Declaracion de Principios: la verdadera libertad de expresion
Una afirmación con la que el lector estará de acuerdo es que, colocados en un mismo entorno informativo, diferentes personas perciben tonalidades distintas de un idéntico color de ideas. Por lo tanto, debe quedar claro que nada de lo que expongo en esta plataforma lo considero una construcción teórica irrefutable, y que mi mayor anhelo es encontrar a alguien que esté dispuesto para el Buen Debate, alzando su voz para impugnar mis planteamientos y delinear perspectivas distintas a las aquí expuestas.
Para esto último, hace falta más valor que argumentos. La etapa histórica más ominosa de la Humanidad, universalmente conocida como el Oscurantismo, tuvo su razón de ser en el monopolio oprobioso del conocimiento: quien quiera que retase la verdad de los elegidos estaba sujeto a condenas terribles y penitencias infamantes. Millares de hogueras fueron inflamadas con los libros escritos por el mismo condenado.
Hoy, con el argumento maniqueo de una “total y plena democratización del conocimiento”, supuestamente protegida por los medios masivos de comunicación y las redes sociales, se pretende hacer creer a la Mayoría que esa etapa histórica ya pasó. Nada más alejado de la realidad. Los modernos Torquemada pululan entre nosotros, disfrazados de defensores de la libertad de conciencia y la tolerancia; cabalgando en los medios como paladines de lo políticamente correcto y las minorías invisibilizadas; ejerciendo la dictadura del conocimiento armados no del Maleum Maleficarum, sino con el argumento más poderoso, incuestionable y definitivo creado por el Hombre: “Yo tengo la razón”. La única diferencia con esa etapa de la Edad Media es que hoy las hogueras no arden atizadas con madera, papel y grasa humana, sino con likes, comments y retweets.
Como pasó durante el Oscurantismo, el temor reverencial a las hogueras mediáticas nos está privando de las originales ideas de individuos que, curándose en buena salud, prefieren la seguridad despreocupada del anonimato antes que someterse a la magnanimidad bipolar de los inquisidores del teclado. Esto lo testifico desde la dignidad del pecador arrepentido. Por eso afronto estas páginas en blanco con la impenitente esperanza de encontrar a un lector dispuesto para la confrontación dialéctica; consciente no solo del precio de levantar la voz, sino que además esté dispuesto a pagarlo, con todas las consecuencias que ese acto de emancipación implica.
Te advierto que, en el ejercicio pleno de mis libertades creativas, he decidido prescindir, en la medida de lo posible, de cualquier referencia directa a otros autores. Esto no es motivado por la pereza ni por falta de seriedad en el trabajo de investigación previo, sino porque deseo presentar mis ideas en su estado más puro. Además, este quilombo de pensamientos extravagantes es mío, y a nadie más pretendo endosarle la responsabilidad. Aunque debo reconocer que después de cientos de libros recorridos, y de millares de tazas de café edulcoradas con sabiduría callejera, es probable que muy pocas de las elucubraciones aquí desarrolladas sean completamente originales.
Siéntase bienvenido al Buen Debate...
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