INKED LIFE: Mi primer tatuaje.
El primer tatuaje, la primera marca artística que decidimos adherir a nuestro cuerpo permanentemente, es una decisión importante ya que nos acompañará fielmente el resto de nuestra vida. Para muchos será el único y para otros el primogénito que desencadenará un largo trayecto de numerosas obras tatuadas en la piel como un desenfrenado vicio; en ambos escenarios, este consagrado tatuaje suele tener una importancia especial y afectiva de mayor intensidad que las posteriores. Por lo general, se espera con muchas ansias este primer contacto con la aguja, lleno de nervios, expectativas de dolor y sensaciones, en mi caso fue así.
Me tatué por primera vez a mis 20 años el 31 de diciembre del 2016, hace poco más de un año (vaya día decidí tatuarme, jaja). Resulta que desde hace mucho tiempo quería hacerlo, ya tenía la decisión sobria y concreta del diseño, el lugar y el tamaño, lo único que me faltaba era el tatuador. Ya venía diciéndole a mis padres que me iba a tatuar, y ellos renegaban lo que para ellos era una absurda idea, pero yo estaba decidida, así que inmediatamente tuve el dinero no esperé más para rayarme.
Me gustan los tatuajes grandes, y la primera obra de arte que tuviera en mi piel no iba a ser menor a 15 cm, lo cual es, para la mayoría, una decisión extravagante para el primer tatuaje, puesto que muchas veces el primero procura a ser un diseño pequeño y discreto, pues el mío era todo lo contrario.
La referencia que le di al artista fue esta:
Desde siempre me han gustado los camafeos por ser una joya hermosa que además fue muy llevada en una de las épocas que más me atraen: la victoriana. Estos dijes tienen un trabajo riguroso y detallado de escultura que recibe el nombre de glíptica; por ende, amé ese diseño desde que lo vi. Los elementos que posee, como el reloj, las rosas, y por supuesto la calavera, también me gustaron, así que por 2 años aproximadamente guardé el diseño indudablemente para que fuese mi primer tatuaje.
Mi tatuador, uno de los mejores de mi ciudad, Luismar Quiva, es un gran artista, y sin titubeos aceptó trabajar con el diseño. Le había comentado que lo quería de unos 15 o 20cm de alto, y él aceptó. Cuando el gran día llegó, los nervios azotaban bestialmente mis sentidos como una ráfaga furiosa de abejas, y la emoción cristalina de tener al final del día esa obra de arte en mi piel, hacía que todo valiera la pena.
Disfruté mucho de esos instantes previos a las agujas: la creación del boceto, conversar, comer algo; todo contribuía a una atmósfera donde las sensaciones nuevas se respiraba en el aire y el arte era casi tangible. En ese momento yo era sólo la observadora de un mundo entero a través del cerrojo de una puerta; el artista literalmente, se sentó (y acostó) a crear un nuevo diseño por completo, basado en la referencia que le había dado, lo cual me parece un trabajo increíble. En cuestión de una hora o menos, y después de una larga concentración con sus audífonos puestos, Luismar terminó el diseño, el cual fue mucho más fabuloso que el que le había entregado. Cambió algunos elementos, y eliminó otros. El resultado fue increíble. Mencionó que quería hacerlo un poco más grande que lo que yo le había dicho, y estuve de acuerdo. Por primera vez vi todo el trabajo que hay detrás de un tatuaje, y lo riguroso y perfeccionistas que pueden llegar a ser sus artistas, con sus distintas costumbres y caprichos personales al realizarlos, como muchos otros artistas.
Cuando comenzó entonces el proceso de colocar la plantilla, miré mi pierna por última vez, y acepté emocionada la idea de que una vez que esto terminara, jamás volvería a ver ese espacio vacío por el resto de mi vida y que se iba a transformar a partir de ahí. Con la guía de la plantilla impregnada en mi pierna satisfactoriamente, comenzó el tatuaje como tal. El primer contacto con la aguja no fue tan torturoso como imaginaba. Luego de 5 horas, por fin terminó, y yo estaba exhausta y adolorida, pero contenta con el resultado. Mi piel estaba muy irritada, como era de esperarse. Finalmente, el artista lavó la pieza para retirar el exceso de tinta, me aplicó una crema, y lo envolvió. Luego de 3 horas me retire el envoltorio y lo lavé. Mi pierna estuvo hinchada como un jamón por una semana aproximadamente, pero nada de qué preocuparse, ya que era una reacción natural del cuerpo luego de un tatuaje, y más de esa magnitud. Con respecto a los cuidados, los días posteriores usé una crema cicatrizante, lo mantuve limpio y no lo expuse al sol. Tardó muchísimo en cicatrizar, a diferencia de mis otros tatuajes, asumí que era por el tamaño. Luego de un mes o un poco más, quedó curado por completo.
Este fue mi primer tatuaje:
Luismar hizo unas modificaciones al tatuaje, agregó un reloj distinto con números romanos, y cambió un poco la calavera. Me encantó. El diseño siempre me gustó, pero unos meses antes de tatuarme adquirió un significado importante en mi vida por acontecimientos personales que ocurrieron en ese entonces. Para mi es la representación de la vida (por la rosa) y la muerte, lo efímera que esta puede llegar a ser es un recordatorio de que sólo somos visitantes que pasamos muy rápidamente por esta tierra alquilada, con todo prestado, desde el cuerpo hasta la familia y los bienes materiales. No se sabe cuando partiremos, por eso el reloj no tiene manillas, siendo víctimas de nuestro propio destino incierto.
¿Ustedes tienen tatuajes? ¿Cómo fue la experiencia? Me gustaría que la compartieran. Y si no tienen, ¿cuáles son sus expectativas al respecto?
Gracias por leer. Un beso.
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