La Lagunita / Memorias de mi tierra

in #spanish6 years ago (edited)

Lugar: Mucuchachi, Pueblos de Sur del estado Mérida, Venezuela.
Fecha: Entre 1930 y 1945

Narcizo y Nectali, siendo compadres, trabajaban juntos en el campo. Salieron antes del amanecer a recoger el café. Solo faltaban dos bultos por llenar y así cumplir con la cantidad acordada con el vendedor del pueblo para que la llevara a la ciudad. Caminaron por la misma senda y pudieron regresar temprano; montaron los sacos de café en el Jeep y siguieron rio abajo hasta el pueblo...

-Buenas tardes Don Juan, ¿Dónde le dejamos el café? – preguntó Nectali al entran en el negocio, con sus ropas sucias del trabajo.

-Por aquí muchacho, póngalo todo bien acomodado aquí, no me deje regado nada – contesto el señor sin mirarles ni un segundo.

Bajaron los sacos y los pusieron ordenados, uno a uno con cuidado. Ésta era la primera cosecha que tenían completa y estaban emocionados por el pago tan esperado.

-Ya está todo ahí Don Juan – dijo Narcizo, secándose el sudor de la frente con un pañuelo viejo. Se quedó parado al lado de un estante metálico de alimentos.

- ¿Qué están esperando? – dijo Don Juan – ah si, el pago, ya mi cabeza no me deja coordinar… aquí esta lo acordado, una locha por cada saco, ya váyanse que tengo que cerrar.

Narcizo y Nectali salieron alegres de aquel lugar, su cosecha dio los resultados que esperaban. Llegaron al Jeep y al tratar de encenderlo, éste no prendía. Revisaron el motor, el arranque, todo lo que sabían de mecánica, pero nada funcionó.

- Tocó subir caminando – dijo Narcizo mientras agarraba sus cosas – vamos, que el camino es largo, subamos por la lagunita.


Comenzaron su caminata hacia la aldea, calculando que serían unas cuatro horas de camino. Mientras avanzaban, Nectali se quejaba de que el pago quizás había sido poco y que pudieron haber sacado más dinero de aquel negocio. El calor se hacía muy fuerte a cada paso y con él, las quejas de Nectali, quien termino enardecido y pensando en bajar mañana para reclamar más dinero. Narcizo solo caminaba, esperando que Nectali se callara, pero no sucedia nada. Pensaba que quizás Nectali no sería un buen socio y no quería pedir más dinero por el café, ya habían acordado de palabra un precio que era el correcto. Nectali sacó un machete que llevaba y comenzó a moverlo de un lado a otro en el aire.

- Si no paga más, con este mismo machete le cortare los brazos, porque eso no puede quedar así, lo buscare en la noche en casa y le quitare los brazos – decía mientras caminaba – vamos a ver qué tan valiente es...

Narcizo comenzó a preocuparse y con mucha angustia comenzó a hablar con Dios: - Dios mio, ¿qué estoy haciendo? No puedo seguir trabajando con Nectali. Dios quítalo de mi camino, apartame de todo mal – y comenzó a rezar un rosario a la Virgen, total, el camino era largo y la oración siempre lo ayudaba.
Ya avanzados en el camino, llegaron hasta una aldea llamada La Lagunita (nombre que recibía por la laguna que allí se encontraba); solo habían un par de casas y una escuela pequeña. Al pasar el caserío, montaña adentro llegaron hasta la Laguna, era grande y estaba rodeada de muchos árboles. Sus aguas se veían cristalinas y decidieron detenerse un rato allí a descansar. Nectali no paraba de hablar de su venganza, de que nadie lo haría pasar por tonto.

Estando allí, sentados en unos troncos frente a la laguna, Nectali se levantó sorpresivamente y miraba hacia la laguna.

- Compadre, ¡mire! mire! Mire en la laguna… Hay algo ahí, mire como brilla, ¿qué es esa cosa? Es una mucura, mire compadre, ¡tiene morocotas! Venga y mire compadre, venga, venga...

Narcizo se levantó y miraba hacia el centro de la laguna; estaba sorprendido de ver con tanta claridad unas morocotas (monedas grandes) de oro cómo las de los entierros de dinero que siempre había oído. En segundos comenzó a pensar en todo lo que podía hacer con ese dinero, ya no tendría que trabajar más, se veían muchas, muy grandes. Nectali no lo dudo, comenzó a quitarse las botas de caucho y el sombrero

- Compadre, vamos a sacar esas morocotas, nos repartimos lo que podamos sacar, eso si compadre, de cada diez me tocan ocho a mi, porque a mi si me va mal, yo necesito resolver mi situación, ya no le trabajo más nunca a nadie… - decía mientras los dos se acomodaban para meterse en la laguna.

Narcizo se detuvo, un frio le recorrió todo el cuerpo, los pelos se le pararon, pensó que era por oír semejante disparate de su compadre

- Tranquilo compadre – dijo Narcizo, mientras se volvía a poner las botas y el sombrero – mejor vaya usted solo, que necesita más ese dinero… Yo lo miro desde aquí y se las voy recibiendo cuando las traiga

Nectali lo miro y sin mediar palabra se lanzó a la laguna, comenzó a nadar hacia el centro, para traer las morocotas. De repente la laguna comenzó a oscurecerse, Narcizo miraba sin entender qué estaba pasando. Las aguas se movían más y más rápido, el cielo se tornó nublado y una brisa fría movía los arboles casi para tumbarlos, Narcizo comenzó a llamar con gritos a Nectali, pero éste seguía adentrándose en la laguna. Tomó unas morocotas, se dio vuelta y comenzó a nadar de regreso. Las aguas estaban turbulentas, pero se podía observar desde donde estaba Narcizo cómo la forma de una culebra enrollada de tamaño gigantesco estaba en el fondo de la laguna. Narcizo gritaba desesperado:

Compadre! venga, compadre, salga, hay una culebra compadre, salga, salga

Nectali, desesperado, hacia todo para poder salir. Soltó las morocotas y trataba de salir de aquel remolino que lo envolvía; nadó con todas su fuerzas, se veía que no podía respirar del cansancio. La culebra comenzó a sacar su cabeza, lo tomó con su cola enrollándolo, dejándolo inmóvil y, sin ninguna compasión, lo engullo rápidamente frente a la mirada atónita de Narcizo, quien despavorido agarro sus pertenecias y comenzó a correr montaña adentro para regresar a su aldea. Corrió como nunca antes lo había hecho, a cada rato miraba hacia atrás a ver si su compadre venia, pensando por instantes que quizás había sido un mal sueño. Más nunca lo volvió a ver. En los días siguientes trataba de explicar lo sucedido, lo tomaron por loco, tuvo que irse de la aldea, pues comenzaron a pensar que quizás él lo había matado. Finalmente se fue a Barinas, en donde compró una casita y estuvo allí hasta sus últimos días, sin jamás volver a su pueblo.

"La codicia siempre envuelve

al que su alma no fortalece"

Fuente de textos e imágenes de mi autoría.

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