Codex Akásico: El Heraldo del Caos y el Orden [Camilli I]

in #spanish7 years ago




Camilli I

Ella se encontraba contemplando la desnudez de su cuerpo en el espejo de su sala de baño, casi era el día, a la medianoche estaría entrando en la cuarta década de su vida, estaba tan vulnerable, desprendida de toda prenda y toda carga pesada, como la mujer más visceral y primitiva de todas. Al observarse detalladamente, Camilli ya empezaba a notar el paso de los años en su piel de otoño, las arrugas y las estrías evidenciaban la demacración en su cuerpo físico, pero no podían representar ni en lo más mínimo los profundos cortes en su alma, los cuales sangraban a borbotones desde hace 19 años, un agobiante dolor que podía sentir incluso ahora, mientras se miraba fijamente en el vidrio empañado.

Solo en esos momentos tan íntimos, Camilli era capaz de ver más allá de la magnánima parafernalia del maquillaje que solía recubrir su rostro en los rigurosos podios de un juzgado, la desolación de ese espacio la despojaba de todo autocontrol, de toda abstinencia, de toda aquella necesidad de demostrar decencia; solo ahí, en la perpetua soledad de ese baño, podía sentirse completamente liberada de cadenas y máscaras, ese era el único lugar en el que podía sentirse como una persona que no debía cumplir con las exigencias y las expectativas de una sociedad prejuiciada, ella sabía que frente al espejo ya no podía fingir.


Camilli salió completamente renovada, sólo le bastó con exfoliar su cuerpo con unas cuantas cremas humectantes y perfumarlo con las más sofisticadas fragancias francesas, vistió con sus mejores prendas y las alhajas más ostentosas de su colección, recogió su ondulado cabello castaño, un labial pintó su boca de un indistinguible color magenta y resaltó sus preciosos ojos grises con los tonos oscuros de su delineador favorito. Ahora lucia tan regia y lozana como en sus días de juventud; ella sabía que, como todos los días, al salir de la puerta de su apartamento debería enfrentarse a un mundo superficial e implacable en el que todavía prevalecía el patriarcado, –la buena presencia era, prácticamente, un prerrequisito para las féminas en la sociedad –.

Ella recorrió los vestíbulos del buffet con imponente presencia, el violento sonido de sus tacones atigrados resonaba en todo el recinto; magister en leyes, una de las abogadas más famosas de Milán, reconocida y temida por igual, muchas lacras de la sociedad habían terminado tras las rejas gracias a su aguerrida e indómita actitud dentro y fuera de las cortes de Italia.

Mientras estaba sentada en su sillón persa de colores marfil, degustando plácidamente de un exquisito faisán, entró lleno de sobriedad el Magistrado Versace.

–Me temo que para mañana tienes un nuevo caso, uno que es muy complicado, pero tengo la ligera sensación de que éste te encantará –expresó el Magistrado entre risas.

–No puedo negar que, partiendo desde ese más que intrigante preámbulo, ya captaste toda mi atención, así que suelta –aventuró Camilli.

–Pues, digamos que te toca hundir a una escoria que encaja perfectamente en tu filtro, un violador.

–Vaya, pero qué desperdicio… Sin dudas, disfrutaría mucho hundir a esa bazofia, pero es una verdadera lástima que, por motivos personales, no pueda litigar ese caso. No sé si ya te has enterado, pero mañana estaré partiendo a Roma para ver a mi hija.

–Uhmm no lo sabía… Y sabes, es una pena, eras la más indicada para este intrincado caso; vamos, se trata de un sacerdote pederasta que está siendo defendido por los abogados de la Iglesia Católica, ¿podría existir algo peor qué eso? Me entristece mucho lo que le pasó a esa pobre niña de once años –expresó con un tono punzante, evidentemente el Magistrado Versace pretendía provocarla con ese discursillo para que de una u otra forma, Camilli se viese involucrada en el caso, –sin dudas, este bastardo ha logrado su cometido –pensó Camilli.

–Ok, acepto que lo has logrado, adelantaré mi viaje a Roma para esta tarde, mañana a primera hora estaré en el buffet para analizar los detalles del caso, mientras tanto, haré las pesquisas pertinentes –replicó hipócritamente.

