Recomendación laboral

in #spanish7 years ago (edited)

Águeda escribió la carta apresurada, un poco irritada por haber olvidado hacerlo antes, cuando tenía tiempo. El tren salía en menos de media hora y ella todavía tenía que pasar devolviendo las llaves de su apartamento, sin embargo, no podía dejar de escribir la carta. Con lo supersticiosa que era, sabía que si no lo hacía, la culpa volvería a ella y además estaba consciente de que su suplente necesitaría instrucciones precisas para cumplir el trabajo a cabalidad. Buscó un lápiz en su cartera y el que encontró estaba dentro de un estuche de madera tallado a mano; el estuche contenía dos lápices: uno tinta y otro de minas. Al verlo recordó el chiste que un viejo amigo le hizo cuando se lo mostró.
— Parecen dos muertos en un ataúd — había dicho aquel hombre que hablaba sarcasmo como segunda lengua, haciendo alusión a que Águeda trabajaba como modelo de ataúdes.
Águeda sonrió amargamente y comenzó a escribir.


Querida suplente:
Para el momento en que las esto, ya estarás sentada en el que hasta hoy, fue mi escritorio. No pretendo ser una sombra, pero las huellas solo se borran con el tiempo y mi intención con esta carta, es solo ayudarte.
Querida suplente: ella cambia de modelo, no de ataúd. Cuando se trabaja para Leonor, se muere; no literalmente, aunque haciendo uso de tecnicismos, la verdad es que se deja de existir, cesarás, dejarás de ser, tu identidad se perderá, dejarás de ser Gabriela, Laura, Inés o quien sea que seás y te convertirás en la mujer dentro del ataúd. La mujer dentro del ataúd debe tener medidas exactas, puesto que el modelo de ataúd original fue hecho hace mucho tiempo y ya no puede modificarse. Además, deberá gustarte el ataúd, deberás sentirte cómoda en él, de lo contrario, al primer quejido de molestia, Leonor te sacará y meterá a alguien más. Algunos dicen haber visto sufrir a Leonor en el proceso, pero eso sigue siendo una leyenda. En realidad, no hay evidencia de tal suceso.

El ataúd pesa. Es hermoso, pero pesa. Está hecho de madera fina, brillante y con acabados salidos de las manos de artesanos comprometidos con su trabajo, la misma Leonor participó en el proceso; las esquinas más afiladas fueron hechas por ella. El ataúd tiene un color oscuro, de manera que las pocas imperfecciones que tiene, se camuflan; está decorado con agarraderas enchapadas en oro que a primera vista se ven hermosas (para quien gusta del metal), pero que, al mojarse con la primera lluvia de mayo, comienzan a oxidarse y hasta entonces se puede ver el fondo plateado, denunciando el verdadero material con el que se hicieron. Leonor siempre lo vuelve a enchapar y mientras lo hace, llora. Sus lágrimas bañan el ataúd y lo vuelven más brillante; una técnica extraída de los chinos, quienes mojan las teteras de barro para conservarlas. El ataúd está cubierto por dentro con tres capas de esponja, dos muy finas y la última más gruesa, forradas con seda blanca, sin demasiadas decoraciones, porque Leonor — quien es conocida por tener muy buen gusto — las desaprueba. La tapa tiene una pequeña ventanilla con vidrio transparente, de tal modo que se pueda ver tu rostro una vez que el ataúd está cerrado. El resultado final es una caja muy cómoda, tan cómoda, que, al estar encerrada en él, no te darás cuenta que estás muerta. Los primeros días, Leonor dejará la tapa abierta; serás libre de salir y entrar del ataúd a tu antojo. Eso hará las cosas más fáciles para ambas porque entonces le tomarás cariño al ataúd, te gustará, no habrá aversión y en un santiamén, lo extrañarás, anhelarás regresar a él, pedirás regresar, hasta que ya no querrás salir. Te recostarás, cerrarás la tapa y dejarás la ventanilla de vidrio abierta para poder seguir viendo a Leonor. Una vez dentro, sentirás como Leonor te carga dentro del ataúd y comienza a caminar; mientras lo hace, te cantará y vos solo podrás pensar: ¡Qué voz hermosa tiene Leonor! Su voz podría, desde vender artículos por radio hasta cantar en el coro de la orquesta local ¡Y sonríe mientras lo hace! Vos no la verás, pero sentirás la diferencia en el tono de su canto. Al principio será un poco difícil darte cuenta, es con el paso de los días que aprenderás a notarlo. Su andar se irá ralentizando, al mismo tiempo que su sonrisa y su canto. A través de las tablas, podrás sentir su cansancio y le gritarás para preguntar qué pasa, porque vos — genuinamente — no lo sabrás. Arriba todo estará muy cómodo, muy tranquilo, no puede ser de otra manera, puesto que Leonor lo dispuso así y lo que Leonor hace no tiene fallas, no es reprochable. Aun así, gritarás y ella contestará con la sonrisa más incómoda que habrás escuchado:
— Todo bien, no nos vamos a perder.
Te volverás a recostar, apoyada ya no en la caja sino en sus palabras. Las palabras de Leonor pesan tanto como el ataúd, son afiladas y puntiagudas; una vez la descubrí usándolas como clavos cuando el carpintero dijo que había olvidados los suyos en el taller.
Más días pasarán y el avance será entonces mínimo, cada vez más lento hasta que cesará del todo. El día que cese, Leonor tirará la caja al suelo, se abrirá la tapa, te caerás, te revolcarás en el polvo, te rasparás las manos, los brazos y las piernas. Sentirás como las piedrecitas se quedan pegadas en las partes más sensibles de tu piel y dejarán esa marca roja indicando que la sangre está atrapada allí. Estarás confundida, te odiarás por no haberte fijado que el ataúd no tenía cerrojo, te odiarás porque fuiste tan ingenua que ni siquiera le hiciste la observación a Leonor, te odiarás por no haberte preocupado por tu propia seguridad, te odiarás por no haber previsto que algo así pasaría; preguntarás a Leonor y ella una vez más dirá que todo está bien. Que vos estás bien. Te explicará con detalles como el ataúd ya no te aguanta, como ya no cabes en él, como ya no te queda. Te dará un manual para que hagas remiendos y volvás a encajar, mientras ella busca un nuevo cuerpo, uno que quepa, uno que prometa caber siempre, uno que cambie pero que siga siendo el mismo. La verás alejarse caminando entre las calles del mercado buscando nuevos materiales para el ataúd, pero la verás llevar el modelo de la caja en un papel, porque Leonor cambia la mujer, no el ataúd.
PS: Leonor y yo nunca nos reímos a carcajadas.


Águeda dobló el papel tres veces, lo metió en un sobre, lo selló y escribió en él: a mi suplente. Le pareció arrogante referirse a la nueva modelo así, pero no conocía su nombre. Al abrir el buzón, encontró la carta que habían dejado para ella; una vez más sonrió con amargura y confirmó que el karma instantáneo existe. Su predecesora también había escrito en el sobre: a mi suplente.camera-1215737_1920.jpg

Fuente: pixabay
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