Cazadora de sueños.
A pesar de que su cansancio era el suficiente para dejarla tendida en la acera por donde se desplazaba, su paso era enérgico, casi al trote, entre las oscuras y húmedas calles de aquella convulsionada ciudad, de pórticos y samanes vacios tenuemente alumbrados con una lucecita amarillenta, evocando una tristeza abrazante, se deslizaba. Tenía motivos para correr incluso, uno de ellos era la inseguridad aunque no fuera por ello lo acelerado de su paso. La única arma que tenia para combatir ese estado tan deplorable de una sociedad era colocar su bolso en su pecho, o eso creía ella. La razón de su andar era el término de su camino.
Se detiene en un pequeño kiosco, a sabiendas que esta zona es la mas peligrosa de su trayecto, a comprar un cigarrillo. Ya traía el dinero en su mano desde hacía rato, solo que no precisó donde gastarlo hasta ahora. Le pide el cigarrillo a lo que parecía ser una mujer con mucho, mucho maquillaje, esta o este le hace una mueca algo repulsiva con sus dos kilos de carmesí patente que portaba sobre sus labios. Arroja el dinero en el mostrador, toma un cigarrillo de un embase nada higiénico donde quedaban pocos, coje el encendedor que colocaba del techo del kiosco, enciende su botín y continua su camino.
No había sol ya y los faroles automáticos, los pocos que funcionaban, no han apartado las penumbras de la cuadra que precedía la residencia donde alquilaba. Al parecer era muy tarde, ya que el puesto de comida rápida y asquerosa estaba cerrando.
La poca luz que brillaba aun en el sucio local debía ser aprovechada. Apuro aun más su paso intentando cruzar la esquina tan rápido como podía sin dar muestra de nerviosismo que parece ser el dulce néctar que atrae a los zánganos, cuando una lánguida mano la toma fuertemente por el brazo dejando sentir las largas uñas hundiéndose en su chaqueta, sin llegar a lastimarla por el grosor de la tela.
-mami deberías compartir esa cola- dice el vagabundo que la tiene del brazo –que está haciendo frio.
El hombre, que ya no tenía ningún diente desde los caninos hacia afuera, pasaba su lengua por sus labios y encías negras como saboreándose por anticipado. Ella, con el brazo que tiene libre le tiende, temblando, lo que quedaba de cigarrillo.
Ya que somos tan serviciales… - dice él arrancándole el cigarrillo de los dedos- podríamos darnos más calorcito, aprovechando el momento.
La presión en su brazo aumenta y la hala hacia él para olerle el cabello, muy de cerca. Ella entre las nauseas que le causa el horrible olor del vagabundo, cloaca, licor, vinagre, cebolla, y cigarrillos baratos, se pierde.
Miles de repique, clickeos, teclas golpeadas, tacones apresurados, la aturden, son en extremo despreciables a sus oídos. A nadie más parece molestarle. Una mujer voluptuosa se acerca a ella y golpea con sus largas uñas postizas la pared del cubículo de Ana. Todo su ser es falso, postizo.
-Ramírez, Daniel quiere verte- le dice refiriéndose al jefe de piso. Es fácil deducir que clase de relación tiene con el señor Gonzales para referirse así de él.
- entiendo- responde Ana sin mirarla marcharse.
Aunque lleva suficiente tiempo trabajando en la empresa de telecomunicaciones de la ciudad no ha dejado el puesto que obtuvo al entrar. Estancada. Sin ascenso y no por falta de aptitudes y meritos, al contrario, Ana sobrepasaba en inteligencia y voluntad a la mayoría de los que hacen vida laboral en la oficina, a pesar de que Ana odie ese trabajo.
Caminaba por un largo pasillo que llevaba a la sala de conferencias, abre una puerta doble de madera, pasa a la sala y encuentra a Daniel Gonzales sentado sobre la mesa tomando alguna bebida alcohólica en un vaso de vidrio como acostumbra hacer.
-toma asiento- dice Daniel terminándose de tomarse un buen trago.
Ana, toma una silla y se sienta se sienta a 4 puestos de él, esperando se mantuviera la distancia. Ella o sabe cuántas veces ha rechazado las propuestas de Daniel. Traga fuerte mientras lo ve acercarse lentamente. Daniel deja el vaso en la mesa y pone sus manos en el espaldar de la silla donde esta Ana.
-¿No te cansas de estar en el mismo cargo?- dice Daniel deslizando sus cuidadas manos sobre los hombros de Ana bajando a sus senos.
-¡NO!- grita Ana con todas sus fuerzas y le propina un golpe en plena nariz al vagabundo haciendo que suelte su brazo y pierda el equilibrio. Ana emprende la huida y el sucio hombre, va tras ella. Justo cuando siente que la está alcanzando escucha un golpe. Luego otro. Algo cae al suelo. Ana no se detiene. Pronto se da cuenta que nadie la sigue y al cruzar la esquina vuelve su mirada y encuentra al vagabundo tendido en el suelo y un hombre con un bate parado junto a él. Uno de los hijos del dueño del local de comida rápida la salvó, los había visto varias veces abriendo el local.
Ana llego corriendo a la puerta del edificio donde habitaba desde hace 2 años, abre la puerta y camina hacia el ascensor, toca el interruptor y nada pasa. Por toda la adrenalina y tensión que recorría por su cuerpo, no se había dado cuenta que solo las luces de emergencia despliegan sus frágiles destellos por los pasillos. Maldijo.
-No hay electricidad Srta. Bueno, medio hay, se fue una fase- decía el vigilante que simulaba no estarse despertando. Ella sonrió hipócritamente, y comenzó a arrastrar sus pies por las escaleras.
