La tarea del testigo (una novela por entregas. Parte 6)
Estimados amigos de Steemit: en esta ocasión publico el capítulo 7, correspondiente a la sexta entrega de mi novela quincenal. Para adaptar la novela a este medio, le he dado una división por capítulos algo diferente de la edición impresa, y, la verdad, creo que esta nueva disposición es mejor.
Para los amables lectores que quieran seguir la novela desde el principio, pueden leer las partes anteriores en los siguientes enlaces: parte 1, parte 2, parte 3, parte 4 y parte 5.
Capítulo siete
—Estoy soñando.
La mujer sonrió otra vez y aparecieron de nuevo sus dientes afilados. El Cónsul sintió frío. Se movió inquieto en su asiento.
—Qué extraño —dijo la mujer con voz atribulada—. ¿Por qué dice algo tan absurdo? Para soñar hay que estar dormido y puedo ver que usted habla y se mueve. Aunque, por otra parte, tal vez tenga razón. Pero ¿cómo puede estar seguro? Tal vez sea yo la que esté soñando y usted sería apenas una sombra, una figura perdida en las tinieblas y con menos sustancia que el humo fugitivo.
Calló durante unos segundos y pareció cavilar con gravedad; un rostro del que se habían extinguido el miedo y la desesperación y también la esperanza. Al cabo de un rato volvió a hablar.
–Recuerdo que yo vivía en un castillo como este. No, no como este; más hermoso; no tan frío ni de paredes tan desnudas, rodeado de un parque en el que había ciervos que estaba prohibido cazar. En realidad no reconozco este lugar. Yo tenía padres y hermanos y sirvientes que me perseguían por todas partes ¿Qué ha sido de ellos? ¿Y por qué estoy aquí? ¿Me ha traído usted? ¿O soy yo quien lo ha separado de su tierra?
–No lo sé.
En una pared había aparecido una ventana alta y estrecha, y por ella se divisaba un paisaje de calles de piedra y casas de tres pisos iluminadas por faroles eléctricos. En las junturas de las losas desgastadas crecían flores silvestres blancas y amarillas como en una tumba antigua.
–He dormido durante demasiado tiempo –dijo la mujer, que volvía a ser una muchacha–. El invierno llegó y ya no podré esperar la primavera. ¿Es usted el culpable? ¿Ha venido demasiado temprano o demasiado tarde? Soñé que tenía dos hijos, un niño y una niña. Vivíamos en otro castillo. Mi esposo me quería, pero debía abandonarme por largos periodos para ir a sofocar a los campesinos que se rebelaban. Durante una de sus ausencias su madre, mi suegra, quiso devorarme junto a mis hijos. Era de la familia de los ogros. No recuerdo qué sucedía a continuación. Tal vez me desperté. ¿Cómo puede una figura soñada tener sueños? Usted debe estar equivocado.
El fuego en la chimenea se había apagado y entre las cenizas sólo alumbraban breves rescoldos. El frío se hacía cada vez más intenso y lo mismo la oscuridad que se extendía por las paredes y el aire vibrante en una opacidad líquida.
–Quiero despertar –dijo el Cónsul.
El eco de un grito estridente, con una curiosa cualidad mecánica, permanecía en sus oídos escondiendo los demás sonidos de la noche.
Se sentó en la cama. Encendió la lámpara de la mesa de noche. Miró su reloj. Las 2:30 de la madrugada. Se sentía despierto, aunque cansado, con una lucidez que parecía nacer detrás de sus párpados hinchados, en algún lugar secreto de su cerebro entorpecido. Las imágenes del sueño se desvanecían poco a poco, haciéndose imprecisas y vagas. Ya no valía la pena intentar dormir. Tampoco quería leer ni escribir. Hace dos años que no escribe nada que no sean informes y cartas a familiares y amigos. Desde que los insomnios se habían agudizado, su mente se deslizaba poco a poco hacia una especie de crepúsculo en el que se borraban las aristas de su pensamiento. Se vistió. Antes de salir de la habitación se echa un abrigo sobre los hombros.
