El gran telescopio está ajustado en la dirección correcta, aprovechemos y miremos hacia esos parajes llenos de misteriosa magia. Ven, toma mi mano. Prepárate y abandónate a la idea de mantener tu mente abierta, y sígueme en estas breves historias para ti y para mí. Una mezcla de fantasía, fábula y realidad, con pequeños toques a tu ser.

       Reciban un cálido saludo de corazón lectores de esta maravillosa plataforma. Espero que se sientan muy bien. Gracias siempre por el apoyo recibido, por sus comentarios y por seguir siendo parte de esta aventura. A continuación les dejo otra entrega venida desde los profundos y recónditos lugares de la imaginación. Cualquier parecido con alguna realidad es pura "coincidencia".  

A dónde mirar

Fuente

       Estaba un hombre mirando el cielo nocturno, escudriñando cada recoveco de la bóveda celestial con su gran telescopio, buscando alguna nueva luz, y maravillándose del infinito espacio que desconocía.

       Horas y horas las dedicaba a buscar algo que lo llenara; siempre cargaba un pequeño cuaderno para hacer sus apuntes, "aportes futuros para quien emprenda el estudio de los cielos" se decía a sí mismo. "Aún debo seguir buscando", y así transcurrían todos sus días.

       Cuando era pequeño vio un pequeño cometa cruzar la bóveda celestial, eso lo marcó. Y desde ese entonces, sintió que él debía estudiar todas esas gotas brillantes que titilaban en su pequeña mirada. Eso sería genial.

       Sus padres lo alentaron a profundizar en sus intentos novicios de comprender la mecánica de los cielos. Fue creciendo en información y sus destrezas se agudizaron cada día entorno a su interés: descubrir nuevas estrellas, o nuevos cuerpos celestes, o nuevas formas que ampliaran su comprensión sobre la vida y el universo, y que a la vez disminuyeran el gigantesco misterio que yace detrás de cada acto en ese espacio con el que vestía a sus ojos cada noche.

       Los días transcurrían y aún nada nuevo encontraba, tenía la esperanza de hallar algo que cambiara la monotonía de su rutina, si, alguna especie de “cosa” que lo dejara satisfecho de tanto buscar.

       Una mañana, como todas, salió a caminar. Como siempre, iba contando los pasos que daba desde el observatorio hasta el almacén. Al llegar al lugar, calculó que mantenía un buen ritmo, según el tiempo medido por su reloj.

       Entró al almacén, como lo hacía cada dos días, y después de hacer su saludo robótico al encargado, hizo la compra de los insumos acostumbrados.

       Al salir del almacén se tropezó con una pequeña niña en la puerta. Él, de forma automática, intentó esquivarla, pero fue inútil; ella le cerraba el paso en cualquier dirección que él tomara. Entonces, con apurado esfuerzo, sacó uno de los panes que traía en la bolsa y se lo ofreció. La niña lo miró y sin tomar el pan, dio la vuelta y se alejó corriendo. Él encogió sus hombros y prosiguió hasta su fortaleza: el observatorio.

       Al llegar allí, preparó una rápida comida, y después de cenar, limpió como era su costumbre y tomó una siesta. Pasada una hora y 25 minutos, despierta, se incorpora a sus estudios y hace los ajustes necesarios para calibrar el gran telescopio.

       Por alguna razón desconocida, al posar su mirada en el artefacto, dirigió el telescopio hacia la Luna. Y como magia salida de un cuento, sus ojos no daban crédito a lo que veían. Allí estaba la niña, si, la misma pequeña con la que se había tropezado cuando salió del almacén.

       Allí estaba ella, observándolo desde la Luna, con sus manitas en forma de binoculares mirándolo a él.

       Y desde ese día, jamás se le vio buscando con el gran telescopio; desde esa vez, él encontró lo que quería y quedó satisfecho. Fin.

Gracias por la bondad de pasar por acá y regalarme un interludio de tu tiempo, un trozo de la aventura de tu vida. Espero que sigamos juntos en esta travesía. Son bienvenidos todos tus comentarios.