Carta a los hermanos de Rio Linda - 9 de una serie de 12 posts sobre el tema
Comienza el momento culminante con la Victoria en Getsemaní (victoria en la psiquis, allí donde originalmente se perdió, donde Adán usó su libertad para la desobediencia, donde queriendo salvar su vida la perdió para sí y para sus descendientes). Allí Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, prefiere hacer la voluntad de Dios a salvar su vida. ¡Padre, si quieres pasa de mí este cáliz, mas no se haga mi voluntad sino la tuya!
El resto del Triduo Pascual (pasión, muerte y resurrección) es el desfile de la victoria de Cristo (Rm 3,25), ya profetizado en el Canto al Siervo sufriente de Isaías, capítulo 63. Así como los generales romanos luego de una gran victoria, hacían un gran desfile para que el mundo tuviera conocimiento de su victoria, así Cristo desfiló su triunfo sobre el pecado con su muerte en la cruz, sobre la muerte con su resurrección y sobre el demonio al descender a los infiernos como decimos en el Credo, a liberar los que desde Noé, esperaban ese momento con ansiedad (1 Pe 3,19-22; Ef 4,9). Con su pasión, su juicio ante Herodes y Pilatos, su coronación de espinas, los azotes, la vía dolorosa y finalmente su muerte y muerte de cruz, Jesús muestra al mundo, como General que ha conquistado, el desfile de su victoria, más el mundo lo consideró como un derrotado y un condenado.
Hermanos compañeros de peregrinaje, aquí es conveniente detenernos y tratar de ofrecer una explicación de la Gran Victoria de Jesús en Getsemaní y el subsiguiente despliegue de esta con su cortejo triunfal de su triduo pascual. Dios es infinitamente misericordioso, pero sin dejar de ser infinitamente justo. Por eso, Cristo, su unigénito, al que dio al mundo para que todo el que crea en él se salve y tenga vida eterna (Jn 3,16), es a la vez la misericordia de Dios y la justicia de Dios. Consideremos hermanos, que Cristo es verdaderamente divino y verdaderamente humano (en cuanto a humano en la misma condición de Adán en cuanto a libertad antes de pecar y en la misma condición del humano Adán después de la caída, en cuanto a su mortalidad). Cristo reúne en si los requisitos para pagar propiciatoriamente (en su totalidad, cabalmente, 100%) la deuda infinita incurrida por Adán en nombre suyo y de la humanidad. Y de esa manera satisfacer la justicia de Dios para que una justicia no satisfecha no sea obstáculo para la manifestación de la misericordia infinita de Dios. En una palabra, llevar a cabo el Plan de Dios sin que haya contradicción en la naturaleza de Dios. Jesús es a la vez; infinito, humano y libre – (pues no conoció el pecado y no fue esclavo del pecado).La Gran Victoria de Cristo es total, vence el pecado en la cruz con su muerte, vence la muerte en la resurrección y vence a satanás en el mismo infierno al predicar a los que esperaban desde tiempos de Noé. La salvación de Dios, la victoria de Cristo es para todo el que crea en él y por su fe y libremente acepte su oferta de salvación.
Ahora, hermanos queridos de Rio Linda, veamos la relación de esta Gran Victoria de Jesús con la Justificación, concepto y realidad que oímos frecuentemente con varios niveles de complejidad. Lo que sigue es el resultado de mi experiencia personal en mi peregrinaje de fe. La Justificación por definición es la razón por la que algo es. Por ejemplo, ¿Por qué razón estamos sentados en primera fila en un concierto? Porque compramos el boleto de entrada para la primera fila.
¿Por qué razón nos podemos salvar y entrar a la vida eterna?
Veamos hermanos, lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia, “La justificación, en cuanto a nuestra salvación, es al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo y don gratuito de Dios. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino (pues este amor divino no entra en contradicción con la justicia divina). Nos fue merecida por la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres (a esta predicación básica se le conoce como el kerigma)”. Los paréntesis no son del CIC -Catecismo Iglesia Católica no. 1987-1995.
