Amaneceres de luz (4) Reencuentro
Sonó el teléfono y como un resorte salté de la cama para responder con prisa a la llamada. Al tomar el teléfono y contestar la llamada, sentí mi corazón helarse, por un instante enmudecí, no podía creer lo que me estaban diciendo, tuve por un momento la esperanza de estar teniendo una pesadilla.
Hasta que, movido por la desesperación, solo atiné a responder:
− En breve estaré allí, gracias.
Partí de inmediato hacia el hospital donde se encontraba Laura en estado de gravedad. Todos mis sentidos parecían estallar. Viajé en mi auto tan rápido como pude, tal era mi condición mental que no recordaba cómo había llegado a la clínica, en mi mente solo estaba Laura y la infinita esperanza de que se salvara.
Al llegar y preguntar inmediatamente por mi esposa, un médico se acercó a mí, puso su mano sobre mi hombro y exclamó:
− Lo lamento, hicimos todo lo posible por salvarla, su esposa conducía a muy alta velocidad, sumamente embriagada, tratamos por todos los medios de detener la hemorragia interna, pero resultó imposible. Cuando quiera puede pasar a ver el cadáver.
De pronto, no sé cómo ni cuándo, eché a correr tan rápido como pudieron mis piernas. No podía concebir ni aceptar la muerte de Laura. Creo que estuve toda la noche corriendo hasta que desfallecí y caí sobre la tierra moribundo.
Solo deseaba morir, me sentía culpable de su muerte, hacía días que esperaba el momento oportuno para hablar con ella y expresarle todo mi arrepentimiento por no haberla escuchado, entendido.
Tardé tanto en comprenderla, en buscarla. Dios, me decía a mí mismo, ¿cómo podré seguir viviendo con esta culpa que me mata? Y lo peor es que la amaba y no pude expresarle todo el amor que sentía por ella.
En medio de un océano de lágrimas golpeé la tierra tanto como pude y no paraba de gritar su nombre: ¡Laura… regresa, Laura…! ¡ Vuelve a mí…. Laura…. Laura…. Lauraaaaaaaaa…!
Hasta que súbitamente una voz suave y amorosa se interpuso:
− Ernesto, Ernesto, despierta, qué sucede?
– Laura, ¿estás viva, mi amor?
– Pero, claro que estoy viva, ¿qué disparate estás diciendo, Ernesto?
– Oh, mi Dios, gracias, gracias, gracias por devolverme a mi esposa.
No paraba de llorar y al mismo tiempo era tan feliz… Volver a tener a mí esposa entre mis brazos, abrazarla, besarla, me hacía sentía el hombre más afortunado del mundo.
– Perdóname mi amor, por favor, perdóname por todas las veces que no te escuché, ¿me perdonas?
– Claro, esposo mío, entre tú y yo todo está perdonado, siempre− contestó ella−. Me hace tan feliz escucharte hablarme así, todo indica que el sueño que tuve con una mujer que parecía un ángel, se está haciendo realidad− terminó diciendo con alegría.
Muy sorprendido le pregunté:
− ¿También tú?... ¿También soñaste con ella, Laura? Entonces, ¿esa mujer… ella… es real? Ah, gracias, gracias, gracias…! (RISAS DE AMBOS)
Nota: todas las fotos cortesía de pixabay.com
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