Sabía que estaba sufriendo en carne viva la tragedia de su ídolo. Necesitaba abrazarla, sentir sus lágrimas en mi hombro. Necesita al menos fumarnos un cigarro en el parque de siempre y hacerla reír con mis tonterías.
Hoy, después de tantos años, mientras canto las canciones de Cerati a todo pulmón, revivo cada una de sus palabras, de nuestros momentos, de nuestros besos, de nuestras discusiones absurdas. Recordando ese futuro que nos inventamos, que nos debemos y que lo condenamos a quedarse en subjuntivo. Quiero romper la barrera del sonido y que el estruendo de mis pensamientos se escuche por toda la ciudad. Es posible que existan otras formas de opacar ese ruido característico producto del dolor agudo que sale de lo más profundo del pecho, pero hoy sólo tengo ganas de cantar.
Estoy consciente de que mientras más canto más se deteriora mi voz. Pero no es momento de pensar en que mis cuerdas vocales se apaguen mañana sino en el fuerte alarido que estoy soltando sin importar que el teatro esté completamente vacío. Quizás, en el fondo lo único que pretendo es que Ella me escuche y termine regresando de forma inesperada, como siempre. Su locura, siempre amé su locura.
Ella sigue y seguirá siendo y estando. Silente, ausente, cercana a su estilo. Lo que siento por Ella está intacto, siempre presente pero esperando el instando correcto para despertar… Como Gustavo.