El extraño caso del Dr. Amberais. Relato (2/5)
El prestigio del Dr. Amberais traspasaba fronteras, y era un verdadero honor que hubiera aceptado venir desde tan lejos para dar una de las magníficas charlas, mezcla de humor y rigor científico, que le habían hecho famoso entre públicos bien diferentes y le habían convertido en un célebre divulgador de la Ciencia. Era, además, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, director de diversas líneas de investigación sobre materiales y almacenamiento de energía, autor de más de un centenar de publicaciones, así como de varios ensayos premiados en importantes certámenes.
Sin embargo, el Dr. Amberais era un hombre muy cercano, afable, simpático, que no encajaba en el perfil del científico aislado en su mundo ni tampoco en el del triunfador prepotente que luce sus argumentos sin reparo. Cuando llegó al hotel la noche del viernes, saludó a los organizadores y a algunos de los asistentes que salían de la última charla, y en pocos minutos era un amigo que conversaba, un colega que compartía aficiones y reía a pesar del cansancio de ese largo día. A la mañana siguiente, en el hotel, no solicitó ningún servicio de masaje, sauna o spa, y tampoco había exigido que le guiasen por museos o monumentos. Se limitó a caminar por el paseo marítimo disfrutando de la brisa y del embriagador azul mediterráneo, mientras pensaba en la torpeza de no haber incluido un bañador en su equipaje.
Caminó durante más de dos horas, hasta que topó con un letrero: Las Palmeras. Playa naturista. Su descuido al preparar la maleta se había solucionado en un instante. Ya sólo necesitaba para zambullirse su deseo de hacerlo. Bajó la pintoresca escalera que conducía hasta la playa y se despojó del único traje que había traído, el mismo que usaría en su conferencia por la tarde. Lo dobló meticulosamente, pensando en su actuación vespertina y en el obligado aspecto decoroso que implicaba, y lo colocó con cuidado sobre una roca limpia. Corrió hacia las olas tibias que lamían la playa una y otra vez, llamándole incesantes y sensuales, y dejó que acariciasen su desnudez. Solo cuando su cuerpo comenzó a sentir el frío y el cansancio, salió del agua y paseó por la arena hasta el acantilado.
Al regresar al hotel, todos le esperaban para tener el honor de compartir mesa con él.
Me decía un crítico literario en una ocasión, que todo relato, cuanto más largo más autobiográfico, se quiera o no se quiera, porque el relato es todavía más espejo del alma que el rostro. Enhorabuena
Y tendrá razón, claro. Pero lo autobiográfico nunca está en el tema principal ni en los acontecimientos importantes del relato, sino en los pequeños detalles, que se nos escapan sin querer, y en el carácter de los personajes, que están casi siempre hechos de trocitos de nosotros mismos. Muchas gracias.