Algunos pasillos están iluminados y otros en penumbras. Los recorre todos con la sensación de moverse entre los bastidores de un teatro: en otro lugar ocurre la función, en otro lugar la gente se esfuerza e interpreta vidas ajenas y otras personas se emocionan o se aburren ante los esfuerzos de los actores; donde él está sólo hay silencio y polvo, cables retorcidos, decorados mohosos arrumados en los rincones.
La recepción está vacía. Sale al exterior, sin proponérselo, sólo porque sus pasos lo conducen allí. El frío de la madrugada atraviesa su abrigo y las ligeras ropas de dormir. Lejanas, las montañas son una sombra que rompe el paisaje de estrellas. Cruza los brazos sobre el pecho y desciende los escalones que llevan al jardín y al sendero de entrada. En ese momento advierte la figura que se desplaza sin prisa y con serena desenvoltura, a unos quince metros de distancia. No tiene ninguna duda de la identidad: es Cesare. Comienza a seguirlo. Durante un instante se reprocha su pueril curiosidad. ¿Por qué no está en su habitación de enfermo tratando de dormir, o al menos de escribir una de esas cartas llenas de melancólicas mentiras a las que se dedica últimamente, en vez de importunar a alguien que sufre trastornos peores que los suyos? Pero, en realidad, se dice, no hace ningún daño: Cesare no advierte su presencia, y si lo hiciera, sólo sería otro insomne paseando por el jardín a la luz de la luna. Por otra parte, resulta tan perturbadora la imagen del muchacho recorriendo la estrecha avenida con paso firme y elástico, lleno de voluntad y determinación.
Lo vislumbra por un momento frente a la reja de entrada, cubierto a medias por las sombras de los árboles negros que se levantan a ambos lados de la entrada. Luego lo ve trepar, con agilidad insólita, y caer del otro lado, en el camino que conduce a la ciudad, por el que se aleja.
El Cónsul permanece junto a la alta reja de hierro unos minutos. Sólo un pasador mantiene unidas las dos hojas. La atlética demostración de Cesare fue por completo inútil. Podía haber salido caminando. De alguna manera esto lo entristece. También el Cónsul hubiera podido seguirlo si el impulso que lo había conducido hasta ese lugar se hubiese mantenido, pero su curiosidad es reemplazada por una honda perplejidad.
Debió esperar al final de la tarde para poder comentar lo sucedido con Reisz. Al mediodía lo buscó en el comedor y en su dormitorio. En la recepción le comunicaron que su amigo había salido a una excursión a Bolzano con algunos otros huéspedes. Sufrió una decepción. La impaciencia comenzaba a dominarlo.
Almorzó solo y luego fue a su habitación. Trató de leer. Al poco rato el libro le pesaba en las manos y las letras bailaban ante sus ojos. Dejó caer los párpados, posó el libro sobre su pecho, y se durmió. Pero no se durmió del todo. Si una parte de su cerebro estaba dormido, y tal vez soñaba, otra registraba el paso del tiempo, el fluir de la sangre en las venas, los movimientos de los intestinos, y rememoraba, de forma caótica y discontinua, su vida pasada. Como los restos de un naufragio azotados por la tormenta y por último arrojados a una playa solitaria, así eran sus recuerdos. Aun dentro del sueño un profundo malestar lo llenaba; una corriente de pensamientos que no se detenía; voces que susurraban a su alrededor acusándolo de pequeñas miserias olvidadas, de acciones mezquinas cometidas en su infancia, burlándose de su dignidad; imágenes agobiantes y estremecedoras que crecían o se empequeñecían respondiendo a ritmos secretos. Y nada de esto tenía que ver con lo que soñaba. Su sueño era tranquilo, apacible; discurría por un cauce distinto; una serie de paisajes nevados o cubiertos de hierba, bosques iluminados de verde y oro; pequeños cursos de agua corriendo sobre piedras de colores.
Las voces lo apartan de esos caminos en los que su espíritu encuentra sosiego.
