Un secreto que no conocía de mí mismo
Tengo un secreto, uno que nunca he contado a nadie, y que realmente yo no conocía. Pero no es que pueda compartirlo con alguien a quien pueda interesarle, siempre estoy solo; no tengo amigos.
Por algún motivo, las personas a mi alrededor siempre se alejan. Es algo automático, si estoy en un comedor nadie se sienta en mi mesa, si estoy en un baño nadie usa el lavado contiguo al mío, pero no es como que me vieran con desprecio, simplemente se alejan por cosas del destino.
He intentado crear un vínculo con algunas personas, me he acercado a varios, les he hablado de temas en particular, y aunque me responden con mucha amabilidad simplemente se alejan. Creo que eso mismo les sucedió a mis padres, pues decidieron dejarme la puerta de una granja para que se hicieran cargo de mi otras personas.
Nadie me adoptó, nadie me cuidó. Solo enfrenté mi vida, y está bien, debo decir que no me molesta. Actualmente soy profesor de matemáticas en la universidad. Mis alumnos, aunque están obligados a estar en mi clase, simplemente se sientan a partir de la segunda fila.
He visto miles de caras sentarse frente a mí, pero ninguna se sienta a mi lado para hablar.
Debo admitir que muchos días me siento solo, y estoy agotado, cansado de todo eso, sin embargo no puedo hacer nada al respecto.
Cada día camino a la orilla del mar, al menos frente al agua no me siento tan solo. Hoy decido hacer algo diferente, me quito mis zapatos, y dejo que el agua toque mis dedos desnudos. El agua es cálida, pensé estaría muy fría. Me mantengo así durante mucho tiempo, hasta que el sol se oculta, cuando eso pasa camino hacia la calle, me calzo mis zapatos y camino a casa.
Todas las calles están oscuras, quizás es más tarde de lo esperado, apresuro mis pasos, apresuro mis pies lo máximo posible intentando alejarme del peligro. Cuando llego a mi calle la veo, una joven, más o menos de mi edad. Lleva un vestido rojo sumamente pegado a su cuerpo, un cabello rubio cae hasta sus hombros y de su boca deja salir una delicada línea de humo mientras con su mano sostiene el cigarrillo que resplandece en la oscuridad.
Paso por su lado y detecto su perfume dulce y empalagoso. Está justo frente a la puerta de mi casa, me mira durante unos minutos mientras abro la puerta, le sonrío, no puedo hacer más que aquello, me ha dejado sin palabras, y luego entro. Estoy encendiendo las luces cuando escucho un grito, agudo y alarmante, con una voz de mujer. Corro, porque sé, sin lugar a dudas que es la misteriosa mujer la que ha gritado.
Me asomo por la ventana y veo en medio de la carretera un zapato rojo, del cual no me había fijado, pero supongo que es de ella. Tomo un bate de beisbol y cruzo la puerta, escucho un jadeo justo por la calle por la que he venido, y veo como un hombre la sostiene contra el piso tapando su boca.
Sin pensarlo, muevo el bate con todas mis fuerzas y lo estampo en el cráneo de aquel hombre, que se desploma encima de aquella mujer inmediatamente.
Ella chilla y sale debajo de él y la ayudo. Me mira con ojos llorosos y me abraza. Por primera vez en mi vida, siento el calor de un abrazo. Le pido que nos alejemos de ahí antes de que despierte aquel hombre, si es que despierta, y eso hacemos, caminamos hacia mi casa. Ella sosteniéndose fuertemente a mi brazo, sin importarle que la mitad de su cuerpo se encuentra desnudo debido a que el hombre le ha destruido su vestido.
Entramos deprisa a mi hogar y le ofrezco una taza de té. La acepta aunque no deja de derramar pequeñas lágrimas que corren su maquillaje por toda su mejilla.
Le doy una de mis franelas de algodón la cual acepta gustosa. Siempre me mira, cada movimiento que doy es observado. Me siento cohibido, nunca me habían visto tanto.
De pronto se acerca a mí, siento nuevamente su olor, siento sus manos cuando toma mi cara, siento su calor cuando me besa, y dejo que lo haga, me dejo llevar por el sabor de su boca, el olor de su perfume y el calor de su cuerpo.
El tiempo pasa más de prisa, o más lento, no puedo saberlo, pero luego de una noche larga llena de besos, y caricias dejo de sentirme solo. Amanezco a su lado, su pelo sobre mi almohada, su perfume en mi sabana, toco su piel, fría, perfectamente fría.
Y lo entiendo por fin, quizás todo este tiempo las personas solo se protegían, solo seguían sus instintos al alejarse de mí.
Porque aún cuando he sentido el calor, aún cuando no me he sentido solo por primera vez, mis instintos ganaron, y me he devorado su cuerpo débil.
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