-¿Ahora qué hare? Ya no tengo trabajo. y en cierto modo me encuentro más aliviada de no tener que aguantar al asqueroso de Gonzales, ni a mis “compañeros”. Un encefalofecaloma es lo que tienen dentro de sus cráneos, si es que hay algo ahí. Pero mi familia, necesito seguir ayudándolos, enviarles incluso más dinero. ¡Muy buenas noches Sra. Mercedes!. Al menos he adelantado dos meses el pago del alquiler, quizás eso me dé tiempo para conseguir trabajo. ¡Coño la academia! no me dejaran pasar si estoy en mora. – pensaba mientras subía las escaleras.
Frente a la puerta de “su” departamento saco la llave, la introdujo en la cerradur y vaciló en abrir. Recostó su frente sobre la fría puerta, respiro profundo y dibujo una gran sonrisa en su lindo rostro, mostrando sus dientes como diamantes y esos hoyuelos tan sexys en sus mejillas. Abrió la puerta y entró a su improvisado paraíso.
Soltó el bolso sobre la mesita junto a la puerta, se dejo llenar los pulmones con el aroma de sus libros y caminó por el minúsculo pasillo hasta la cocina-cuarto-estudio para dejarse caer en su cama. Faraón, su gato, saltó sobre ella, ronroneando y acariciando su cuerpo con la cara de Ana, al tiempo que ella le correspondía con sus manos. Luego de unos minutos de descanso, se pone cómoda, limpia los desechos de faraón, le pone algo de comida en su plato, ella se come una sopa instantánea, ordena los libros que trajo y luego reposa unos minutos más,
Lo que a continuación pasa, muchos lo clasificarían como un milagro divino, otros como una absurda fantasía producto de la imaginación y la fe.
Se arrodilla junto a su cama, y, con ambos brazos sobre el colchón entierra su cara en las sabanas permaneciendo así un rato, respirando lentamente. De un momento a otro algo pasa en su cara, una sonrisa le desdibuja la mueca triste que tenía su rostro, una mueca que solo las sabanas podrían ver, una de sus manos se desliza bajo la cama y tira de algo. El estuche de un violín sale de las sombras, ella lo coloca sobre la cama y lo abre despertando de su sueño a Fabio, de un hermoso color caoba algo añejado. Primero lo acaricia con los ojos, como pidiéndole permiso para sacarlo de ahí, luego, y antes de sacarlo a él, va por el arco, lo ajusta, toma la perrubia y la frota con delicadeza sobre el arco, la coloca en su lugar y fija su mirada en Fabio, pero esta vez es corta la mirada y lo toma, lo coloca en su hombro, chequea si está bien afinado, solo LA necesita un pequeño ajuste, y comienza a tocar.
La melodía nace en adagio, como un lamento de soledad. Cierra los ojos. Cierra los ojos con más fuerza dejando salir una lágrima solitaria. Se da cuenta de que no está sola en su cuarto. El miedo, la angustia, la tristeza hacen que algunas notas se enreden en las cerdas del arco y caigan del violín torpemente. Escucha las garras de su ex compañera de trabajo golpeando la madera de su mesa de noche. un bullicio, mucha gente andando. el sonido de las puertas del metro cerrarse. -¡Daniel quiere verte!-. Cosas comienzan a caer al suelo de su cuarto. -Reiniciaremos movimiento en breves instantes-. Caen libros, platos, botellas, zapatos. Las paredes comienzan a rasgarse, el techo cae a pedazos y el suelo bajo sus pies tiembla. Siente el miedo de su gato que se refugia a sus pies. Escucha tacones ir y venir. Siente a su diestra la mano de Daniel bajándole por el hombro hasta el seno y su perfume dulce mezclado con la fetidez del vagabundo que también la tiene del brazo.
Sus manos no han dejado de sacar lamentos al violín aunque tiemblen de miedo profusamente. Pero Ana presiona sus labios con tal fuerza que estos palidecen. ¡Acelerando, messoforte!, Ana llega hasta un presto jadeante. Todos los zumbidos se van, todas las personas se van de la habitación, las manos de Daniel y del vagabundo se vuelven cenizas en el aire junto a sus cuerpos. Las paredes, techo y piso se agrietan, dejando pasar una luz muy brillante a través de ellas...
Ya no escucha nada más que su violín. Faraón no está... Huele a hierba mojada.
Abre los ojos lentamente, se encuentra en el claro de un bosque con un poco de neblina, no, una montaña. No se encuentra sola. A lo lejos ve a un joven, de su edad aproximadamente, sentado sobre la rama de un roble escribiendo apasionadamente en una libreta, mas allá, escucha música, instrumentos que tocan agrupados, otros lo hace solos. Tras unos naranjos ve salir a dos chicas riendo, corriendo, al parecer bailan, pero son mas como liebres en una pradera sin predador.
-¡bienvenida!- le dice otra chica que no había visto, estaba tras ella, venía de un riachuelo que corría por los márgenes de aquel claro y se dirigía a una choza que estaba bajo el roble.
-¿esto es un sueño?- le pregunta Ana a la chica que iba abrazando varios embases de lo que parecía ser pigmentos.
-no lo sé, averígualo- responde con una sonrisa en la boca y desaparece al entrar en la choza, la chica.
Ana deambuló por casi toda la montaña encontrándose con toda clase de arte y sus creadores.
Cansada quedo de tanto andar y se echo a dormir sobre un monton de hojas secas a los pies de un árbol.
Se despierta sobre exaltada, faraón hizo una de las suyas y salto sobre su estomago desde el espaldar de las cama para que le sirviera el desayuno. Ana se levanta y se da cuenta que el ruedo del mono de su pijama esta húmedo y sucio por un poco de lodo fresco.
Vuelven a dibujarse los hoyuelos en sus mejillas.