El reflejo del cristal te confunde, pues no ves a la misma persona que llevas acostumbrado a mirar todos estos años. Qué confuso te notas, fiel retrato, supongo que ha de ser la corazonada de su bofetada la que te ha dejado en tal expresión de pasmo. Suspiras y esperas con impaciencia, miras hacia los lados y te levantas a dar vueltas un instante para amenizar el rato. Qué mala dicha la tuya, que aún no te das cuenta de que te vas a llevar esa mano cruel a la cara. Déjame avisarte, déjame frenar tu altruismo no recíproco y evitarte otra caída.

Por más que intento no reaccionas. Ahí estás tan claro para mí como el agua, obligándome a repetir tus movimientos, condenándome al pesar de no poder hacer nada por ti. Tú mismo te encerraste en este salón de espejos que es tu mente, tu residencia secreta para todos los que te conocen, exceptuándome a mí, por supuesto. Te conozco como la palma de mi mano, llevo la lista de todos tus pecados, siento tus mismos dolores y por mí corre la misma sangre que tus venas transportan a través de tu cuerpo: Yo soy tú.

Pero no te asustes, querido. Sí es cierto que soy tú, pero no tengo el mismo poder que tú tienes sobre ti mismo. Soy tu razón, soy tu antónimo en este presente desafortunado, y si lo pudieras pensar bien es una lástima que no pueda dar cara por ti esta tarde. No me gusta hacerte este tipo de visitas, pero supongo que podríamos considerar este momento como una ocasión especial. Te veo mal, y eso perturba mi paz, pues me obligas a arrastrarme contigo en tu calvario.

Por mi mente también la veo, así como la ves tú. Por mi mente también veo retransmitidos tus recuerdos de ella y sus promesas, de los dos y sus íntimos rituales, de ti y tus ganas de querer sacar lo mejor de esa joven, pero a diferencia tuya, puedo atisbar lo malo que está en medio de todas esas memorias.

¿Qué puedo hacer para que desistas de esta reunión? Has vuelto imposible para mí la entrada, claramente no me ves ni me oyes, te has olvidado de mi existencia y dejado que tus impulsos más enfermos sean los que lleven las riendas. Estar sentado donde estás sería inconcebible si hubiera tenido voz de voto cuando tomaste la decisión de venir acá. No obstante, puedo sentir que en el fondo estás consciente de cómo todo esto será tu perdición, puedo sentirte desear en lo más profundo que ella no haga acto de presencia.

No paro de preguntarme cuándo iras a aprender, cuántas veces te va a ser necesario tropezarte con la misma piedra y conformarte con pasar todo por alto y recibir disculpas poco sinceras. Quizás esta sea la definitiva y al fin pierdas esa ingenuidad y esas creencias sin sentido a las que te acostumbraste. No siempre vale la pena darlo todo por alguien, no siempre puedes esperar que la otra persona sea quien tú quieres que sea, no siempre puedes creer que la gente es igual a ti.

Ahí viene, la veo acercándose sobria y callada y te veo dispuesto a seguir su juego. Me desentiendo de ti por el momento, fiel retrato. Dejo que sigas con tu plan y aspiro estar equivocado, aunque con tan solo ver sus ojos oscuros sé que no es mucha la posibilidad de que eso pase. Me entristece saber que me buscarás y me reclamarás cuando ya sea demasiado tarde, pero no importa, te recordaré que así tú lo quisiste. Disfruta del momentáneo placer que te pueda traer este encuentro, que yo estaré aquí preparado para cuando me toque compartir tus más intensos malestares y sepas que —valga la redundancia— tuve la razón.