Nuevos escenarios se abren a su contemplación como claraboyas que se asomaran a mundos extraños y sin embargo familiares: en la habitación entra una luz radiante a través de una ventana alta, entornada, de intrincada reja de hierro. De otra manera, la estancia resultaría sombría por las superficies oscuras de los muebles y las alfombras. La luz del exterior es tan penetrante, tan abundante, que la barnizada madera de las sillas y mesas, los marcos de los cuadros y aun del sofá con tapizado de terciopelo marrón donde está sentado el niño adquieren reflejos casi alegres. El niño tiene diez años, aunque parece de menos edad ya que es pequeño y delgado. Está sentado, muy derecho, con una revista ilustrada sobre las piernas desnudas. Viste pantalones cortos negros, una camisa blanca de manga corta y un saco negro. La barbilla contra el pecho, un mechón de pelo rubio cae sobre la frente. Pasa las páginas. Se detiene ante una ilustración: un grupo de pescadores en una barca, con arpones. Algunos tienen miradas feroces y otros, atemorizadas. La barca está a punto de zozobrar por la acción de una bestia marina que sobresale con medio cuerpo fuera del agua, levantando espuma a su alrededor. La mitad visible del cuerpo es casi tan grande como el bote de sus perseguidores; sin embargo lo que resulta realmente prodigioso es el cuerno que tiene en la frente, entre sus ojos mansos y redondos. Bajo el grabado está escrito: El narval.
El niño recuerda una historia leída o escuchada sobre un unicornio en el arca de Noé. Cuando el diluvio pasó, Noé envió al unicornio a ver si las aguas se habían retirado. El animal comenzó a hundirse apenas su cuerpo tocó el agua. Entonces rogó a sus dioses y estos lo transformaron en pez, dejándole conservar el cuerno que era el distintivo de su anterior naturaleza. Desde ese día, el narval ataca a los hombres esperando encontrar a Noé.
El niño cierra la revista. En ese momento se abre la puerta y el sonido de las voces penetra en la habitación. La figura de una mujer pequeña y gruesa se asoma en el vano de la puerta. “Ven”, le dice, “no debes estar aquí. Hay gente que espera verte. Tienes que asumir tus responsabilidades de hermano mayor.”. Las voces, susurrantes, le dicen que su padre ha muerto y que fuera de esa habitación está un ataúd con restos que él no quiere ver pero a los que deberá acercarse y echar una ojeada presionado por las manos de su madre en los hombros cubiertos por la tela gruesa del saco. De ahora en adelante se verá sometido a la amarga disciplina de la madre sin que la presencia del padre, indulgente y bondadoso, logre apaciguarla. De alguna manera, su mundo, lo que consideraba su mundo, ha sido destruido y sabe que nunca podrá armar los pedazos de nuevo.
Las voces lo conducen ahora a los pasillos de un hospital desconocido, pero con la exasperante familiaridad de todos los hospitales. ¿Es donde agonizó su padre durante meses y donde él aprendió a controlar su llanto? Y luego lo llevan a una habitación blanca donde un hombre rubio muere y otro hombre lo vela sentado en una silla.
Y después a una playa desierta. El cielo es de un azul pálido, casi blanco; el sol es una mancha difusa más clara y las aguas son grises. Hace frío. Cada pocos trechos crece una hierba reseca y nada más. Comienza a caminar siguiendo la línea de la costa, pero tal vez ya estaba caminando desde siempre. Eso es lo que siente: nunca ha dejado de caminar por una playa vacía junto a un mar muerto. El sol no se mueve en el cielo. Detrás de una duna encuentra a un hombre desnudo sentado en cuclillas. Cada golpe de ola moja sus pies y sus nalgas, pero al hombre no parece importarle. Se acerca y lo toca sobre la clavícula, cerca del cuello. El hombre aparta la mirada del mar y voltea el rostro hacia arriba. Entonces lo mira, sonríe y lo invita sentarse con un gesto. Se deja caer al lado del hombre, sobre la arena húmeda y el agua helada que cada pocos segundos forma pozos a su alrededor.