Camilli salió exaltada de su oficina, la naturaleza del caso la enervaba a tal punto de sentirse completamente afligida; al escuchar lo que le pasó a la niña sintió como si una guadaña la cercenase desde la frente hasta su sexo, su mente se inundaba de sentimientos y remembranzas viscerales, todos ellos, se conglomeraban, sumergiendo su mente en un mar de tonos rojos y oscuros que se entremezclaban en una vorágine de emociones, una que evocaba un color magro tan intenso como el del hígado crudo. Su arraigado sentido de la justicia siempre la había predispuesto a sufrir de esas intensas reacciones, y más aún cuando se trataba de un detestable pederasta, en casos como ese, ni todo su autocontrol podía evitar esa incontenible y repulsiva sensación que se propagaba en todo su cuerpo, era la sombra del estrés postraumático que seguía desgarrándola muy dentro.


Al disiparse su aflicción, solo podía clamar por una pronta represalia, –tengo que destruir la raíz del mal –pensaba mientras miraba frívolamente hacia el horizonte, tan calmada, tan imperturbable y silenciosa que parecía estar atrapada en otro mundo.

Condujo con prisa hacia el aeropuerto más cercano, tomó el primer vuelo que despegase al Vaticano.

Camilli estaba sentada en el asiento del avión, sus manos estaban ocupadas en transcribir mensajes de texto, pero su mente maquinaba su próximo paso a seguir. Había una terrible tormenta que no advirtió hasta que dejo de escribir el mensaje, desde las ventanillas, Camilli observó con suma atención la desarmonía de los vientos monzónicos y las nubes eléctricas, ella pensó que el panorama encajaba perfectamente como un lienzo abstracto de su tempestuoso interior.


Al llegar al convento San Pedro, Camilli se reunió con su hija Priscila en las afueras de la abadía. Priscila era apenas una muchacha de 18 años: cabello rizado, figura esbelta y piel oscura, ella era el resultado de una disputa genética que favoreció a un padre ausente y anónimo, sus rasgos no podían ser más diferentes a los de su madre, una idea con la que Camilli nunca se pudo conciliar, pero al fin y al cabo, esa pequeña era su hija, y solo le quedaba esperar que algún día le resarciera todos los años invertidos…

–Mil bendiciones hija mía, cómo te prometí hace un mes, he venido a visitarte para saber cómo te ha ido en tu camino como novicia –expresó Camilli.

–Bendiciones madre, pues aún no me acostumbro del todo, pero la guía del Señor es la brújula que me indica el norte –respondió Priscila con una sonrisa en el rostro, siempre que Priscila sonreía se le hacían hoyuelos en el rostro, Camilli siempre detestó esa expresión por creerla de lo más burlesca e irónica.

–Misteriosos son los caminos del señor… Debes ser muy fuerte, alguna vez estuve en tu privilegiada posición y por mis inseguridades no quise seguir, hoy puedo ver claramente ese terrible error que cometí. Tú debes ser mucho mejor que yo, he trabajado muy duro para ello.

Priscila asintió y abrazó a su madre entre sollozos, las lágrimas de Priscila recorrían las mejillas de Camilli.

–Lo sé Madre, tú y el Señor son mis grandes pilares.

–Priscila, quisiera ver tus aposentos, pero a solas, pues quiero dejarte una sorpresa –musitó.

–Claro, supongo que no habrá problema alguno.

Camilli recorrió los pasillos de ese antiguo convento, no pudo evitar la nostalgia y recordar cuando tenía 21 años y se encontraba por finalizar su preparación como hermana del Señor, pero al final del día desistió de los caminos del Señor para poder convertirse en una abogada, pero aún seguían ahí, muy dentro, un remanente de un pasado frustrado que quisiera olvidar, memorias agobiantes que de poder hacerlo, mataría sin dudarlo ni un segundo.


Camilli entró en el aposento de su hija, de su bolso sacó un peluche pequeño y cutre con el que solía dormir Priscila todas las noches, ella ni siquiera se había dado cuenta de que todavía lo conservaba en el hatico de su vieja casa en Nápoles donde la crió desde sus primeros meses hasta los once, Priscila lloró como nunca al mudarse de esa destartalada casa que poco tenía que ofrecerle a una abogada en ascenso como Camilli.

Camilli dejó el viejo peluche de felpa en la cómoda del aposento de Priscila, esperando que su hija lo quisiese tanto como cuando era una chiquilla.





Si deseas leer el prólogo y el primer capítulo de la novela que escribo junto a @smanuels, este es el enlace directo:

Codex Akásico: El Heraldo del Caos y el Orden [Prólogo: "Un Periplo Onírico"]

Codex Akásico: El Heraldo del Caos y el Orden [Thiago - Capítulo I] (NSFW)



Fuentes (Imágenes): Img 1Img 2Img 3Img 4



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