El extraño caso del Dr. Amberais. Relato (4/5)

in #spanish7 years ago (edited)

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IV

No era fácil escapar entre cientos de personas de mirada atenta. Pero si había algo realmente imposible, era escapar del propio destino.

Por la mañana, tras el delicioso baño en la playa, el Dr. Amberais había caminado hasta el acantilado para entrar en calor. La aparente soledad otoñal de la playa le proporcionó la tranquilidad necesaria para dejar sus cosas sin necesidad de atención. Caminó unos diez minutos por la arena seca y cálida hasta llegar a un farallón que agredía el litoral. Parecía que allí terminaría el paseo, y se disponía a regresar sobre sus pasos. Pero apenas se hubo girado, vio junto a una roca a una hermosa mujer que miraba más allá del mar. La toalla sobre la que descansaba era del mismo color que la arena, igual que su pelo y su cuerpo desnudo, y su ropa debía de estar guardada en una bolsa de paja trenzada que se distinguía con dificultad a su lado, todo en perfecto mimetismo, como si no quisiera importunar al paisaje. La visión de aquella figura le conmocionó, sin saber exactamente por qué. No era sólo la belleza indiscutible de la mujer de mirada infinita; había un extraño magnetismo en aquella composición, como si todo hubiera sido sutilmente colocado por una mano maestra para ser trasladado a un lienzo. Ensimismado, se acercó muy despacio, sin saber qué iba a decir cuando estuviera demasiado cerca, pues a pesar de su simpatía y de su éxito profesional, nunca había dedicado demasiado tiempo al amor en su ajetreada vida.

Ella saludó sin desviar la mirada, y él quedó paralizado sin poder responder ni huir, ridículamente atrapado en su campo de atracción, con la imaginación y el intelecto anulados, solamente mirando, sin pronunciar palabra. Por fin, después de eternos segundos, ella volvió su rostro hacia él y sonrió. Su sonrisa, como una bala que rompiera una cúpula de cristal, provocó en él un instintivo gesto de recato que pretendía ocultar la reacción inconsciente de su cuerpo masculino, y, mientras se sentaba a su lado, un esbozo de conversación fue tomando forma lentamente hasta que, horas más tarde, él volviera a recordar quién era y por qué se encontraba en aquella ciudad. Se acercaba la hora del almuerzo, y sin duda, los organizadores de las jornadas se preguntarían dónde estaba, de modo que se despidió y salió corriendo. Mientras se alejaba, se percató de que, aunque sabían mucho el uno del otro, él no le había preguntado dónde se alojaba. Sólo sabía que estaría junto a aquella roca hasta la puesta del sol.

Cuando, horas después, el Dr. Amberais salió de la sala de conferencias para ir al servicio, justo antes de su intervención, algo bullía en su mente y le agitaba la respiración. Se miró al espejo fijamente, y frente a frente consigo mismo tomó la firme determinación de intentar consumar de algún modo su leve vínculo con aquella mujer, aunque después no volviera a verla nunca, aunque sólo pudiera escuchar su voz una vez más o, incluso, aunque no sirviera de nada volver a aquella playa. Salió del servicio y bajó las escaleras que llevaban al garaje, se ocultó del vigilante del sótano, que hablaba con unos clientes, y subió la rampa de los coches, prohibida para los peatones. Corrió sin mirar atrás. Para cuando se hizo oficial el comunicado de su desaparición, él ya estaba en la playa cumpliendo su destino.

El sol aún brillaba lo suficiente para calentar la arena. Ella estaba tumbada con un libro abierto sobre su vientre, como si un pensamiento, tal vez un sueño, hubiera interrumpido su lectura. Al verlo, se incorporó, cerró el libro y le tendió los brazos sin mediar palabra. Él se arrodilló a su lado y la abrazó. Mansamente alcanzaron la horizontalidad del amor, y sin decir nada, en la soledad de aquel pequeño recodo, se fundieron en cálido encuentro hasta que la luz del sol fue sustituida por el resplandor de las farolas del paseo marítimo.