Dios es amor y justicia, por lo tanto Dios es al mismo tiempo infinitamente misericordioso e infinitamente justo. Recordemos que con el pecado de Adán, se crea una deuda infinita que solo un ser que sea: infinito, humano y libre (características de Adán antes de la caída) puede pagar. Imposible para el humano caído, pero no para Dios. Dios Padre, desde su amor y misericordia infinita, promete uno que llenará esos requisitos; Gen 3,15. Solo Cristo, verdadero Dios y verdadero humano, además de libre (en cuanto a Dios y en cuanto a humano – pues no incurrió en pecado; Hb 4, 15; por lo que no era esclavo del pecado y por lo tanto libre en cuanto a humano), puede pagar esa deuda infinita. Esta doble naturaleza le permite a Jesús, vencer el pecado con su muerte y a la muerte con su resurrección. Con su sacrificio propiciatorio (que es capaz de pagar la deuda completamente), nacido de su amor al Padre, salda la deuda, y así satisface la Justicia de Dios y hace posible restaurar todo lo caído sin negar ninguno de los atributos de Dios, es decir sin incurrir en contradicción, pues Dios por definición no se puede contradecir.
Esta Gran Victoria de Jesús abre la opción al humano de ejercer su libertad para aceptar la oferta de salvación, de justificación, que Cristo ofrece a todo el que la quiera, a través del Evangelio. Al creer en Cristo, (el creer es en sí mismo una decisión, acción puntual inicial –en un punto específico del tiempo-, un ejercicio de fe) y creerle a Cristo (decisión de transformación al presentar batalla espiritual, sostenidos por la Gracia que nos da el bautismo en el Espíritu Santo a través de toda “la carrera de la fe”, es decir creerle a Jesús es poner la fe en acción consistentemente a través de nuestra vida), tenemos acceso a la vida eterna que solo Cristo nos puede dar.
Por lo cual, somos justificados por la fe en Cristo, pero traducida esa fe en un testimonio de vida en el Espíritu que atestigüe nuestra fe, según la copia del examen final que nos fue dada en el Sermón de la Montaña. ¡Pero cuidado!, pues las obras hechas desde el amor y producto de la fe, son el resultado del trabajo del Espíritu Santo en nosotros, ¡de manera que toda la gloria es para Dios!
El drama del Plan de Salvación de Dios para los descendientes de Adán y Eva se puede ver como una carrera de relevo de la voluntad de Dios. De ahí que Cristo establece su Iglesia, a la que le pasa el batón con la promesa de nunca abandonarla, Mateo 16,18 y de darle un tutor que la defenderá y la guiará hasta la verdad completa en su tramo de la carrera hasta que Cristo vuelva, Juan 16,12-15 y Juan 14,16. La fundó sobre unos hombres escogidos por él, quienes a su vez están dispuesto a asumir el proyecto de Cristo, que es el proyecto de Dios, que es la facilitación de su voluntad, de “que todos se salven”. Esa confirmación de la Iglesia para asumir el proyecto de Cristo se da en El Aposento Alto, (Hechos 2,1-11), con la venida del Espíritu Santo como nuevo tutor y paráclito de esta, enviado por el Padre y el Hijo, luego de la Ascensión de Jesús al Padre.
En este tramo del relevo de la voluntad de Dios, hasta que Cristo vuelva, hasta el fin de los tiempos, Cristo cumple su promesa de estar siempre con nosotros y los hace de muchos y variadas forma. La forma principal, es la forma establecida en esta nueva y eterna alianza, que está garantizada por la humanidad de Jesús, de que el humano la cumpla, pues está hecha con Cristo que es verdaderamente humano, esta alianza ( Mateo 26,26) está encerrada, desplegada y contenida en la Eucaristía, donde Cristo se ha quedado sacramentado , vivo, eterno y real, para nosotros.
Nota: este es el noveno de una serie de 12 posts sobre el tema, continuará...