La base de mi existencia

No sé quién soy, ni donde estoy, ni que hago en este lugar.

No pienses que me refiero al hecho de no conocer mi nombre o que desconozco la ubicación geográfica de mi cuerpo, ni el hecho de no saber qué acciones estoy haciendo justo en este momento.

Sé que me llamo Helena, que estoy en la ciudad de Caracas y que justo en este preciso momento estoy limpiando nuevamente unas mesas del restaurante donde trabajo.

Todos mis días son así. Y esa es mi gran duda, ¿en qué se basa mi vida? ¿El continuar con mis días llenos de monotonía una y otra vez es la base de mi existencia? Simplemente quiero pensar que no.

Espero, dentro de ser que todo esto tenga algún significado. Pero no logro describirlo.

Este día estoy abatida, quizás como cualquier otro y quizás como cualquier otra persona. Arrastrando mis pies en cada paso que doy, con mis manos adoloridas y mi pecho oprimido por el desespero y la desdicha, me dirijo pacientemente hacia el metro.

Como todos los días está atestado de personas que desean llegar a su hogar. Todos empujan y como una ola me introducen dentro del vagón, realmente no tengo que esforzarme demasiado, y agradezco esa pequeña parte. No hay asiento, pero es costumbre.

A mi lado un pequeño llora, sujeto a la pierna de su madre derrama gruesas lágrimas por su rostro. Sus manos están sucias, sus pies descalzos. Su madre, quizás en peores condiciones que él, simplemente le consuela. Veo como corre una lágrima por su mejilla y trata de sonreír al jovencito.

Muy bajito le dice que no consiguió comida hoy, que quizá mañana puedan comer.

Sus palabras, tan francas, honestas que no estaban dirigidas hacia mí y que sin duda están cargadas de dolor, me hielan la sangre, me estremecen el alma.

Durante el camino solo pienso en el hecho del sufrimiento ajeno, del desequilibrio social... el hecho de la enfermedad y miseria que se vive en este lugar.

Me bajo en la parada que me corresponde y siento aún en mi pecho el extraño sentimiento que me invadió desde el momento en que escuché esas palabras. Camino rápidamente alejándome de la estación que apesta a heces y orina, quiero alejar de mis pensamientos todo lo que ahí se ha incrustado, porque, eso hacemos.

Vivimos en nuestro mundo tratando de ignorar el de los demás, tratando de enfocarnos sólamente en nuestros problemas, en nuestras desdichas y dejamos a un lado a los necesitados que mueren a nuestro alrededor.

Actualmente las muertes nos invaden, arrebatan los cementerios y hospitales y solo podemos hacer una cosa, ignorar que todo eso ocurre.

Llegue a mi pequeño departamento, todo en el se encontraba tal cual lo dejé. Veo lo poco que tengo y por primera vez en mucho tiempo agradezco por ello. Siento en mi ser, la felicidad de poder seguir con vida, la dicha de alimentarme, la dicha de trabajar.

Luego de durar mucho rato en la cama intentando conciliar el sueño, entiendo que quizás mi función, mi misión pueda ser ayudar, con lo que tengo, con lo que sé hacer. Así que al siguiente día solo puedo hacer una cosa; tomo un pan y lo preparo con lo poco que tengo, lo envuelvo en un papel y espero encontrarme a la madre y a su pequeño, lo hago, porqué siempre están en el mismo lugar hasta la misma hora donde se embarcan en el mismo metro.

Sin decir nada, sin esperar reconocimientos de nadie, simplemente entrego lo que he hecho, con amor y cariño a alguien que sé que lo necesita. El niño nisiquiera dice gracias, la madre no tiene realmente palabras. Así que solo les sonrió cuando desesperado el pequeño muerde el pan.

Me alejo caminando poco a poco, con mi mente llena de dicha. Quizás no solucioné sus problemas, pero mi acción, que fue sincera simplemente me trae paz.