"De tal palo, tal astilla."
Le había contado que me aventuré sola en una oportunidad en la maravillosa montaña del Parque Nacional El Ávila, en Caracas, Venezuela. Él me hizo retarlo diciéndome que eso no era nada en comparación a lo que él ha guerreado en esta vida, me pidió guerra y guerra le di.
Le pedí un día que fuera mi acompañante a la cima. Comenzamos a subir a las 10:18am y para mi sorpresa, ya a las 10:54am estábamos arriba. Tomando en cuenta el descanso que hicimos para tomar agua y apaciguar un poco el dolor de mi rodilla lesionada. Lo subestimé diciéndole que no iba a aguantar el trote por ser fumador e hipertenso, pero me equivoqué. Ahora sé que guerrear se lleva en la sangre.
Fotografía por J. Paez, desde el Samsung S3 Mini de mi papá.
Mi parte favorita en definitivo fue ver su cara al llegar a la cima y seguir viéndola mientras disfrutaba de la vista, mientras respiraba aire fresco y se entregaba a esa calma, a esa paz que proporcionan los sonidos de la naturaleza.
Días después me comentó que desde que subió no es el mismo, que algo allá arriba cambió, que sintió que se le había destapado algo por dentro, que yo tenía razón al decir que allí iba a botar todos sus males y que ahora entendía el porqué de mis aventuras repentinas. Ni les puedo explicar cómo me hizo sentir eso en ese momento.
Me encanta sentirme comprendida y sobretodo apoyada, me encanta que eso que siento yo, lo tocó y lo llenó a él también.
Fotografía tomada por mi, desde el Samsung S3 Mini de mi papá.
Henos aquí, descansando después de subir, respirando vibras que alimentan el ser. En definitivo, la felicidad nunca se acorta al ser compartida.