Amaneceres de Luz (1)

Para aquellos que sueñan, para aquellos que sufren, para los que no se conforman, para aquellos que trocaron sus caminos, para los que creen en imposibles, para aquellos que no han perdido la esperanza y como titanes se levantan en vuelo…

Era un día gris, lluvioso, un día como tantos otros, apagado y monótono a mi pesar. Me disponía como de costumbre a tomar el tren, pero esta vez no me senté en el primer vagón como siempre solía hacer.
Movido por una fuerza extraña, sentí un enorme e incontrolable deseo de avanzar hacia el último vagón. Al llegar, la vi a ella, como luna en noches de amantes, quieta, apartada de todo y de todos, su mirada fija, que a veces parecía perderse entre miles de universos.

No comprendía lo que estaba sucediendo en mí, pero a la vez no podía dejar de mirarla. La luz que emanaba de ella parecía envolverme y me atraía con fuerza. Sus enormes ojos, soles en fiestas, oscilaban entre la alegría y la tristeza.
Ahí estaba ella, distante y ausente, ausente y presente. Las pocas personas que allí se encontraban, sumergidas todas en sueños profundos, parecían volar en dulces quimeras.
Totalmente fascinado, sin poder contenerme, avancé hacia ella preso de la curiosidad y cautivado por su resplandeciente y enigmática belleza, que era como mar tranquilo en sosegadas aguas que bañaban mi espíritu de una paz indescriptible.
Yo sentía que su luz aquietaba y llenaba de gozo mi corazón: mientras más me acercaba a ella, mayor era mi dicha. Bendito placer inigualable…
Ya frente a ella, todo pareció esfumarse a mí alrededor. Sumida en profunda contemplación, no apartaba su vista de una foto. Al observar sus ojos, vi que escapaban de ellos, algo así como diamantes en furia, cual ríos de interminable dolor.

Al contemplar aquella escena perdurable, mi corazón se fue quebrantando y un inmenso deseo de llorar se apoderó de mí. Algo profundo se agitaba en mí interior sin que pudiera frenarlo, era más fuerte que yo, a lo que me rendía sin ningún obstáculo.
Simplemente me dejaba llevar. Era, por así decirlo, un dolor suave, más allá de mi conciencia que dominaba mi voluntad.
Pero mi mayor sorpresa fue al mirar la foto que ella con tanto amor acurrucaba entre sus manos, como si en ello le fuera la vida…
Continuará…

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