“Hace tiempo estuve enfermo –dice el hombre mirando otra vez el mar, o más allá, a la línea del horizonte que no está allí, tragada por la niebla que sólo ahora percibe–, no fue una enfermedad grave, no puso en peligro mi vida, pero sí me hizo dudar de ella. Durante tres días tuve vómitos y diarrea; no podía dormir y apenas comer. La tercera noche salí de la casa, fui al patio y me senté bajo un árbol, la espalda apoyada en el tronco. Y allí, mirándome con una sonrisa perversa, estaba yo mismo, sentado en cuchillas, mucho más vivo de lo que me sentía, esperando algo aunque yo no sabía qué. Entonces, hablé, me hablé; le dije que dejara de atormentarme; le dije que yo no había hecho nada para ofenderlo; le dije que me dejara dormir, sobre todo que me dejara dormir; le dije que mientras él me aferrara y me zarandeara, mientras mis huesos y mis venas se llenaran de cristales azules y mis ojos de polvo amarillo, ni mi espíritu ni me cuerpo podrían encontrar paz y a la larga, tal vez no hoy ni mañana, terminaría muriendo y en ese momento también él moriría”.
Sobre la arena crecen flores rojas que se convirtieron en grises y se deshacen entre sus dedos cuando trata de sujetar una.
Despertó al final de la tarde con la boca reseca, como si hubiera recorrido un camino de piedras ardientes. Por la ventana entraba una luz glacial.
GRACIA POR SU VISITA. VUELVAN CUANDO QUIERAN.
El niño recuerda una historia leída o escuchada sobre un unicornio en el arca de Noé. Así me pasó al leer este capítulo. Muy hermoso compendio de imágenes. Gracias. #Nosleemos.
Que algunas imágenes queden en la memoria del lector siempre es una alegría, @roqueluisc.
Siempre un placer leerlo sr @rjguerra. Gracias por compartir este proyecto.
Tu artículo ha sido votado por Celf (@celfmagazine), somos un proyecto que tiene como objetivo promover, recompensar y apoyar el arte mediante Steem y aprender de artistas y creadores como tu. Te invitamos a nuestro servidor "Comunidad Artística Hispano Hablante": https://discord.gg/fbpR3Ef
Muchas gracias, @celfmagazine, sus visitas siempre son un honor.
Cuando leí esta parte, te vi caminando al lado del poeta en su último año, Rubi es valiente, pensé, sabes que lo pierdes si lo dejas entrar en uno de sus tapices, sabes rescatarlo de su cotidianidad, sabes sentir su dolor. Un gran esfuerzo emocional e intenso. Un abrazo especial.
Muchas gracias, @antolinamartell, por tu lectura siempre atenta y delicada.
Un abrazo.
Amigo @rjguerra muchas gracias por su arte.
De nada, @rasanthony. Gracias a ti por leer.
Este capítulo es muy pródigo y cautivante, @rjguerra. Ese mundo onírico habitado por esos moradores nutridos de alusiones y paisajes culturales (mito, literatura, pintura), o de referentes biográficos, todos cuidadosamente descritos, enriquecen nuestra visión lectora y permiten reconstruir la experiencia y el imaginario del personaje. ¡Magistral!
Gracias por tu lectura, @josemalavem. Qué bueno que te parezca que la situación está bien resuelta. Cuando trabajo lo onírico siempre tengo el temor de caer en la arbitrariedad y la confusión. Pero igual siempre vuelvo a los sueños porque nunca estoy del todo seguro de la realidad.
La verdad no leo completas estas cosas porque esta extensión de textos se me hacen incómodad desde un blog. Siento que estoy leyendo humo, y no me gusta tanto... Pero cada vez que empiezo algunas de tus propuestas, siento que me gustaría tener la versión completa, en pdf u hojas de papel. Se que las disfrutaría mucho.
Cuestión de costumbre, @siomarasalmeron. Si pasas mucho tiempo frente a las pantallas, a la larga te acostumbrarás a leer en las pantallas hasta la guía telefónica. Me alegra que al menos te atrape el comienzo.
Saludos.
Te nombré en mi canción para Open Mic, @rjguerra. No se si la escuchaste, jeje...
Excelente novela. Buena idea colocarla para releer.
Eso espero, @sandracabrera. Un abrazo.
Eso espero, @sandracabrera. Saludos.
Siempre es un placer leerte.
Gracias, @francisaponte25. Igualmente.
Un abrazo.